El rapero Juan Antonio Becerra Silva no tuvo infancia. Sus padres lo abandonaron. Sus tíos traficaban armas y a los 10 años fumó por primera vez un “zigzag”, una mezcla de mariguana y cocaína.
Tenía una semilla de rencor en su corazón, como lo explica. Solo pensaba en matar gente y consumir droga. Tenía acceso a las dos cosas, armas y cocaína, su familia lo facilitaba.
Hace 10 años inició el descenso al abismo, en Uruapan, Michoacán; continuó en Ciudad Juárez, hasta que llegó al centro de rehabilitación Renovados en Jesús, donde lo contó.
Juan Antonio vive desde hace cuatro años en el centro de rehabilitación, ubicado en la calle Cobre #739, en la Bellavista, colonia considerada “zona caliente” por el estudio “Perfil socioespacial de los homicidios en Juárez”.
“Solo recuerdo cosas malas”
Juan Antonio, a sus recuerdos: “La mayoría de las cosas que recuerdo son cosas malas. Mis padres se separaron. Mi padre estuvo 15 años preso por narcotráfico y mi mamá viene de una familia disfuncional«, relata.
Está sentado en uno de los dormitorios del centro cristiano. Atrás de él está un ventanal, por donde entran chorros de luz y se filtran los ruidos del barrio, Los Muertos 13, la clica oficial.
“Mi mamá se fue a buscar el sueño americano. Yo me quedé con mi abuela. Todos sus hijos, mis tíos, se dedicaron al narcotráfico desde muy chicos”, cuenta.
Su madre, Guadalupe Silva, se casó a los 15 años, con Luis Becerra. Cuando su marido cayó preso, viajó a Albuquerque con su hijo pequeño, de dos años. Juan Antonio se quedó.
“Desde niño me sentí abandonado, sinceramente, sí. Nunca tuve una cobertura de una madre y de un padre. Cuando iba a la escuela, yo miraba esa cobertura en otros”, enfatiza.
Taladrar el corazón
“Conforme pasaron los años a mí me empezaba a taladrar el corazón. Empezó a nacer en mi corazón una semilla de resentimiento por falta de padres», narra.
Juan Antonio es de una figura menudita, en apariencia frágil. Adquiere fuerza cuando sus brazos empiezan a volar para apoyar su testimonio.
Se toca el corazón, lo estruja con sus manos. Coloca la palma de su mano en el pecho para señalar cómo le duele su adicción.
“Mis tíos eran de rancho, sembraban mariguana”, repite. “Yo todo eso lo veía y es lo que se me quedó grabado en mi mente”, agrega.
Bajar en zigzag
Suelto, sin dirección, Juan Antonio se reunió en unas tapias, con amigos mayores, de 20 años. «¡Dale!», lo animaban a probar lo que se conoce en la jerga de los adictos un zigzag, que es una mezcla de mariguana y cocaína, forjada en papel tabaco.
“Cuando fumaban me daba pura risa. Veía las cosas como un juego, como estar en una nubecita. Esa sensación me gustaba. Así drogados, jugábamos entre nosotros”, explica.
“Pensaba que la vida era así. No estaba consciente”, ahora lo reconoce. Entonces no lo sabía, tenía 10 años. Tampoco que iniciaba su travesía por el abismo.
Adolescencia: decisiones que cobran factura
“Pasado un tiempo, mi mala decisión cobró su efecto. Empecé a sentirme muy solo. Con mucho dolor. Resentimiento. Muchos pensamientos que pasaban por mi mente”, agrega.
La única acompañante de Juan Antonio era la ansiedad, devoradora de tripas. “Lo único que quería era drogarme, porque me hacía sentir bien”.
“Si no la tenía (la droga) me sentía desesperado, enojado y triste. Me acordaba de mis papás y eso me servía para tener una excusa para seguir drogándome”, explica.
“Quería hacer lo de mis tíos. Los veía que traían pistola. Movían drogas, entonces ese era mi pensamiento. Matar gente. Ser mala persona”, cuenta, sobre la repetición del patrón familiar.
El día en que lo secuestró el narco
“A cualquiera que me decía algo, le disparaba, pum-pum-pum. Así balaceé a un grupo de chavos, pero gracias a Dios no les di. Se quejaron con la Policía Federal y me agarraron”, cuenta.
La autoridad lo iba a mandar a una escuela correccional, pero uno de sus tíos sobornó a un funcionario para que lo liberaran, solo que ya estaba en la mira de los policías federales.
“Ya había robado hasta las tarjeas bancarias de mi abuela”, narra Juan Antonio, quien rodó con su dependencia, de una correccional a otra.
Llegó a un internado en el que permaneció por dos años, tiempo en que suspendió su consumo de drogas, aunque después lo expulsaron, advierte.
“Al salir del internado, afuera ya no estaba igual”, dice. Las reglas cambiaron, ahora la seguridad estaba cargo del narcotráfico. Las organizaciones criminales mantenían el control.
“Ya todo estaba todo supervisado por la gente mala. Me tenían en la vista y me levantaron. Me iban a matar, peor cuando investigaron, se dieron cuenta que me confundieron”, agrega.
“Ya no te queremos aquí, salte de aquí. No sé cómo le vas hacer, pero no te queremos aquí”, le dijo uno de los líderes de Uruapan. Así llegó a Ciudad Juárez en 2017.
Sus fantasmas lo persiguen hasta Juárez
Loco, demente, alienado, lunático, chiflado y pirado, son palabras para definir a los adictos, de quienes no tienen información sobre los estragos de la dependencia a sustancias.
El escritor Ignacio Solares, en su reportaje “Delirium tremens”, explora la implacable adicción que causa el alcohol, que es similar a otras sustancias. “Trastorno médico causado por la retirada abrupta a la droga”, lo define.
“Sentía que me seguían. Andaba brincando las bardas. No reconocía a mi madre, le faltaba el respeto. Miraba soldados por las noches, cosas que no eran de este mundo”, explica.
En plena guerra contra el narco, iniciada en el sexenio de Felipe Calderón, el estado se militarizó, con ello, los delitos se dispararon.
“No podía dormir. Desesperado. Me daba mucho miedo por las noches. Cuando no tenía droga, me sentía muy desesperado. Estaba en los huesos y muy viajado”, enfatiza.
Su madre y su hermano menor lo acompañaron durante su estancia en Juárez, pero sentía que no tenía remedio.
“Nunca vas a cambiar, ya hice todo lo que pude. Por el bien de tu hermano, me voy. Haz tu vida”, confía lo que le confesó su madre.
La guerra en la mente
“¡Ya lo tocó! Otro que decía ¡Es mío! Esa voz me quería endurecer, estrujando mi corazón con fuerza. Con la otra, me daban muchas ganas de llorar”, narra. Esas voces lo acosaban.
Impulsado por el delirio, abandonaba la casa. Observaba a los vecinos para comprobar que no eran ellos los autores de las voces.
“Me puse a llorar. Dije: Señor, ya no puedo (porque ya me habían hablado de la Palabra). Dios tiene un propósito para mí, me decían los hermanos. Así llegué al centro cristiano”, relata.
“Ya estaban tableado y arrastrado, cuando llegué. Aquí me di cuenta que necesitaba afecto. Entendí que tengo un propósito en esta vida y que Dios me lo mostró”, cuenta.
El rapero de Dios
“Cuando llegué aquí, experimenté la vida dentro de mí. El espíritu de Dios empezó a fluir dentro de mí. Yo lo que quería era predicar la palabra de Dios a todas las personas, hasta al perro”, narra Juan Antonio.
“Me sentía alegre de decir ‘Cristo cambió mi vida’. Ya me sentía diferente, no tenía ansiedad. Conocí a Ogaz (Oswaldo, director del centro), quien me estimuló”, indica.
Y advierte: “Yo venía dañado y necesitaba mucho afecto y Ogaz me lo dio. Estaba acostumbrado a los golpes. Yo lo que necesitaba era cariño”.
El poeta Oswaldo Ogaz, director del centro, egresado de Ciencias de Comunicación de la Uach, le enseñó a componer versos, rimas y sonetos, para utilizarlos en canciones de rap. Ahí comenzó su carrera como rapero.
“Cuando rapeaba en semáforos y en campañas religiosas los chavos me felicitaban. Me decían que les levantaba el ánimo. Eso a mí me motivaba a predicar”, señala.
“Este es un propósito de Dios, es él quien me dio esa habilidad. Puedo formar versos, una rima, son cantos que no alimentan las emociones, sino al espíritu a través, del rap”, explica.
Mirar el abismo a los ojos y volar
“Tengo unas metas, aprender inglés, no tener un título, sino solo aprender. Grabar un disco, pero mi mayor meta es tener un ministerio, una iglesia y un centro de rehabilitación”, cuenta su visión de futuro.
“También formar una familia. No es que no quiera una ahorita, pero primero debo tomar buenas decisiones, tendiendo la mano al caído”, agrega.
“Y rapear. Que quede una huella”, cuenta Juan Antonio. Y agrega: “Que al rato mis hijos, cuenten: mira, mi papá grabó esto”. Que no sean angelitos de alas heridas, como él.
Encuentran que hasta bebés dan positivo a fentanilo
Extienden pruebas de uso de drogas al 100 por ciento de fallecidos en Baja California; advierten de riesgo en ciudades fronterizas
Por Teófilo Alvarado
¿Conoces a alguien con alguna adicción y que quiera rehabilitarse? Esta información puede ayudar
Ofrecen 70 becas de internamiento que les permitirá recibir tratamiento
Por Francisco Luján
Asegura secretario de Seguridad Pública Municipal que van a “quitar armas y drogas de las calles”
César Omar Muñoz destacó que, hasta el momento, no han detectado laboratorios de droga en la ciudad
Por José Estrada
Hallan dos cuerpos enterrados en fosa clandestina de la Francisco Villa; podría haber más
Agentes continúan en el operativo de la calle Cafeto
Por Redacción