Cuando pasó, en la colonia Melchor Ocampo experimentaron el miedo. Los niños, con pánico; los adultos, algunos en la línea entre el morbo y el temor; otros, alarmados.
Todos con estremecimiento acudieron a presenciar la posesión diabólica que ocurrió en 1974 en la vivienda de la calle Saltillo.
Al misterioso triángulo que forman las calles Saltillo, Porfirio Díaz y Acapulco, al sur de la colonia, donde está la casa marcada por el 1535, se acercaban los vecinos para atestiguar el rumor que corría veloz: “hay una niña a la que se le metió el diablo”.
Los vecinos más cercanos a la vivienda, cuando no eran espantados, lograban asomarse por la pequeña ventana rectangular. Por ahí se podía ver a una niña de unos 11 años, de cuerpo delgado y piel blanca, tendida en la cama aparentemente dormida.

Los alumnos de la escuela primaria Lic. Luis Cabrera (entre ellos, yo), ubicada en la calle Porfirio Díaz, veían a la niña todos los días en los corredores del plantel antes de que fuera poseída.
Pero todo cambió cuando por primera vez cayó al suelo, fulminada dentro de su salón de clase.
Todo pasó por la mente de los alumnos, sorpresa, miedo y curiosidad, porque al estar en el suelo, su cuerpo se contraía en largos espasmos, endurecía su mandíbula y el iris de sus ojos desaparecía en dos globos blancos en las cuencas.
Algunos de los niños se replegaron en los rincones del aula, otros de forma instintiva alcanzaron la puerta y los más ¿diablos?, querían ver los gestos que hacía la compañerita. La niña fue atendida de inmediato por la maestra Sofía, cariñosamente la “seño Chofi”, quien se encargó de llamar a la Cruz Roja.
Eran los días de mayo cuando la piel sombrea un poco por el sol, pero era diferente con la menor que sobresalía no sólo por su actitud retraída, sino también por la palidez extrema de su rostro y su carácter escurridizo cuando alguien se le acercaba.
Un día se fue de la escuela. Nadie supo por qué.

Pero poco tiempo después, el rumor se propagó por los laberintos que tiene la colonia Melchor Ocampo por calles: la Bolaños Cacho, la Montemayor, la Juventino Rosas y las propias del triángulo.
“Dicen que está poseída por el diablo”, comentaban los vecinos del sector.
Y ahí llegaban. Se paraban en la esquina en espera de que saliera una señal maligna de la casa. Otros rondaban y alzaban el cuello. Muchos de plano inclinaban el cuerpo y se asomaban por la ventana. Muchos se juntaban y hablaban.
“Suda mucho”, “de repente se levanta y como que pide algo”, “algo harían sus papás”, “¿no han traído a un sacerdote?”, “pobre criatura”, “dicen que se la van a llevar a otro lado”, “lo que necesita es un doctor”, “se la van a llevar a un hospital porque tiene epilepsia, porque ya no reacciona”, se escuchaba.
Por esos días apenas había pasado el estreno en Ciudad Juárez de la película “El Exorcista”, que en esa época provocó una fila kilométrica frente a la taquilla del cine Variedades, en la avenida 16 de Septiembre, donde está hoy la tienda “Moda Telas”, en el centro histórico.
La primera función había sido de tarde y la película estaba clasificada para adultos “por su fuerte contenido” diabólico.
Por esos años no todos tenían la experiencia de haber visto a nada más y menos que a Lucifer en pantalla grande. Menos con los nuevos efectos técnicos que había en el cine de ese entonces.
Los curas de las iglesias de Juárez lanzaron una condena a la película por exaltar el mal con esta proyección. Aaunque otros sacerdotes, más mesurados, expresaron su incredulidad y llamaron a los juarenses a no caer en las supercherías.
Lo cierto es que “El Exorcista” no sólo fue un estremecimiento local, ni siquiera nacional, sino mundial, cuando se filmó a principios de 1973 en la barriada de Georgetown, en Washington DC y proyectada a finales de este mismo año.
En esos días muchos niños de Juárez, pero de forma especial, los de la colonia Melchor Ocampo, no podían dormir por el espanto que tenían. Debido a ello, muchos fueron advertidos de lo que podía pasar si se acercaban a ese triángulo extraño y morboso.
Entonces se pensaba que el diablo era un delirio, un ser sobrehumano. Ahora, simplemente un intento de los humanos de explicar el mal. ¿Pero, quién sabe? En la Melchor Ocampo no lo pensaron así, al menos por lo que pasó en el 74.


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