Hubo una vez en esta frontera en que los lunes dejaron de ser una maldición para muchas personas.
Chicos y grandes, hombres y mujeres que se resistían a ir a la escuela o al trabajo y que no podían estar en casa, se refugiaban en el cine Edén, aprovechando ver 3 películas por el mismo precio.
Desde las 7 de la mañana del lunes se veían filas kilométricas a en la calle Ugarte, en el centro de Juárez, que en ocasiones rebasaban el cruce de 16 de Septiembre y Juárez, donde hoy está el corredor turístico.
Ahí estaban en primera fila los niños de primaria que eran “zorreros” consuetudinarios, esos que bromeaban con sus compañeros de aventuras, pero también los primerizos con evidentes señales de nerviosismo, los empleados que no estaban de humor, los jubilados nostálgicos, pero también los adolescentes.
Todos ellos ocupaban las alrededor de seis mil butacas que tenía el cine Edén.
Justo 35 minutos antes de que en las escuelas sonara el horroroso timbrazo de entrada en los planteles cercanos al centro – la escuela 29, la Revolución, la Gregorio M. Solís, la secundaria Estatal 4, entre otras-, los alumnos que pasaban hacían escarnio de los que se iban de “pinta”. Pero algún lunes también ellos lo hicieron.
Lunes económico
De principios de los 70s a finales de los 80s , el cine era no sólo la diversión más popular, sino también la más económica; en el caso del cine Edén todo estaba previsto: de uno a tres pesos, según fueran dos películas o tres.
La matiné, convenientemente, tenía más o menos los mismos horarios de las escuelas, por lo que los “heaters de los lunes”, no debían hacer ninguna pirueta para estar justo no sólo al inicio de la primera película sino en la terminación de la oferta cinéfila. Para estar justo a tiempo en casa y sin dar excusas.
Ya para esa época, el Edén era un viejo galerón oscuro y húmedo, con butacas de madera y sin cojines en los asientos, que se saturaba hasta los pasillos laterales y frente a la pantalla gigante, que no era más que una lona blanca entre bastidores, que bien podían pasarle las ratas.
Aporte cultural
Aun así, muchos de los niños y adolescentes de la época setentera así descubrieron el cine por primera vez.
En estas aventuras encontraron al Pachuco de Oro y sus dos películas: “El rey del barrio” y “El revoltoso”, dos joyas del cine del cuarenta que hoy deslumbran todavía.
Entonces no lo sabían, pero asistían a un periodo de la vida nacional y local donde coincidió el actor, locutor, cantante y bailarín, Germán Valdéz, Tin Tan: el esplendor y el ocaso del llamado Cine de Oro.
En la pantalla del Edén, los adolescentes vieron reflejadas sus emociones y sentimientos en las películas de Pedro Infante, que aunque estaban en su tercer aire, eran indispensables de ver para reelaborar su pasado y entender la cultura de su tiempo.
El cine Edén formó parte de una cadena de salas gigantes, como el Alcázar y el Anáhuac en los dorados años 50, periodo en el que el alcalde en turno, Francisco G. Rodríguez, tuvo a bien autorizar la disminución de impuestos por espectáculo que impactó en la baja de los precios en las funciones.
En aquel tiempo los cines eran mega sitios multifuncionales: además de ser salas de cine, se convertían en cabarets de revista a donde llegaban caravanas de México, Argentina y Estados Unidos con shows de música, comedia y baile.
Entonces no se sabía o no se creía que el cine podía ser un vehículo de cultura y un medio de comunicación que podía estar al servicio de la educación formal, pero también informal, para saber, entender y conocer las sociedades.
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