Los informes que acostumbran rendir los gobernantes sobre sus primeros 100 días de gobierno, no están considerados dentro de las obligaciones constitucionales que tienen los alcaldes, gobernadores o legisladores.
Los primeros 100 días de gobierno representan, para el caso de Juárez, apenas el 9 por ciento del mandato de tres años, por lo que en tan poco tiempo resulta imposible medir los resultados de proyectos, programas y acciones del Plan Municipal de Desarrollo, diseñado para todo el trienio.
Es en este periodo cuando apenas se están acomodando los funcionarios y, para muchos que no han estado en el servicio público, comienza la curva del aprendizaje, sobre todo para los que son designados en posiciones que desconocen, o para los que fueron importados de otras ciudades, que en esta Administración son varios y en posiciones estratégicas.
Hay quienes afirman que en los primeros 100 días puede perfilarse ya lo que don Daniel Cosio Villlegas llamó el estilo personal de gobernar, y predecir, a través de este estilo, el futuro desempeño del gobernante, pero a menos que sean adivinos, agoreros o videntes, que para el caso tampoco existen, nadie puede adelantar si un Gobierno será eficiente o seguirá el derrotero de los que, en gran parte, han contribuido para el actual desastre en que se encuentra sumida nuestra sufrida frontera.
Por lo mismo, los informes de los primeros 100 días tienen más que nada un significado simbólico y pueden ser interpretados, muchas veces, como un barómetro del poder de la autoridad entrante, capitalizado mediáticamente.
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El tema viene a colación porque ayer el alcalde Cruz Pérez Cuéllar, al igual que sus antecesores, rindió el informe de sus primeros 100 días. Entre lo más trascendente de este mini informe, se desprende la evidente buena relación que Cruz mantiene con la gobernadora Maru Campos y su Gobierno, donde cuenta con amplios puentes de comunicación a través del segundo de a bordo, el secretario de Gobierno, César Jáuregui.
Por otro lado, Pérez Cuellar inicia su gobierno con grandes retos. Para empezar, la ola homicida que registra la ciudad y que tiene muy preocupados a los mandos policiacos, que se reúnen cada semana en las famosas mesas de seguridad.
Tenemos también la problemática de las necesidades de miles de migrantes que ya están en la ciudad, más los que sigan llegando, después de que entró en vigor la segunda fase del programa Quédate en México.
Aunado a ello, y como si lo anterior fuese poco, en Juárez se padece, como en todo el mundo, el tema de la pandemia y la nueva variante Ómicron, que tiene a Europa paralizada y a los Estados Unidos con incrementos peligrosos en la ocupación de camas en los hospitales.
Estos son tres temas torales para la población fronteriza: seguridad, migrantes y pandemia, problemáticas que requieren de propuestas para solucionarlas o al menos mitigarlas en la medida de lo posible, y que conciernen no solo al Gobierno municipal, sino también al estatal y al federal.
Quizá el alcalde debería de aprovechar el potencial de las organizaciones de la sociedad civil, que durante todo el año realizan acciones de beneficio comunitario en el municipio, como los clubes Rotarios, Plan Estratégico o Juárez Limpio; y fundaciones filantrópicas como Fondo Unido, Zaragoza, Smart, Axcel, por citar algunas, para trabajar en alianza y avanzar al ritmo que reclama una frontera devastada por malos gobiernos.
Esto fortalecería, sin duda y en parte, su Gobierno, mejorando su capacidad de gestión y mostrando a un alcalde con un proyecto efectivo, de resultados.
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El jueves de la semana pasada el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, mandó un mensaje muy elocuente sobre la nueva amenaza de pandemia al pueblo norteamericano: “estamos ante un invierno de enfermedades graves y muerte”, les dijo, como evocando el discurso histórico de Winston Churchill durante la resistencia ante la ofensiva nazi en 1940: “no puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas”.
Si en el país con más recursos del mundo para combatir el Covid y sus contagiosas variantes, su líder alerta a los ciudadanos a cuidarse, a vacunarse y aplicarse el refuerzo, porque de lo contrario habrá muchas muertes, ¿por qué en México, y particularmente en la frontera norte, hacemos caso omiso de esas advertencias y actuamos como si el virus no existiera o tuviéramos las mejores condiciones sanitarias para enfrentar lo que viene el año que entra?
No hablamos de un tema científico. Hablamos de prudencia y respeto a los protocolos de sanidad, que rigen para todo el mundo, para ricos y pobres; para vacunados y no vacunados.
Si hasta ahora ninguno de los tres niveles de Gobierno, federal, estatal ni municipal, han desarrollado campañas preventivas convincentes y eficientes para mantener a la población debidamente orientada, no podemos esperar nada bueno en el año nuevo.
Si la variante tiene colapsados a los ricos países europeos y con nuestros vecinos del norte la transmisión en comunidad es alta, con más de 50 mil nuevos casos y 802 muertos en los últimos 30 días, tendremos que poner las barbas a remojar, o iniciando el 2022 volveremos al semáforo rojo. Así de grave es el asunto que hasta ahora nos ha importado un soberano cacahuate.
Los próximos 12 días serán cruciales para mantener a raya los contagios en la ciudad o convertirnos en propagadores voluntarios, al no acatar las disposiciones sanitarias básicas, que siguen siendo las mismas del inicio de la pandemia: sana distancia, uso de cubrebocas y lavado de manos.
Estamos a tiempo de cuidarnos y cuidar bien a nuestras familias. De no hacerlo ahora, lo lamentaremos mañana con muerte y muchas lágrimas, sin duda alguna.