Pertenezco a la Generación X, los ochentas vieron mis primeros pasos, pero en los 90 tuve el pelo largo, bebí cerveza y vi MTV. Además, crecí en la frontera de Juárez y el Paso, es un privilegio saber cómo se descompone un dólar así que cómodamente puedo decir peseta o nicle.
Cuando mi familia ponía música regularmente se trataba de aquellas baladas que todo el mundo se sabía y de las que en cualquier casa había un disco, así que si tienes 35 años o más, seguramente conoces la misma música que yo: Los Terrícolas, Beto Lozano, Los Pasteles Verdes, Los Solitarios, etcétera. Mi madre usualmente encendía la radio en AM y escuchaba música norteña.
Un día me encontré con una estación de rock en español, ahí escuché a los que me incitaron a ser locutor y a escuchar cierta dieta musical. Básicamente aquello era mi pasatiempo y la única red social donde aparecía tu nombre, –aunque muy pocas veces–, solo cuando te mandaban saludos y eso no era todos los días. Lo mejor es que nadie dejaba frases matonas de esas de Facebook, aludiendo triunfalismos ñoños o el supuesto éxito mañanero.
Nunca pensé que aquella música trascendiera, solo escuchábamos y vivíamos el momento, seducidos con luces estroboscópicas que luego se tornaban en una foto fija en color sepia; en esa foto estaba mi calle, las cruces del aterrado panteón, mi madre cargando bolsas, un gran signo de interrogación –¿quién es mi padre?–, hermanos en la maquila, la escuela frustrada, el pelo largo que rompía el viento, mi amigo Tecky y la esquina del barrio lleno de costras viejas esperándonos cada viernes con envases de cerveza; en aquel tiempo soñábamos con ser poetas, revolucionarios o justicieros. Qué bueno que ni siquiera el esfuerzo hice, hoy estuviera arrepentido.
Todo eso acontecía en el escenario de un país que ofrecía una ópera rock con escenas del Fobaproa, el EZLN, la devaluación, las guerrillas, lo asesinatos de políticos, la transición del IFE, el marranero del PRI, la construcción de los mártires de la patria (AMLO), la superinflación, Mario Aburto, el dominio de Televisa, los Arellano Félix, pero en la radio sonaban “Nubes”, “El ojo de venado”, “Nos vamos juntos”. Esas canciones y muchas más me vieron crecer entre devaluaciones, surgimientos zapatistas y traiciones a la patria.
Eran los tiempos de un México rendido, convencido de que nunca saldría del tercer mundo. Decir tercer mudo es elegante, pero la verdad estábamos en el 5º, lo salvable es que entre esta leucemia ambiental se escuchaba “Sombras en tiempos perdidos”. En un viejo sofá, mi cuate y yo deteníamos la cinta y analizábamos la letra cual dos doctores en Ciencias Sociales con primaria terminada. Leer nos daba una luz de esperanza, “leíamos las letras”.
Lo entrecomillo porque era un lujo no tener TikTok o Instagram; las ideas se generaban desde empujar unas letras hacia adentro para que luego el cerebro las tejiera y posteriormente las escupiera.
Consolidado hoy, su servidor, con licenciatura, maestría y doctorado en ser un don nadie, espejeo y veo atrás, aunque estoy a un centímetro de perder el trabajo, concluyo en que permanecer vivo ha sido bello. Nacer en Juárez y vivir camuflado con el polvo, crecer en el barrio de la tiendita, el charco, el fierrero botellero, el trinar de los pájaros y el sonido ramplón de las cumbias allá en la contra loma, son parches que me abrigan.
He caminado con mucha fortuna, no he tenido que emigrar, y la ciudad me recibe siempre en una alfombra que no me deja espinarme. Oler y caminar sus calles, es música, desentonada, pero al fin música. En los ochentas la música era otra, pero con el pasar de los años la ciudad se fue desafinando, y conforme pasa el tiempo no solo se han perdido los tonos, se ha dinamitado parte del instrumento y del cantor, por eso es importante que la otra noche la ciudad tuvo música, como en los mejores tiempos, en ese sitio, lleno de simbolismos, colmado de recuerdos.
Hace más de 30 años se escuchó “Cuando pase el temblor”, pero esta semana ahí sonó “La célula que explota”, y las generaciones vibraron, cantaron y lloraron. El lugar se arrulló con tanta voz de cuna que requería llorarle a los años extraviados. El Centro Cultural Universitario casi vomita de tanta gente, mientras la ciudad con cara de viejita chimuela dormía y los baches que croan, velaban su sueño, mientras el universitario exudaba recuerdos mientras cantaba “me voy yendo, como el mar…”.
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