Justo en Día de Muertos –el 2 de noviembre– a las 20:00 horas, José Manuel Ortiz Báez, de 50 años, ingresó al hospital del IMSS del que nunca salió. Sin atención, la muerte llegó 16 días después, en una larga cadena de presuntas irregularidades.
José fue puesto en cuarentena por su patrón -durante el repunte de la pandemia- el 27 de octubre, por estar clasificado de alto riesgo por su enfermedad de diabetes; ese día se trató de una tos, de la que su esposa, Luz María Castro, asegura que se alivió.
2 de noviembre: “Aquí empezó todo”
“Me siento mal”, confesó a su esposa. Le pidió que le diera un plátano, porque sentía que estaba bajo de azúcar. Mientras Luz preparaba la comida, José no aguantó y pidió auxilio, cuenta Luz. Llora y se recrimina: “Nunca le chequé el azúcar”, y agrega: “aquí empezó todo”.
A las 20:00 horas acudió al Hospital de Zona 6 del IMSS, al área de urgencias “normal”. Una enfermera lo revisó: 520 puntos de glucosa y 92 de saturación de oxígeno, temperatura normal. Informó a una médica que chateaba en su celular, que nunca se acercó al paciente.
“Mándalo al túnel”, ordenó la doctora. Así le llaman al área Covid en un viejo sótano estrecho. La angustia. «¿Dónde es?», preguntó Luz. “Sigue las líneas”, respondió la facultativa, sin dejar de atender su teléfono móvil.
3 de noviembre: “Vengo prestada”
Luz se aferró a entrar al túnel con su marido. Lo checó: glucosa, 600 y oxígeno, 92. Empezó a gritar ¡Necesita insulina, se va a morir!”. Una enfermera se negó. “No hay médicos y eso sería automedicación”. Después, accedieron que José se inyectara, “bajo su riesgo”.
A las 14:00 horas llegó una doctora. “Vengo prestada”, advirtió. La doctora venía del Hospital General Regional 66. Ya oscurecía. “Voy a atender solo a los de adentro”, condenó. Afuera había personas graves. “Tu esposo está bien. Se va a quedar aquí, para la prueba Covid”, dijo.
10 de noviembre: “Nos tienen abandonados”
José fue ingresado al cuarto piso, a la cama 342, el 7 de noviembre. “Empezó otro martirio”, cuenta Luz. No lo había examinado un médico y hecho estudio alguno. El 10 de noviembre, envió un mensaje de WhatsApp: “Tengo la pierna hinchada. Me duele hasta la nalga”.
“Tuve (que) llorar y gritar. No aguantaba mi pierna, nos tienen abandonados”. Era una trombosis, aseguró una enfermera. No había doctores. Para calmarlo, le dijeron que venía un especialista de la 35 o -si no- lo llevarían para allá. Se programó el 12 de ese mes el traslado.
14 de noviembre: “Lo peor”
Hospital de Zona 35. Luz llegó a las 17:00 horas a preguntar por José, quien estaba en la unidad de respiración 2. No lo habían atendido, por cambio de turno. Eran las 20:00 horas. “Vete, no creo que llegue alguien. Ya son las 10 de la noche”, le dijo José.
Luz cuenta lo que dijo un enfermero: “su esposo ya no está aquí. Está en piso 8, en la cama 821”. “Es fin de semana”, argumentó, y aseguró que “le dan los medicamentos que traía de la 6”. Habían checado antes y tampoco había. Era un anticoagulante escaso en el IMSS.
15 de noviembre: “Sácame de aquí”
“Es domingo, señora”, le dijo un enfermero a Luz. No había médicos, ni quien realizara estudios. Resultados Covid. Una radiografía de tórax. Una revisión médica. Lloró. Gritó: «¡No merezco que me traten así!». Contactó a una abogada para intentar sacarlo del hospital.
“Sácame de aquí o pide que me intuben. Ya no aguanto más”, suplicó José a su compañera el 16 de noviembre. Luz se entrevistó con el subdirector de la 35. «No puedo hacer nada» y “ellos vienen, pero no están trabajando”, “su esposo tiene que resistir,” son las confesiones.
17 de noviembre: “Él está bien”; había muerto
José falleció a las 14:00 horas. Consultorio 12 del primer piso. “Dentro de los parámetros normales, tu esposo está bien”, informó un doctor a Luz, a las 14:20. Lo grabó. “En una semana te lo llevas”, dijo. En el folio 210133659 del acta de defunción dice: “SARS-CoV-2”.
18 de noviembre: “Le llevaba sus chanclas”
Ese día 15 volvió contenta. Sus dos hijos, de 23 y 20 años, se alegraron por la recuperación de su padre. “Llevaba sus chanclas, su papel y su jabón… No sabía nada”, cuenta sentada en un banco de un parque frente a su vivienda en la calle Marte de la colonia Satélite.
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