Lo que contaré es una historia real, pero no existe algún sustento documentado, los personajes que aparecen en esta historia, no son inventados, básicamente es un hecho citadino que aconteció Iniciando el año 2000; puede ser contado para utilizar su aleccionamiento y entender a algunas personas, de las cuales, si vinieran los extraterrestres, no podríamos explicar su comportamiento.
Sin embargo, a través de un ejemplo como este, podemos entender la conducta desplegada y la conducta de respuesta.
En Ciudad Juárez hay una acequia que anteriormente fue la zona limítrofe entre Ciudad Juárez y el Paso. Esa mentada acequia se convirtió en diversos campos deportivos sobre todo de futbol; acá en Ciudad Juárez se le llama futbol llanero.
En uno de los tantos partidos dominicales que se disputan, un árbitro equivocó una sanción; la mala decisión tuvo efectos colaterales toda vez que el público presente y sobre todo los ofendidos, le gritaron que marcara cada jugada sin haber motivo aparente, la intención era molestarlo y darle carrilla, como decimos en el norte.
“¡Árbitro, marca eso!”. “¡Árbitro, pítale!”. “Árbitro, ¿qué no ves?”. “¡Árbitro, estás ciego!”. Cada vez que una jugada se comprometía, la gente azuzaba al árbitro, pero lo hacía con sorna, de forma que le recordaban que se había equivocado anteriormente y que había perjudicado a uno de los equipos.
Solo que en este deporte –llanero– no hay forma de disculparse; cuando se marca algo, se queda tal cual.
Parte del primer tiempo y todo el segundo, estuvieron fastidiándolo, hasta que no aguantó, se detuvo y gritó con desesperación, con la cara descompuesta y los brazos levantados al cielo: “¡Ya, pues. Me equivoqué, me equivoqué. ¿Qué quieren que haga?”.
Cuando ocurrió eso, la porra de arruinadores oficiales, soltó las risas, era evidente que la guasa desesperó al que imparte justicia en el campo y aquel perdió la calma, incluso se distrajo del partido para acercarse a la línea que delimita el exterior del interior del campo para darse el tiempo de reprochar la actitud de los fastidiosos, es decir, lo hicieron perder la cordura.
Pasó lo mismo en la Embajada mexicana en Ecuador, cuando el Gobierno mexicano le dio protección a una persona que tiene antecedentes penales y denuncias por corrupción, luego se pavonea y no solo eso, el presidente hace declaraciones en torno a las elecciones de ese país sin que nadie se las pidiera, evidentemente transgrediendo el respeto a las decisiones de países libres y soberanos.
Entonces, el presidente de aquella nación actuó de forma refleja y pasó lo que todos ustedes ya saben. Solo le faltó decir “cállate, cállate, cállate, que me desesperas”.
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