Anita Vaqueira Rodríguez, ondea sus trenzas sujetas por ligas al ir y llevar niños de la escuelita al salón de eventos del albergue Pan de Vida, en la agreste colonia Anapra, repegada a una sierra al norponiente, que divide a México y Estados Unidos, donde está el sueño americano de sus padres y el de sus pesadillas.
Es de una piel morena y brillante, con una chispa luminosa en sus ojos achinados, delgadita como una varita resistente de un árbol y asume la guía de los más pequeños, los 25 infantes que viven en el albergue, quienes padecen uno o más afectaciones psicológicas causada por su situación migratoria.
La organización Save the Children, tiene un registro de 230 niños que han pasado por sus programas de atención psicológica, entre los que se encuentran los que viven en Pan de Vida; el resto, están en el refugio Leona Vicario y otros más, distribuidos en algunas asociaciones religiosas.
La coordinadora de programas de la asociación, Judith Belén Arriaga, señala que como Anita y seis niños más padecen traumas propios de una guerra, con pérdida de sueño, una sensación de incertidumbre, pesadillas y miedo.
“Anita tiene pesadillas, nunca ha superado la violencia de las maras salvadoreñas que se llevaron su hermano de 15 años para enrolarlo en la pandilla La 18, se metieron a su casa y mataron a su papá, hasta que decidieron salir del país”, relata.
A lo lejos, Anita acaricia la cabeza de un niño de unos seis años, que conducen al salón de eventos donde estaban a punto de celebrar el Día del Niño centroamericano, con piñata, pastel y juegos que son llevados por miembros de Save the Children.
El programa de la asociación proporciona terapia psicológica a niños y adolescentes, tres veces a la semana en el propio albergue, ubicado en las calles arenosas de Hipocampo y Ostia, de la colonia Anapra, en los límites de Estados Unidos y México, del otro lado está Nuevo Mexico.
“Entendemos que los niños, al igual que los adultos, habrán tenido que dejar su casa y seres queridos atrás, habrán visto situaciones muy desagradables y pueden sentirse confusos y desorientados, a lo que se agrega la incomprensión que supone para un niño no conocer de fondo ni siquiera el por qué”, indica.
Explica que por lo general los niños, aunque vulnerables, también son fuertes y flexibles (son especialistas en adaptarse, sólo que hubo un retraso en su tratamiento con la llegada de la pandemia por COVID-19, porque los psicólogos dejaron de acudir a los refugios.
Anita es resiliente y utiliza los juegos para superar su propio trauma al tiempo en que entretienen a sus compañeritos, a los que los pone a actuar como actores en una obra de teatro en temas que le da su imaginación.
Se abraza a la piñata, un personaje de Plaza Sésamo, ronda el pastel en espera de que sea cortado, brinca y atiende las instrucciones del juego de las canoas, conducida por una muchacha de la organización, quien los pone a bailar.
El sol se oculta por el lado de esa zona, va bajando al tiempo que debilita su luz y se torna de un oscuro rojizo que cae sobre la sierra de Anapra; solo quedan las luces de la ciudad de El Paso, Texas; a unos metros está el sueño de estas familias, no de Anita, quien dice no querer vivir allá.
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