Cuando un ser humano logra rescatar el pasado y mantenerlo vivo en el presente, esa persona se convierte en un ser eterno.
Así pudiera definirse el paso terrenal del juarense Alfredo Federico López Austin, historiador e investigador reconocido a nivel internacional. Hoy dejó de existir a los 85 años de edad, en la Ciudad de México.
Enamorado de Ciudad Juárez, llevó siempre a su barrio de origen, La Chaveña, tatuado en el alma. Desde hoy será recordado con cariño por su legado y amor a la Historia.
Una gran pérdida para el país
Miguel Ángel Mendoza Rangel, director del Instituto Para la Cultura de Juárez, Ipacult, consideró su partida como una lamentable pérdida. Una gran pérdida, no solo para la ciudad, sino para todo el país.
“Se va un gran historiador defensor de nuestros pueblos indígenas y excelso maestro que nos dio mucho en sus libros de las culturas mesoamericanas y precolombinas”, dijo.
López Austin fue un gran investigador juarense que dio mucho por la Historia, mencionó Mendoza Rangel. Nuestra frontera le brindó siempre un reconocimiento especial por su gran trayectoria científica y literaria, apuntó.
Investigador emérito por la UNAM, fue reconocido por su trascendencia académica como doctor en Historia y experto en temas de Mesoamérica, mito, cosmovisión, religión y magia.
Pero más allá de sus méritos acádemicos, López Austin será recordado por su sencillez y amor a la frontera, a sus alumnos y a su familia.
Alfredo, el de Juárez
Alfredo Federico, ese era su nombre y más allá de sus logros acádemicos, era un hombre sencillo, que amaba a Juárez. Tuvo que dejar la ciudad por irse a estudiar, porque aquí no habían escuelas, recuerdan sus familiares.
A pesar de ser la eminencia intelectual que era, jamás perdió la capacidad de asombro. Y aunque tuvo un sinfín de publicaciones, siempre quiso dedicarse a la literatura.
Su familia en Ciudad Juárez, si bien lo recuerda como un hombre que conocía sobre la cosmovisión y vida de la mesoamérica precolombina, también lo hace como alguien que más allá de sus éxitos y reconocimientos, fue un juarense que siempre llevó el nombre de su ciudad natal con la frente en alto.
La frontera, su gran amor
En entrevista que ofreció a Norte en septiembre de 2013, con motivo de un homenaje que recibiría, López Austin habló de su formación como juarense.
Eran sus primeros años de edad y recordaba principalmente su estadía de cinco años en la secundaria y preparatoria del parque, hoy Federal 1.
“Son bellísimos los recuerdos de secundaria y preparatoria. La ciudad quedó en mi, yo pienso como juarense” dijo en aquella ocasión.
José María Calderón Rodríguez, director del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, describía así la inspiración que le representó este maestro en el aula:
“Con López Austin el mundo fue otro. Era la Historia, aparentemente pasada, que adquiría vida presente. Lo anterior era actual. El ayer, hoy. Lo antiguo, moderno. ¿Quién dijo que la Historia era irreversible? Con Alfredo, la Historia no olía a naftalina, sino a presente actuante y si era imperceptible no lo era por sí misma, sino porque la habíamos hecho invisible”, comentó Calderón.
¿Quién fue Alfredo Federico López Austin?
Nació el 12 de marzo de 1936 en Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Fue hijo de Sara e Ignacio, y hermano de Jorge Eduardo e Ignacio Guillermo. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Nuevo León (1954-1955) y en la Facultad de Derecho de la UNAM (1956-1959). Se tituló con la tesis «La Constitución Real de México Tenochtitlán».
Entre 1965 y 1968 estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM graduándose con una tesina acerca de los cuestionarios empleados por Fray Bernardino de Sahagún durante la elaboración de su obra.
De 1968 a 1970 estudiió la maestría en Historia en la misma facultad, su tesis de maestría se tituló «Hombre-dios. Religión y política en el mundo náhuatl».
Paralelamente a sus estudios de licenciatura y maestría en Historia se desempeñó como investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM entre 1965 y 1976. Ese mismo año pasó al Instituto de Investigaciones Antropológicas de la misma Universidad. Entre 1970 y 1972 estudió el doctorado, titulándose en 1980 con la tesis «Cuerpo humano e ideología: lLas concepciones de los antiguos nahuas».
López Austin recibió durante sus años de formación la influencia de la escuela historiográfica de los Annales, más en concreto del historiador francés Fernand Braudel, cuyo concepto de los distintos tiempos históricos fue reelaborado por López Austin para explicar la realidad histórica de Mesoamérica y para acuñar el concepto de núcleo duro.
Sus investigaciones más conocidas son las de la antigua concepción del cuerpo humano y de las distintas almas que lo componen, las de la naturaleza del mito mesoamericano, las de la creación del mundo y las de la geometría y el funcionamiento cósmicos.
Sus trabajos reflejan su interés por entender la cultura mesoamericana desde la propia visión indígena, a la par que acuña el término núcleo duro y replantea el concepto de Mito.
Entre su obra, compuesta por diversas publicaciones, destacan «Los mitos del tlacuache» y «Una vieja historia de la mierda», esta última cuenta con ilustraciones de Francisco Toledo.
Durante sus últimos años, López Austin dirigió sus esfuerzos para comparar las tradiciones religiosas Mesoamericana y Andina. En esta tarea trabajaba en conjunto con el investigador peruano Luis Millones.
Le sobreviven su esposa Martha Rosario Luján, sus hijos Alfredo Xallapil y Leonardo Náuhmitl, así como sus nueras y nietos.
Descanse en paz.
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