Si un tema marcó la etapa de registros que acaba de concluir dentro del proceso electoral en curso, fue el chapulineo partidista.
El brincoteo grotesco de actores de un partido a otro, se sumó al achicamiento de los espacios de democratización interna para la definición de candidaturas, ampliando el descrédito de la política partidista.
Parece el signo de los tiempos: el pragmatismo se impone y borra cualquier delimitación ideológica y de principios.
En ese mismo sentido, se materializó desde las cúpulas partidistas una política de alianzas que, en sus escenarios nacionales, estatales y locales, pone a caminar juntos a personajes históricamente antagónicos y en situaciones antes inimaginables.
Borrado cualquier escrúpulo y bajo la premisa de que el fin justifica los medios (ganar elecciones y tener acceso a los cargos públicos, o incluso perder, pero tener acceso a las prerrogativas), la política electoral se vuelve un solo mazacote de intereses, un revoltijo completamente ajeno al ciudadano que no puede ver ahí la oferta de lo que se requiere para hacer frente a sus problemáticas cotidianas y administrar la cosa pública.
En Ciudad Juárez, nadie mejor que el alcalde Cruz Pérez Cuéllar encarna el chapulineo que hoy tantos emulan.
Llegó a ser dirigente estatal del PAN, partido por el cual fue dos veces diputado federal y una vez diputado local, cuando coordinó al Grupo Parlamentario en el Congreso del Estado. Bajo esas mismas siglas intentó en una primera ocasión llegar a la presidencia municipal en 2004.
Desplazado en el control partidista que mantuvo por muchos años, renunció al PAN y antes de acogerse a las siglas de Morena, apareció como candidato a la gubernatura de Movimiento Ciudadano en la elección de 2016, cuando compitió contra el todavía panista, Javier Corral Jurado, tan cercano antes en su vida política y personal que incluso entablaron una relación de compadrazgo.
Hoy son acérrimos enemigos, pero paradójicamente vuelven a estar del mismo lado de la geometría política, ya que el exgobernador Corral renunció por igual al PAN y emergió no únicamente como colaborador para la plataforma electoral de Claudia Sheinbaum, también como candidato plurinominal al Senado de la coalición Sigamos Haciendo Historia, invitado por el partido Morena.
Cruz brincó a Morena desde el 2018, cuando fue postulado al Senado en segunda fórmula y alcanzó la curul por la votación que en todo el país, incluyendo a Chihuahua, generó el efecto AMLO. Hoy todavía es senador con licencia, justo cuando está por pedir otra licencia, como alcalde, para dedicarse a la campaña local por su segundo periodo en la Presidencia Municipal.
Cachar cuadros prácticamente sin filtro alguno, sean del PAN o sean del PRI, es parte de la estrategia que al menos en su etapa de expansión, le ha redituado a Morena para su avance territorial en todo el país.
En paralelo, su propio brincoteo personal colocó a Pérez Cuéllar y a Corral en ese mismo mazacote que desdibuja cualquier definición o formación ideológica, y también, en el otro extremo, cualquier aversión o diferencia.
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Hablamos del mismo desdibujamiento de fronteras partidistas que hoy pone a defender a las mismas candidaturas, tanto al exgobernador panista Pancho Barrio como al exgobernador priista, Fernando Baeza, cuando antes fueron némesis uno del otro, muy especialmente por las acusaciones de fraude electoral que en el 86 sacudieron todo el país y tuvieron resonancia internacional.
Ahora son uno solo bajo el PRIAN que se encarna en el Frente Amplio por México, ahí donde se agrega como un satélite más el PRD, un partido que antes representó a la izquierda y combatió no nada más al autoritarismo y corporativismo del PRI, sino a las posturas conservadoras y proempresariales que encarnaba el PAN como un partido de derecha.
Bajo la nueva tendencia, a los políticos parece no importarles el tener que tragar sapos y tolerar a sus más odiados, si de ganar la próxima elección se trata.
Son variadas las contradicciones y paradojas de la nueva convivencia a la que obliga la política de alianzas. El panista Rogelio Loya, quien abandera en Juárez al Frente Amplio por México, deberá apelar al apoyo de los mismos viejos liderazgos priistas a los que antes debió combatir.
Loya inició su carrera en el servicio público como funcionario de Desarrollo Social del Gobierno Municipal del extinto Francisco Villarreal, luchando contra los cacicazgos de los líderes de colonos priistas, para impulsar la conformación de comités de vecinos registrados antes las instancias gubernamentales.
Desde aquel tiempo, incluso más atrás cuando coincidieron en las juventudes universitarias panistas, viene su relación de amistad con el que ahora será su contrincante y candidato a vencer: Cruz Pérez Cuéllar.
Todo es parte de un mismo amasijo entre compadres, amigos y examigos en el que cada vez es más difícil encontrar las diferencias y, por lo tanto, ubicar si hay verdaderas alternativas en esta coyuntura electoral.
El caso de Esther Mejía se agrega al mismo casillero. Desilusionada de Morena porque no consiguió la postulación para la alcaldía (la que obtuvo Pérez Cuéllar) y tampoco logró la candidatura para un segundo periodo en la Sindicatura Municipal, aceptó la invitación de Movimiento Ciudadano para competirle a Cruz por la Presidencia Municipal.
También habían sido afines. No únicamente en Morena. Antes coincidieron en Movimiento Ciudadano, donde la hoy todavía síndica tuvo sus primeras participaciones políticas.
Así que Mejía de alguna forma regresa a Movimiento Ciudadano, al menos en el actual proceso electoral, ya que al anunciar la aceptación de la candidatura aseguró que seguía apostada con la 4T del lopezobradorismo. Una contradicción más, difícil de explicar más allá del pragmatismo electoral.
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Lo que está haciendo Movimiento Ciudadano, es emblemático de la degeneración partidista para conseguir cuadros y candidaturas que consideran más competitivas.
En los hechos, MC cacha lo que otros desechan. Por eso, los dirigentes aguantaron hasta el último momento sus definiciones internas.
El caso de Esther Mejía en Juárez no es el único. Lo mismo ocurrió en la capital del estado.
En la ciudad de Chihuahua, fue registrado como candidato a la alcaldía, el expriista y exduartista, Enrique Valles Zavala.
Valles militó en el PRI por 30 años, partido al que renunció apenas en noviembre del 2023. Antes de aceptar la invitación del dirigente de MC, Francisco Sánchez Villegas, el expriista tuvo una participación pública muy cercana a Morena.
Operó incluso para el equipo del alcalde Pérez Cuéllar y se especulaba que lograría alguna candidatura por el partido guinda, con el aval de la dirigencia estatal morenista.
El personaje estuvo inmiscuido en la supuesta red de corrupción del exgobernador César Duarte, por lo que en 2017 fue vinculado a proceso por el delito de peculado agravado, aunque luego fue exonerado.
En este caso, Morena no acogió a Valles, aunque sí lo hizo con diversos actores vinculados al PRI o al PAN en distintas regiones del estado.
Entre las definiciones que más polémica generaron, se encuentran dos correspondientes a la capital del estado.
Para la alcaldía se registró al expanista Miguel La Torre y para la diputación local en el Distrito 06, al expriista Marco Quezada.
La Torre fue dirigente municipal del PAN, regidor y diputado local por ese partido. Quezada fue alcalde por el PRI, además de funcionario estatal y municipal. Ambos poseen trayectorias de operación política.
En territorio dominado por el PAN y gobernado antes por el PRI, Morena se decantó por esos perfiles, descartando otros emanados de la militancia morenista que también aspiraban a las candidaturas.
Priistas y panistas han sido acusados de arribistas, como de traición la dirigencia estatal de Morena, por parte de quienes, desde las bases militantes, no aceptan ese nivel de pragmatismo en la búsqueda de aliados y de votos.
Cuadros fundadores cuestionan la incongruencia de entregar candidaturas a quienes, aseguran los inconformes, representan lo que Morena ha combatido, incluyendo prácticas de corrupción.
También hay acusaciones de simulación y de un ejercicio de poder completamente vertical y antidemocrático, precisamente en la definición de los procesos internos y las candidaturas.
Lamentablemente, el medro electoral y el interés personal o faccioso se imponen sobre el interés público cuando se sigue fomentando el chapulineo y se dejan de lado principios, postulados y plataformas programáticas.
Al final del día, nada positivo queda para la ciudadanía, cuando las élites partidistas parecen empeñarse, de distintas maneras y con sus prácticas inescrupulosas, en ensanchar el desencanto sobre lo político y lo público.