Aquí la muerte no se embellece. No existen altos pinos de sombra frondosa, ni pasto ni flores. Menos tumbas de monolito uniformes. Solo es suelo raso y polvoso, de cruces de todo tipo. Es el panteón municipal San Rafael, donde los muertos de Covid-19 son despedidos de lejos.
La conclusión del rito funerario, en el que los deudos sellaban las despedidas con un puño de tierra sobre el féretro del querido difunto, lo acabó el nuevo coronavirus, por el que la Secretaría de Salud federal expidió la Guía de Manejo de Cadáveres por COVID-19.
«Los entierros son rápidos, no se llevan más de 10 minutos, de cinco a diez minutos», dice Josefina Delgado, custodia municipal del cementerio Colinas de Juárez, desde dentro de su pequeña oficina con una puerta forrada por un plástico y un orificio donde despacha a los solicitantes del servicio.
Afuera, a unos centímetros de la oficina, está una mesa donde hay formatos que deben llenar los deudos para tener el servicio fúnebre y frente a ella hay tres personas formadas con «sana distancia», en espera de ser atendidas.
«Pobres, no se pueden despedir de sus seres queridos, pero así es, es mejor, para que queremos que todos nos contagiemos, hasta ellos mismos. Ahora entran al panteón sólo 10 carros, cuando mucho, unas 15 o 20 personas», explica la encargada.
Es el nuevo protocolo para las inhumaciones, así sea que los fallecidos no estuvieran contagiadas por COVID-19.
En la página 2 de la guía dice: No hay evidencia hasta la fecha que exista riesgo de infección a partir de personas fallecidas por COVID-19. Sin embargo, puede considerarse que estos cadáveres podrían suponer un riesgo de infección para las personas que entren en contacto directo con ellos».
La guía federal recomienda sana distancia en caso de los velatorios, sea en empresas o en domicilios particulares, además de un servicio que no exceda los 20 asistentes en los panteones y con la prohibición de tocar el cadáver y el féretro.
La demanda más alta está en el San Rafael donde existe reserva de cientos de hectáreas de arenales, rocas, montículos de tierra, coronados por huizaches y gobernadora y otras hierbas silvestres, en los límites del cementerio municipal.
Por esas veredas, cercanas a la antigua garita aduanal y de un puesto de mando de la extinta Policía Federal, van y vienen las carrozas de la Perches, de Ríos, San Ángel, Ramírez y Senderos de Paz, ésta última con identificación vehícular de placas de cartón rojas.
En sesenta minutos se pudo observar ocho inhumaciones en el cementerio San Rafael, cuyo rito en extremo abreviado, sólo se llevó de tiempo un poco más de dos horas, con dolientes a distancia de sus muertos. Un adiós lejano.
«Resultará necesario explicar a la familia en términos sencillos la necesidad de no tocar ni besar el cuerpo bajo los conceptos de los mecanismos de transmisión de la enfermedad», explica la guía COVID-19, recomendación que se ha extendido a fallecidos por causas distintas.
El documento de la Secretaría de Salud dice en una de sus partes: «La muerte es una etapa natural del ciclo de la vida, las condiciones en que se presenta determinan el impacto en los deudos.
En esta tierra de las que sale salitre y rocas sólidas al cavar las fosas, los pájaros aterrizan sobre los picos de las cruces de madera y de metal a descansar un poco, para después seguir el viaje. Una señal de vida en la aridez del panteón San Rafael.
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