“Señores del Seguro, ya no sigan matando tanta gente, ustedes saben que esas máquinas de la hemodiálisis están mal”, expresa don Jesús González Barajas, mientras camina rumbo a la tumba de su esposa.
Va cargando un bote de agua que llenó en la pila que está a la entrada del panteón Tepeyac de Ciudad Juárez.
Visita el sitio los tres días de la semana que antes usaba para llevar a su mujer a recibir hemodiálisis en el Hospital número 35 del IMSS.
Margarita Reyes Crisanto era originaria de Texistepec, Veracruz, y tenía 52 años cuando le diagnosticaron insuficiencia renal. Desde entonces tuvo que ir a recibir hemodiálisis.
A veces ella y su esposo iban a comprar sandías por el kilómetro 27 y en ocasiones llevaban a otros pacientes a paseos cortos. Ya tenían sus rutinas.
Un día, se fue la energía eléctrica en la clínica y a partir de entonces, todo cambió, cuenta Jesús mientras rocía con agua la tumba de cemento.
“Desde que se acabó esa luz, se acabó todo. Cuántos hemos visto morir. A Ivonne, a doña Mary, a doña Tere, Juan Antonio, todos los compañeros se empezaron a ir de uno por uno”, recuerda.
“Mi esposa –añade– se enfermó de hemodiálisis hace dos años y medio y la empezamos a atender en el Seguro. En un principio todo estaba muy bien, pero se complicaron las cosas”.
La falla en las instalaciones coincidió con señalamientos de otros pacientes sobre que en la sala había una bacteria y que los enfermos se estaban contagiando.
“Se pararon las máquinas y de allí mi esposa empezó a tener calambres, empezó a desvariar, salía con escalofríos (…); de ahí mi esposa empezó a decaer”, relata.
De acuerdo con el testimonio del hombre, de 70 años cumplidos y de oficio chofer de personal, los últimos días de septiembre, Margarita fue internada de urgencia por una infección en el catéter por el que le hacían el filtrado de su sangre.
Entonces le quitaron el dispositivo y le suspendieron la hemodiálisis.
“El martes primero (de octubre) le pusieron la sangre como a las 11:00 de la mañana y mi esposa falleció a las 3:00 de la tarde, ya no resistió, pero el catéter se lo habían puesto desde el viernes y no le ponían la sangre. Es que necesitan bajarla y nunca la bajaron”, platica, devastado.
Cuando ocurrió el deceso, la mujer tenía doce días sin hemodiálisis. Sus síntomas fueron similares a los que describieron pacientes que, mediante estudios de laboratorio privados, constataron que estaban contagiados por una bacteria.
Fueron esos días malditos en que la gente salía del hospital con vómitos, dolores de cabeza, temperatura y en la etapa más crítica, desvariando, como Margarita.
“Yo les digo a mis compañeros que están ahí todavía en hemodiálisis, a los familiares, únanse, para que no anden como yo aquí. Yo llevo 43 días, vivo contados con mi esposa, pero aún no lo soporto”, exclama Jesús, agotado por su propio relato.
Es como si el peso de sus palabras reviviera su pena. Para calmar el dolor que todavía siente, el hombre visita el cementerio los mismos días que antes llevaba a Margarita al hospital a recibir la hemodiálisis. Ahí, sentado en una lápida, lleva dos refrescos de lata para beberse una y la otra compartirla con ella, entre las tumbas.
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