El viento corre a más de 60 kilómetros por hora, son poco más de las 9 de la noche, madres, hijas, sobrinas, familiares de mujeres víctimas de violencia e integrantes de grupos feministas se reúnen en el memorial del Campo Algodonero.
Como otras tantas noches del 7 de marzo, las mujeres se reúnen en este punto simbólico para la lucha feminista en Ciudad Juárez para esperar la llegada del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.
Con velas y vestidas de negro, morado y blanco, recuerdan a aquellas cuya vida les fue cruelmente arrebatada. Vidas que no fueron protegidas por las autoridades encargadas de hacerlo y quienes tampoco hacen el menor esfuerzo para encontrar a los culpables.
Recorren el memorial del Campo Algodonero teniendo de fondo el sonido estremecedor de la campana “Ni una más”, que utiliza la Red Mesa de Mujeres en momentos especiales como este.
Hacen breves paradas en puntos del memorial, mencionan casos emblemáticos en los que fueron encontrados cuerpos sin vida de mujeres, como Arrollo del navajo o Campo Algodonero.
Las protagonistas de esas historias llenas de crueldad, las madres de las víctimas, cuentan brevemente sus relatos de lucha y dolor en el que han tenido como principal enemigo un sistema al que parece no importarle lo que suceda con las mujeres.
Exigen acciones a las autoridades de gobierno. Señalan que actos como el realizado el pasado 6 de marzo, en este mismo punto, son únicamente para quedar bien ante la sociedad y lo que quieren realmente es avances en las investigaciones de las víctimas de violencia.
Quieren que se resuelvan sus casos y que procuren acciones para que ninguna madre, ninguna hija, nadie, tenga que vivir una situación parecida. Quieren dignidad para sus víctimas, tener un espacio para acordarse de ellas, de sus vidas, sueños y esperanzas, pero coinciden, en que los memoriales y esta clase de luchas no deberían de existir, porque se supone que ya hay autoridades que las protegen, pero claramente son demasiado deficientes.
El grito de “¡Ni una más!” retumba en el memorial y viene acompañado de fuertes rachas de viento que provoca que se apaguen las llamas de algunas cuantas velas. No obstante, para las madres, veteranas en esta lucha, estas ráfagas de viento no son provocadas por ningún fenómeno climático, son ellas, aquellas a las que le arrebataron la vida, pero nunca su espíritu, y cada 7 de marzo lanzan sollozos a la ciudad para exigir que por fin se les haga la justicia que les han negado por tantos años.
Tras leer un posicionamiento, las mujeres, las hermanas, las madres, hijas y sobrinas, realizan una pequeña convivencia. Escuchan música, comparten café, pan, risas y abrazos entre ellas.
Recargan fuerzas, el 8 de marzo está a la vuelta de la esquina y, como ellas mismas mencionan, mientras Dios siga dándoles vida, seguirán gritado y saliendo a las calles para ser la voz de las que ya no pudieron acompañarlas.
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