Ciudad Juárez se encuentra en una zona de climas extremos. Quien tiene más de un año en la ciudad ya lo ha notado. El verano es realmente caluroso, y el invierno muy crudo.
A pesar de ser un desierto, o debido a eso, las lluvias son escasas pero intensas. La ciudad paga el precio de esos golpes meteorológicos: no se justifica el drenaje pluvial, pero tampoco se usa el material adecuado en la construcción o reparación de las calles. Porque a pesar de las lluvias, las calles podrían estar en buenas condiciones. Para ejemplo un botón: El Paso Texas está en casi idénticas condiciones meteorológicas y orográficas, pero las calles no están ni cerca como las de Ciudad Juárez.

Pero en esta entrega no quiero abordar este asunto tan manoseado de los baches, las lluvias y su eterno círculo vicioso. Hoy quiero hablar de responsabilidad: esa tan perdida en las nuevas generaciones de alumnos. De todos los niveles.
La exigencia por la cancelación de clases es el pan de cada día: apenas cae una lluvia medianamente intensa o una nevada ligera, incluso una simple onda gélida, y las redes sociales se llenan de preguntas en el mismo tono: ¿se van a cancelar las clases?
Los estudiantes de hace 20, 30 o más años cumplieron sus obligaciones en condiciones climáticas prácticamente iguales que las actuales. No había de otra. La obligación de asistir a la escuela era la norma.
El frío, el calor, el aire eran solo parte del día a día. Con ellos o a pesar de ellos, la vida tenía que continuar. ¿Había quejas? Tal vez, pero no recuerdo una sola ocasión en que se me permitiera faltar por culpa de la nieve o del frío, mucho menos de la lluvia.
Hoy las cosas son tan distintas. Cada vez cedemos más a una comodidad desbordante, a una irresponsabilidad disfrazada de inseguridad. ¡Si las calles y las ruteras en Juárez siempre han estado en terribles condiciones!
Hay que exigir, claro, pero también hay que cumplir. La responsabilidad también se aprende gracias a la escuela, y yendo a ella, es como la practicamos.