Para Juan Fierro García, pastor de la Iglesia metodista de México y director del albergue El buen Samaritano, las expresiones de rechazo que algunos medios de comunicación y usuarios de redes sociales difunden, se deben principalmente al desconocimiento de la realidad de las personas migrantes.
“La mayoría se basa únicamente a lo que comentan en las redes sociales, pero nunca han tenido un acercamiento con un migrante y ver realmente su realidad, por qué están saliendo de su país”, plantea.
Desde que se acrecentó la crisis migratoria, en noviembre del año pasado, el albergue que administra Fierro García da alojamiento a un promedio de 100 a 120 personas diariamente, según datos proporcionados por él mismo.
Poco más de la mitad son mujeres y una cuarta parte niños y niñas.
“Estamos buscando que ellos se desarrollen como seres humanos aquí en México, y que si Dios les permite estar en Estados Unidos porque aprobaron su asilo político, pues que bueno que puedan estar con sus seres queridos…”, afirma el hombre cuya misión de apoyo ya cumplió cuatro años, con el apoyo de su esposa y personas de la congregación.

En El Buen Samaritano priva una sensación de esperanza, pero también prevalece, escondido, un dejo de tristeza.
Los niños pasan corriendo debajo de la ropa que las mujeres tienden en el patio. Se les ve felices. Pero al mismo tiempo, hay personas sentadas que apenas pueden contener la desesperación que sienten ante la incertidumbre de si les concederán asilo o los deportarán a sus países de origen.
Como Juana Costa, una señora hondureña de 53 años que busca llegar a Estados Unidos, para poder darle a sus nietas una mejor vida que la que ella vivió en su país natal.
“Soy retornada. Nos toca la audiencia el 23 de julio si Dios lo permite”, comenta mientras lava a mano un poco de ropa sobre un lavadero de cemento.

Se define a sí misma como una persona luchadora pero que no tuvo las suficientes oportunidades para poder progresar.
“Uno es una persona luchadora. A uno sus padres le han enseñado a ser luchadora, a luchar por la vida, por sus hijos, porque uno ha sufrido con sus hijos y uno quiere una mejor vida para ellos”, añade.
Adentro, en la cocina, la hermana Martha prepara tortitas de papa con huevo. Es una juarense con arraigo. Empezó en el trabajo altruista cristiano desde antes de que se abriera el albergue que entonces era un comedor para niños de escasos recursos.
Para Martha el trabajo de ayudar a los migrantes es un motivo de felicidad.
“Pos mire, se siente bonito porque esto es para el Señor, porque dice en su palabra que nos ayudemos unos a los otros”, refiere.

En el albergue existe actualmente el proyecto de ampliar las instalaciones acondicionando una bodega contigua para ampliar la capacidad a un cupo de 260 personas.
El proyecto depende de que las autoridades hagan fluir los presupuestos públicos. Al cierre de este reporte ya se tenían las paredes pintadas y un hombre de origen cubano hacía labores de velador.
A simple vista se pudo observar que aún falta un buen tramo para que el lugar este en condiciones de alojar personas.
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