Margarita Cárdenas y Dionicio Carrillo -de 65 y 76 años, respectivamente- no pueden salir de su casa para recibir comida.
Ellos viven en la colonia Villa Esperanza, localizada a la altura del kilómetro 27 de la carretera a Nuevo Casas Grandes.
Joel Cera, predicador de la iglesia cristiana Villa Esperanza, de Christ Like Ministries, los incluye en su recorrido de martes, miércoles y jueves para llevarles alimento.
Hace lo mismo con otras 140 personas. La mitad son abuelitos y abuelitas que por la pandemia no pueden salir de casa.
Joel visita las casas en su camioneta con el cubrebocas puesto y entrega los platos con la comida del día cubiertos con una bolsa de plástico.
Cuando llega a la casa de Nicho y Mague hay un perro pequeño hurgando en la basura.
El primero en recibir un platillo es Francisco, el nieto más pequeño, que camina descalzo vestido con un pañal y una camiseta.
Un gallo enclenque le picotea el plato antes de que entre a la casa y se lo dé a la abuela.
El perro, el gallo y el niño tienen algo en común: el hambre.
Nicho, el abuelo, se pasa el día y la noche recostado en la cama o en una silla de ruedas amarrada con pedazos de tela.
Doña Mague hace de comer y mantiene leña en el calentón.
La pandemia es real, pero la preocupación es la comida
El Covid les ha pasado cerca pero a pesar de ello no se han contagiado.
Es un milagro porque ni ellos ni sus vecinos toman medidas preventivas.
Ni gel antibacterial, ni cubrebocas, ni sana distancia.
El día anterior a la entrevista -martes 1 de diciembre- se murió un vecino de Covid.
Semanas antes una hija y una sobrina se contagiaron, pero “gracias a Dios salieron adelante”.
Por esos fallecimientos y contagios ellos saben que la pandemia es real, pero su preocupación más grande no está ahí.
Lo que les apura más es que quienes les ayudaban económicamente se quedaron sin trabajo por la aplicación de los semáforos de riesgo epidemiológico amarillo, naranja o rojo.
“A mi yerno Pablo y a mi nieto Alex los descansaron del trabajo y pues no conseguían dinero ni trabajo. Empezaron a ir al tiradero a pepenar, pero la ley los correteaba y los sacaban, y a veces hasta los encerraban por andar allá en el tiradero”, explica.
«Dios tiene un plan para todos»
A la pregunta de si el Covid les afectó su respuesta es llana:
“Sí nos afectó a mí y a él (Dionicio) algo y a m’ija, porque m’ija tiene muchos niños y pues sí nos afectó eso de lo del Covid; porque ellos sin trabajar, mi esposo sin trabajar. Yo vendía, pero me enfermé y ya no pude levantarme pa’ arriba”.
Para el hermano Joel el trabajo de llevar alimento es parte de su ministerio, pero más le apura el servicio espiritual en el templo.
“Yo creo que Dios tiene un plan para todos y es por su voluntad que estamos aquí”, relata mientras conduce.
Tal vez él no lo sepa, pero para las familias que reciben el plato de comida al menos tres días a la semana, él es más que un portador de buenas nuevas, es quien les cura el hambre.
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