“Me dijeron que si me quedaba me iban a quitar a mis niños. No. Yo me regreso con mis hijos. Cómo me va a quitar mis niños. Dije no y me regresé”, contó una madre venezolana que el miércoles por la noche llegó finalmente al muro, junto al río Bravo, tras dos meses de un viaje de duras experiencias y solo para encontrarse con la posibilidad de perder a sus hijos.
Dos hombres, una mujer y tres niños sentados en el suelo trataban este jueves por la mañana de resguardarse del sol bajo la raquítica sombra de un arbusto a la altura de la Puerta 36, pero en el lado mexicano.
Feiber González contó que con su mujer y sus tres niños salieron de Maracaibo, estado de Zulia, en Venezuela, hace dos meses y hasta el miércoles por la noche finalmente arribaron a la Puerta 36 del lado estadounidense y cerca de la Plaza de la X, en Ciudad Juárez.
“Ha sido duro, trágico. Por la selva, Guatemala, México, ha sido lo más duro también. Nos han quitado toda la plata, la Policía, Migración. Hemos pasado mucha hambre. Ayer nos bajaron del tren y tuvimos que caminar por el desierto. Anoche llegamos aquí y tratamos de cruzar, pero nos regresaron de allá del muro. Como a las doce y media de la noche pasamos, pero los soldados nos tiraron otra vez pa’tras. Cortaron el alambre y nos regresaron. Pasamos hasta el muro pero nos hicieron devolver”, relataron.
Les dijeron que no podían pasar, que era ilegal, y que si llegaban hasta donde se encontraban ellos los iban a esposar y a separar de los niños; además los iban a llevar a México.
“Nos devolvimos y hoy vamos a intentar de nuevo pa’ver si podemos cuando haya más gente, porque anoche veníamos solos y por eso nos regresamos”, expuso.
Su esposa Jocelyn Buscan Peters dijo que ya habían llegado al muro metálico cuando se acercaron agentes norteamericanos.
“Ya estábamos adentro. Nos regresaron. Me dijeron que si me quedaba me iban a quitar a mis niños. No. Yo me regreso con mis hijos. Cómo me va a quitar mis niños. Dije no y me regresé, pero en verdad nos trataron muy feo.
Mucha gente pasa con sus niños… pero a nosotros nos dijeron que eso era ilegal… me dijo que los iban a poner aparte y que no los iba a ver más, y yo dije, no. Yo me regreso con mis hijos, pero en verdad yo lo vi mal, lo vi mal”, comentó la venezolana de cerca de 40 años.
Feiber contó que, sin embargo, la gente de Chihuahua se había portado bien, pues a pesar del poco dinero que traían les habían regalado comida e incluso ofrecido trabajos fáciles para justificar el dinero que les daban.
“Pedimos dinero en los semáforos y así hemos llegado hasta acá. La gente se ha portado muy bien. Los que son malos son los policías y Migración, que nos quitan todo lo que nos regala la gente. Cuando veníamos de México muchas veces nos bajaron de los buses y a veces nos bajaban y nos regresaban y teníamos que caminar mucho para avanzar otra vez. A puro tren y tren nos tardamos como doce días de México para acá”, contó.
Contaron que un mes y medio atrás hicieron su solicitud mediante la aplicación CBP One, pero al no recibir una respuesta rápida decidieron venir a la frontera para entregarse a las autoridades migratorias norteamericanas.
La mujer contó que vendieron todo lo que tenían para emprender el viaje porque consideraron que cualquier cosa sería mejor que vivir en un lugar donde eran amenazados por delincuentes que les quitaban lo que tuvieran.
“Muchas personas han pasado ya y yo tengo fe en Dios que voy a pasar con mis hijos, porque ya hemos sufrido mucho. Nos robaron, nos quitaron la plata. Días sin comer, cansados. Nos han hecho muchas cosas, pero hay muchas gentes aquí que son buenas, como en todos lados. Gracias a Dios estamos aquí y yo tengo fe en Dios en que vamos a pasar”, declaró.
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