Cuando una clienta le pidió a la artesana Eréndira Guerrero Quiñonez la creación de un oso de trapo elaborado con tela de ropas de un familiar muerto por Covid-19, quedó sorprendida.
Elaboró el diseño con un fragmento de una camisa del difunto. Añadió un detalle personal, íntimo, del familiar afectado. Entonces, entendió el sentido de su creación.

Desde entonces ha entregado más de 100 osos de trapo, elaborados por las manos de la artesana que sana.
Allá, en el número 2442 de la calle Papantla, entre Gregorio M. Solís y República de Cuba, llegan esposas, maridos, padres, hijos, hermanos y amigos, para encargar un oso elaborado con alguna prenda del ser querido que se fue.
La artesana que sana: diseña, corta y cose
“Todos son diferentes. Son creaciones. Todos tienen un detalle que ayuda a las clientas a procesar el duelo de su ser querido que se lo llevó la pandemia”, cuenta Eréndira.

Diseña, corta, elabora patrones y cose en tres máquinas, en un pequeño taller dentro de su casa, entre carretes de hilos, verdes, rojos, naranjas y platinados.
Un oso de trapo para el duelo
El virus condena al paciente al aislamiento en un hospital. Ningún familiar lo puede ver. Ni siquiera cuando muere. Sale del arraigo envuelto en una triple mortaja de plástico negro. Va, directo a una fosa o al crematorio.
Entonces encuentra el “ser” de su trabajo: “El esposo, el hijo, se contagian de un segundo al otro. Así, también mueren, sin duelo de por medio. Por eso quedan muy dolidos”.
En los muros, estrechos, del taller de la artesana, penden varias estampas de Frida Kahlo, en un juego de poses, gestos y miradas.

“Con la ayuda de sus otros familiares o con algún especialista, los parientes, con el peso del dolor a cuestas, pueden iniciar un proceso de duelo a través de una prenda muy íntima y superar el sufrimiento”, explica Eréndira.
En estante, pegado a la pared derecha, permanecen 10 osos en espera de que los clientes pasen por ellos. En ganchos, cuelgan tres camisas pendientes de cortar. Vienen lavadas, pero las desinfecta con sales cuaternarias.
La artesana nunca se imaginó que sería protagonista de la pandemia. A los ocho meses observaba a su madre y a su abuela, hacer todo tipo de vestidos y muñecas. A los 11 tomó un lápiz y empezó a hacer sus diseños y sus cortes, guiada por sus dos matronas.
“Es muy impresionante sentir el dolor de las personas cuando vienen aquí, pero me siento bien. Satisfecha de poderlos ayudar, con mi trabajo”, agrega Eréndira.