Esa no fue la primera vez que visitaba La Rodadora… De hecho, no solo no era la primera vez, sino que es de mis sitios favoritos en toda la ciudad, ya que uno puede contagiarse de toda la energía positiva que emana. Sin embargo, sí era la primera vez en este año que iba a visitar el museo, y fue una experiencia muy contrastante a lo que era antes.
Todo lucía diferente, incluso desde antes de entrar. Si bien los graznidos de los patos y gansos del vecino del museo, el Parque Central Oriente, continúan y hacen recordar los días previos a la pandemia, lo cierto es que no dura mucho el recuerdo, puesto que una vez que sientes la tela que cubre tu nariz y boca, la realidad vuelve de golpe.
A la entrada de las oficinas del museo, pasé por una cabina descontaminante, así como por el tapete con sanitizante, tomé algo de gel antibacterial y me tomaron la temperatura (obviamente en la frente, como a una persona inteligente que razona y no cree que le matan neuronas o le borran recuerdos de amargos amores, aunque eso último no estaría mal). Debo decir, no importa cuántas veces ni en cuantos sitios diferentes hagas el ritual de sanitización, no te acostumbras.
Una vez que ingresé al edificio se notaba la gran ausencia de los visitantes. El lobby en el que la visita solía dibujar en las paredes de pizarrón y las escuelas hacer sus grupos para ingresar, el largo pasillo que recorre de extremo a extremo el interior del museo, el área de comidas en el que las familias compartían divertidos momentos, las exhibiciones que eran dominadas por sus guías interactivos (los Rodis), etc. todo eso ahora se encontraba inmerso en un silencio tan melancólico, que solo era interrumpido por el eco de mis pasos.
El gerente de operaciones del museo, Enrique Santiago, me recibió con una actitud positiva y una sonrisa en su rostro tan evidente que no importaba que trajera cubrebocas, podías notarla a metros de distancia. Debo aceptar que eso me tranquilizó un poco. Pasamos a su oficina y después de que tomáramos asiento, preparara la grabadora, libreta y pluma, comenzamos a dialogar.
Mi primera inquietud con respecto al museo era conocer su nuevo objetivo durante estos nueve meses que ha permanecido cerrado al público. Ya que Enrique no está acostumbrado a las entrevistas, me respondió con un ligero nerviosismo que las actividades del museo no han cesado del todo, porque a pesar de la contingencia se las han ingeniado para crear talleres online, así como pláticas y concursos que mantienen la imagen de La Rodadora en la mente de los juarenses.
Mientras me platicaba acerca de las dinámicas en redes sociales, la cuales no detallaré porque se encuentran fácilmente, me dio a entender que es gracias a estas que el museo ha mantenido un reporte de actividades que justifican las inversiones con las que se encargan del pago de nóminas de la plantilla de empleados.
Sin embargo, quería saber qué sucedió con los jóvenes que prestaban su servicio social en las instalaciones antes del cierre, los rodis, puesto que el museo es un lugar muy reconocido en las universidades y preparatorias para esto. Enrique mencionó que al igual que muchas instituciones académicas, La Rodadora continuó las capacitaciones de los chicos mediante las plataformas online, de hecho agregó (con cierto entusiasmo debo decir) que Microsoft los contactó e hizo un convenio con ellos en el que patrocinó programas y plataformas que les ayudaron a concluir su servicio social, sumado a capacitadores del mismo museo bien preparados en el uso de estas, que las hacían llevaderas y agradables (ojalá cierta universidad hubiera hecho algo parecido). Es gracias a dicho convenio que podrán continuar con las convocatorias para nuevos rodis a partir de diciembre de este año.
Aunque sonaba de maravilla todo lo anterior, lo cierto es que aún sin mortificaciones por los rodis, el museo no cuenta con apoyo económico del Gobierno, debido a que es una asociación civil, por lo que pregunté cómo es que han mantenido a sus inversionistas y sus apoyos monetarios durante este tiempo sin visita o si es que ya no cuentan con estos.
–No, los apoyos continúan, no nos han abandonado. –me dijo casi tan rápido como terminé mi pregunta, con algo de brillo en sus ojos y un ligero tiemble en su voz, mientras inclinaba su silla hacia enfrente.
El patronato al que pertenecen así lo ha hecho posible. Obviamente han disminuido las cantidades, ya que las empresas que aportan tienen que cuidar su capital. Mientras continuaba platicándome lo anterior, no puede evitar notar que desde mi llegada solo había visto a tres empleados en todo el museo, y aunque es lógico que no todo el personal administrativo tiene que estar presente todo el día todos los días, me adelanté un poco y directamente pregunté si habían tenido que hacer despidos.
–Lamentablemente sí, aún con el apoyo de patrocinadores nos fue imposible mantener a toda la plantilla intacta, por lo que nos vimos obligados a un recorte de personal… –me respondió entre cabeceos lentos y un tono de voz suave.
Al escuchar eso le plantee a Enrique la posibilidad de que el semáforo rojo en el estado de Chihuahua continuara por más tiempo del estimado (es decir, más allá del mes de febrero) y le pedí que me dijera cómo afectaría eso al museo. Tomó un poco de aire y se acomodó en su silla antes de contestar:
–En el caso de que eso sucediera ya podría peligrar el mantenimiento de La Rodadora y posiblemente tendríamos que cerrar… –después de un breve silencio, continuó–. Pero no creo que eso sea inmediato, obviamente primero gastaríamos todas la opciones y recursos para no dejar morir algo tan icónico como lo es este museo.
– ¿Icónica por qué? –pregunté enseguida.
–Porque antes de la pandemia, desde su apertura en 2013, este museo se construyó para ayudar a sanar a la ciudad de los problemas de violencia tan fuertes que enfrentó y sigue enfrentando. No quiero sonar presuntuoso, pero hay gente de otros estados y de Estados Unidos que esperan por nuestro regreso.
–Y una vez que se dé ese regreso, en la nueva normalidad, ¿cómo hará La Rodadora, un museo interactivo, para adaptarse a ella? –pregunté algo emocionado.
–Tuvimos que reinventarnos con una reorganización en las exhibiciones. Rediseños que disminuyan el contacto directo de la visita con estas; sensores, pantallas, audios. Otras exhibiciones tendrán que desaparecer, como los talleres de arte en los que se entregaban materiales, en la nueva normalidad serían kits sellados exclusivos y sin retorno con una demostración de los rodis para que la visita pueda recrearlo en sus casas. El 50 por ciento de las 120 exhibiciones se está transformando para esto. Además de todas las normas de salubridad que dicta el gobierno.
Enrique mencionó que otra de las pocas ventajas de este tiempo sin estar abiertos al público, aparte de modernizar el museo de manera más libre, fue la oportunidad de traer especialistas y voceros a las conferencias virtuales. Por lo que no todo ha sido gris para este museo.
– ¿Cómo han notado la respuesta de la ciudadanía ante los talleres online, concursos y foros en redes, hay interés? –pregunté para cerrar.
–Sí. Como te digo, aquellos que ya eran visita frecuente se muestran participativos e incluso nos contactan para pedir un taller que ya se hubiese dado o dar sugerencias para nuevos. Lo que sí nos sorprendió es que a pesar de la inmensa cantidad de cursos, clases, talleres y demás cosas online que inundaron las redes por esto del confinamiento, nuestro número de asistentes se mantiene. Ellos no quieren dejar morir al museo. –reiteró.
A lo largo del mundo se siguen dado situaciones parecidas a las de La Rodadora y en muchas de esas no han tenido tanta suerte y sus puertas cerraron definitivamente. En una ciudad como la nuestra, que a comparación de las otras tres urbes de México (CDMX, Monterrey y Guadalajara) no cuenta con tantos museos como se desearía, sumado a una sociedad para la que la economía es más indispensable que la educación, no podemos darnos el lujo de permitir que cierren uno, y menos uno levantado con tanto esfuerzo de los ciudadanos. Una razón más para que mínimo… ¡Usen el maldito cubrebocas!
Braulio Alejandro Pérez Baltiher
Es estudiante de 8º semestre de la carrera de periodismo de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
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