Antonio Rojas Muñiz es invidente de nacimiento. Con uno de sus ojos podía percibir la luz, pero su glaucoma congénito avanzó y su visión se apagó completamente cuando cumplió los 15.
Pero ser una persona con discapacidad visual nunca lo detuvo en su formación para lograr objetivos y ahora, cuando está por cumplir 32, hace lo que más le gusta: enseñar el uso de las tecnologías a quienes están en su misma condición.
En el Centro de Estudios para Invidentes Asociación Civil (Ceiac) de Ciudad Juárez, es el profe Antonio, responsable del área de Tecnología Asistiva.
“Puedo compartir el conocimiento y de cierta forma evitar que los jóvenes tengan tanta dificultad para hacer sus actividades escolares, así como me pasó a mí”, dice en el interior de su cubículo, donde manipula su computadora de escritorio.
Con su trabajo diario, demuestra que el uso de la tecnología no es disonante con alguna discapacidad visual.
En clases personalizadas y calendarizadas durante la semana, atiende a 10 de los alumnos registrados en la institución que da servicio a unos 180 usuarios, 100 de ellos menores de edad.
Antes dio clases sobre uso de la computadora y teléfono móvil, en la escuela para ciegos, donde él estudió de niño.
Quiere que los demás no batallen como él batalló
La docencia es lo suyo y ya casi cumple un año en Ceiac, desde que aplicó para su ingreso al conocer que buscaban maestros para los jóvenes con algún tipo de discapacidad visual. Otros de sus colegas dan clases de música, orientación y movilidad, matemáticas y en general, apoyo académico.
“Yo comencé con la actividad de maestro, porque todo el camino que yo pasé, lo que es preparatoria y universidad, no había mucho como ayuda para nosotras las personas ciegas. El conocimiento que yo fui adquiriendo, luego empecé a querer compartirlo con las personas que necesitaban ayuda”, explica sobre su vocación para enseñar.
Ahora, en Ceiac, recibe uno a uno a sus estudiantes, con clases de una o dos horas, conforme al plan de estudios que parte del nivel con el que inicia cada uno de los alumnos.
“Si viene desde cero se empieza con lo que es mecanografía, que es el uso del teclado de la computadora. Se trabaja lo que es ubicación, lateralidad, la posición de las manos, la postura para sentarse, lo que es ergonomía”, señala Antonio.
Son 17 lecciones de mecanografía antes de pasar a lo que es propiamente la tecnología asistida.
Cuando el estudiante es completamente invidente, se trabaja con lector de pantalla, un programa que reproduce en audio, lo que aparece en el monitor.
Si se trata de un caso de baja visión, se enseñan los ajustes que se pueden hacer a la pantalla de la computadora para que se puedan visualizar mejor todos los elementos.
Una herramienta utilizada es la lupa que permite ajustar el texto para que se vea más grande. También se pueden manipular los contrastes de la pantalla e invertir los colores entre fondo y letras.
La siguiente fase en la que los acompaña Antonio, es la de crear documentos y explorar los archivos ya creados.
Enseña también el uso de internet y de redes con fines de entretenimiento
Además del uso de Word, les enseña un poco de Excel para hacer cálculos básicos y Power Point, para que los estudiantes puedan elaborar sus propias presentaciones.
Luego pasa al uso de buscadores de información en Internet y, finalmente, al uso de correo electrónico y redes sociales.
“Además de algo de Facebook, vemos YouTube, para que tengan acceso a documentales o mero entretenimiento”, dice Antonio.
Hoy, su mayor satisfacción es que sus alumnos le platiquen cómo pueden hacer ellos solos los trabajos escolares, sin que, obligadamente, alguien les ayude.
Le gusta ese grado de independencia que ahora puede compartir con sus alumnos en Ceiac.
La computadora como intermediaria en la comunicación
Para Antonio, la computadora se convierte en intermediario de la comunicación entre profesor y estudiante.
“Antes, por ejemplo, decían, es que el maestro no sabe Braille, ¿cómo iba revisar los trabajos? Y ya con la tecnología, pues el estudiante puede escribir su trabajo en la computadora, si es un usuario ciego que trabaja con lector de pantalla”, señala el profesor.
Al mismo tiempo, agrega, el maestro puede visualizar lo que está haciendo el estudiante en la pantalla, manualmente.
Un estudiante especial para un profesor especial
Cuando Norte Digital visitó Ceiac, Juan Pablo Amaro tuvo se clase con el profe Antonio. Juan Pablo tiene 16 años y a los 13 sufrió un trágico accidente en el que perdió la vista. Estuvo dos meses en coma. Superó la depresión y ahora quiere seguir con toda su vida por delante.
Por eso viaja una vez al mes, desde Casas Grandes, para estar en su clase de Tecnologías Asistidas.
En donde vive hace trabajo de campo, pero lleva también la contabilidad y se interesó en aprender a manejar el Excel para ordenar datos sobre productividad.
Y ahora que conoció a Antonio, quiere hacer lo que él hace: compartir sus conocimientos en donde otros no tienen esa oportunidad.
“A mi el profe me inspiró mucho porque veo que le echa muchas ganas, que no se raja. Para mi, los primeros dos años fueron muy difíciles y duros, pero este año lo empecé con muchas ganas, porque no sirve de nada estar ahí deprimido”, señala el joven estudiante.
Dice que no quiere más “Juan Pablos” encerrados en sus casas y por eso buscará convertirse en profesor, cuando termine su formación en el Ceiac.
Su madre, Lorena Salas, también está entusiasmada por todo lo que aprende su hijo y por su proyecto de llevar la enseñanza a su ciudad.
Ella nunca falla para trasladar a Juan Pablo a su clase, aunque viajen más de tres horas exclusivamente para eso.
Un largo y difícil camino, siempre con el apoyo de la familia
El profe Antonio inició su formación a los 7 años en la escuela para invidentes Luis Braille y terminó secundaria en sistema abierto.
Luego se graduó del Conalep I como técnico bachiller en informática. Continuó su interés por las tecnologías y en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez concluyó su carrera como ingeniero en sistemas computacionales.
No fue fácil estudiar temas de tecnología sin poder ver y tampoco movilizarse en un área tan amplia como un Instituto de la UACJ, pero siempre tuvo el apoyo de sus compañeros de clase, de sus maestros y de su familia.
“Sí tenía sus dificultades, por ejemplo, en algunas materias había cosas visuales que no podía resolver solo, pero lo bueno es que siempre había ayuda por parte de mis profesores y de mis compañeros. Para todo. Además de las materias también la hacían de guías y así”, recuerda Antonio sobre su experiencia universitaria.
La carrera la terminó en seis años, entre 2014 y 2020.
Luego de tantos años de apoyo, hoy les profesa amor y agradecimiento a sus padres, Juan de Dios Rojas y Amelia Muñiz.
“Ellos siempre me ayudan en lo que me propongo. A transportarme, a veces me dan algunos tips, si necesito andar solo en la Universidad y así. Ellos siempre están al pendiente de mi y son los que se llevan la mayor parte de tareas, de que quiero ir a un lado y a otro”, dice Antonio.
Ana, Alfredo y Miguel Ángel, su hermana y sus hermanoss también han estado siempre para él. Se inspiró en Alfredo para entrar al Conalep y Ana lo acompañó toda la prepa.
Su padre es técnico en metrología con una amplia carrera en la empresa Cummings, así que siempre supo de cerca lo que son el trabajo ordenado y la tecnología.
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