En auto o en ambulancias, los viajeros corren y el miedo también. Para actuar contra la pandemia hay que actuar con rapidez.
Solo que existe un Gobierno insuficiente.
El día 3 de noviembre de 2020 fue aterrador para muchas personas: existe una larga fila de contagiados, afuera de urgencias del Hospital General.
No pueden pasar porque está saturado.
Los próximos pacientes esperan la cama que habrá de desocupar alguna de las personas, ya sea porque se recuperaron o porque murieron.
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Carmen Castañeda está dentro de un vehículo, en espera de que la reciban. Es poco el tiempo que queda.
Le envía una señal a su hermano Daniel. Se acerca y le expone su angustia.
“Tengo solo dos horas de oxígeno”, dice. Este apoya las manos en la ventanilla de la camioneta y baja la cabeza.
Se lanza desesperado a apurar a los médicos, pero los guardias lo atajan en la puerta.
Afuera, familiares de otros pacientes o de fallecidos resisten a la angustia, con resultados nulos.
Hablan de muerte y frustraciones. Lloran, unos; otros se alejan para no mostrar su pena.
El siseo que emanan de la garganta de Carmen aumenta. Tiene poco oxígeno.