Alejadas del desarrollo urbano, miles de familias juarenses enfrentan la parte más dura de la pandemia del Covid-19 sin medidas de protección, sin brigadas médicas que se acerquen a orientar y sin alimentos.
A ellas el embate del SARS-COV 2 los golpeó primero en la economía que en la salud.
Se quedaron sin trabajo y luego empezaron a batallar para conseguir comida.
Se enteran de que hay personas contagiándose e incluso han tenido fallecimientos en sus familias por el virus, pero eso no parece importarles.
Conviven sin cubrebocas, saludan de mano y viven la vida sin el miedo a caer enfermos. Es más importante conseguir algo de comer.
Es por eso que cada miércoles forman largas filas en el portón de la entrada del Banco de Misericordia, una asociación civil que desde hace 21 años hace trabajo comunitario en la colonia Villa Esperanza.
El lugar se localiza a la altura del kilómetro 27 de la carretera a Nuevo Casas Grandes, repleto de calles de tierra y recicladoras que antes eran una de las principales fuente de empleo.
En toda el área hay otras siete colonias consideradas por el Gobierno como zonas de atención prioritaria: Kilómetro 27, Kilómetro 28, Kilómetro 29, Granjas del Desierto, Granjas Santa Elena y Valle Dorado 1 y 2.
No hay infraestructura de salud cerca, centros deportivos, ni guarderías. Son pocas las escuelas y solo hay un centro comunitario.
Solo queda un banco de alimentos comunitario
La directora del Banco de Misericordia, Guadalupe Navarro, coordina la entrega de los alimentos cada miércoles desde antes de las 10:00 de la mañana.
Antes había otro banco y otras organizaciones haciendo el mismo trabajo, pero la pandemia los obligó a cerrar.
Antes de la pandemia el Banco de Misericordia atendía en promedio 100 personas por semana pero ahora está recibiendo más de 200.
La razón -dice Guadalupe- es simple, la gente se quedó sin trabajo.
“En las fábricas que algunos trabajan les dieron nada más ciertos días de trabajo y los otros días no se los pagan, entonces les disminuyó lo que están percibiendo”, cuenta.
Al problema laboral hay que añadirle la voracidad comercial, porque en las tiendas de alrededor los alimentos subieron de precio.
“Están subiendo precios mucho, no les alcanza, entonces acuden a buscar donde sea”, señala.
El trabajo que realizan Guadalupe, su esposo Rafael y el personal voluntario del banco es la única opción para esa gente.
Aquí no llega el desarrollo urbano y la política social está lejos de poder ofrecer soluciones en el corto plazo.
La pandemia se encargó de evidenciar la carencia de políticas públicas.
Organizaciones sociales tuvieron que entrarle al quite, aunque a veces la ayuda sea insuficiente.
«Clamamos a Dios que multiplique los alimentos»
“A veces uno siente impotencia y clamamos a Dios que multiplique los alimentos, porque no se tiene lo suficiente”.
“Es muy triste ver que a veces hay gente que tiene que llevar un poquito menos que los demás porque ya se nos está terminando”, dice Lupita.
Y enseguida añade:
“Aquí vivimos lo que dice la palabra de Dios de la multiplicación de alimentos, porque nunca se ha ido una persona sin llevarse algo de comer”.
Mientras transcurre la entrevista con la directora del Banco las personas que llegaron temprano a formarse esperan escuchar sus nombres en la lista de asistencia.
Uno a uno van a avanzando con una taza de champurrado y un bolillo que les dieron mientras esperaban su turno.
Es la desesperada búsqueda del alimento en medio de una pandemia.
Padre de cuatro hijos busca comida
Ahí está Juan Tarango, un albañil de 48 años que mantiene a su esposa y cuatro hijos, y que se quedó sin trabajo hace dos meses.
Juan trabajaba en la construcción de un centro comercial en la avenida Gómez Morín hasta que llegó el Covid y contagió a dos de sus compañeros.
“Pararon el trabajo por la enfermedad esa que anda, de hecho andaban dos enfermos ahí, por eso lo pararon (…). Llegó el arqui y que ‘parénle y después les hablamos‘”, recuerda el hombre.
Cada miércoles se acerca al portón del Banco de Misericordia para “de perdido” conseguir algo de comer mientras le sale otro trabajo, porque como él mismo dice, “hay que buscarle, ¿si no cómo vive uno?”.
Cosme y Dolores, solos y sin trabajo
En el mismo caso está el matrimonio de Cosme Ramírez y Dolores Martínez; de 46 y 56 años de edad, respectivamente. Sus hijos ya no viven con ellos.
Ella enfermó y tuvo que dejar de trabajar unos días, pero cuando volvió le dijeron que ya estaba ocupado su puesto, porque había mucha gente en lista de espera.
Entonces empezó a vender quesos y ropa usada para ayudarse. Su esposo Cosme dejó de trabajar antes de la pandemia por una lesión en la mano.
Cuando se recuperó quiso buscar trabajo, pero el Covid ya había cerrado la puerta de las empresas donde él podía trabajar.
“Está un poco difícil con esto de la pandemia, ya ve que cerraron muchas empresas y está agotado el trabajo”.
“En muchas partes liquidaron a mucha gente porque no hay empleo; batalla uno mucho para encontrar trabajo”, comenta, mientras espera el turno de recibir un costal con verduras.
A la pregunta de cómo están la respuesta de Dolores es simple:
“Estamos un poco mal económicamente -la verdad- por falta de empleo”.
Madres solteras que luchan por alimentar a sus hijos
Las historias de Sandra González -de 34- y Jakeline Martínez -de 19- se parecen.
Sandra es madre de cuatro hijos. Trabajaba en un súper de la zona pero en julio se quedó sin empleo debido a recortes de personal ocasionados por la pandemia.
Desde entonces acude todos los miércoles a recibir apoyo en alimentos.
Jakeline, de 19 años, tiene un hijo pequeño y otro que viene en camino.
Ella no perdió el empleo, pero sus ingresos bajaron hasta una tercera parte.
Es empleada en una empacadora donde antes de la pandemia ganaba mil pesos por semana, pero actualmente apenas logra conseguir 300 pesos.
Por eso es que dese hace un mes está llegando al Banco de Alimentos para recibir apoyo.
“Como quiera se ahorra uno la compra de la verdura y la fruta”, dice mientras empuja un carrito de supermercado en el que lleva el apoyo que le dieron.
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