En la literatura tenemos obras que hablan de la muerte, del duelo; en el mundo hispánico están las Coplas a la muerte de su padre, de Jorque Manrique, autor español del siglo XV, cuyos versos iniciales son los siguientes: “Recuerde el alma dormida/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida/ cómo se viene la muerte/ tan callando”. De eso y otros asuntos nos habla la poeta y narradora Carmen Villoro (Ciudad de México, 1958) en su libro Liquidámbar (2017). Entre sus libros se encuentran Jugo de naranja (2000), Espiga antes del viento (2011) y entre sus obras infantiles se hallan Amarina y el viejo pesadilla y otros cuentos (1996).
Esta entrega la dedicaré a Liquidámbar, libro que está dividido en secciones, “Liquidámbar”, “Manto de humo”, “Gotas de ámbar”, “Miedo” y “Salimos de Etiopía”, hay que señalar que hay un poema antes de iniciar la primera sección, se trata de “Árbol” y al final está “El jardín del filósofo”. Como señalaba al inicio, este poemario habla de la muerte del padre, de la ausencia, de la melancolía, pero sobre todo del dolor. El título del libro es el del árbol liquidámbar, endémico de América del Norte, cuyas hojas tienen colores amarillos rojos y púrpuras en el otoño y expiden un líquido color ámbar. La imagen de este árbol es el que da unidad al libro.
El árbol en sí es un símbolo poderoso, remite a la antigüedad, a los mitos cosmogónicos, a la unión del cielo y la tierra, a las raíces, a la familia y a los ancestros, a la historia familiar y personal. El liquidámbar sirve a la poeta para paliar un poco el dolor de la pérdida: “La resina olorosa que desciende/ por la piel gris del tronco milenario/ redime el sufrimiento”. Los árboles nos conectan con la naturaleza, el tacto del tronco vincula con la vida y el olor del ámbar que palpita y huele se vuelve un remanso.
Carmen Villoro explora con diferentes formas métricas en este libro, del verso libre al dístico, al haikú, al poema en prosa, a la definición. El árbol se convierte en el ser que guía y encamina hacia la trascendencia: “Convierte, Liquidámbar/ la sangre de mi padre en miel./ Toma su polvo herido/ llévalo por las rutas/ de tu savia benigna/ hasta la luz”. Sirva pues está invitación para leer este magnífico poemario.
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