Podríamos sostener que la expresión del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de que debemos cuidar también de los delincuentes que hacen parte del crimen organizado, porque son seres humanos, fue a título personal, pero tal argumento no cabe en esta tesitura, porque lo hizo con la investidura presidencial y a título de comandante supremo de las fuerzas armadas, en la tribuna nacional de sus mañaneras.
La descabellada postura presidencial del pasado 12 de mayo, causó conmoción a nivel nacional e internacional, siendo objeto de diversos análisis y puntuales críticas, mientras que en las redes sociales dominaron los comentarios de incertidumbre y de desconcierto, en tanto que sus niveles de aceptación cayeron del 61 al 58.9 %, según la última encuesta Mitofsky del 14 de mayo.
El posicionamiento del jefe de la nación se dio luego de que un día antes, criminales del Cártel Jalisco Nueva Generación provocaron la huida y persiguieron por las calles de Nueva Italia, Michoacán, a elementos del ejército mexicano que viajaban en tres unidades militares.
No se trató de un enfrentamiento o de un encuentro fortuito, con intercambio de mentadas de madre y amenazas, clásicas en los “topones”.
Tampoco hablamos de un zafarrancho donde todo queda en calentura y amenazas. Todo lo contrario, fue una persecución de bandidos armados hasta los dientes, a bordo de 8 camionetas, que insultaron y humillaron a las fuerzas armadas, a las que poco les faltó para terminar linchadas o fusiladas en plaza pública.
Para López Obrador, la retirada de las tropas fue la decisión correcta porque “también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos”, dijo al minimizar el hecho que pone en su justa dimensión la postración en que se encuentran los miembros del ejército mexicano frente al crimen organizado.
Ese mismo día, justificó su postura diciendo que esta es una “política distinta” a la que se practicaba antes de su gobierno.
Tiene mucha razón, porque parece que ahora la política consiste en la entrega de bastos territorios al crimen organizado, para que los capos impongan su ley y maten impunemente a quienes les estorben, sea autoridad, mujer o periodista.
Por eso, el territorio nacional está saturado de bandas criminales que, a partir de las declaraciones del presidente, estarán más empoderados y protegidas. Sí señor.
Y para que no quedara duda de su polémica ocurrencia, al día siguiente la reforzó diciendo que sus palabras no fueron producto de un desliz, porque así piensa, y entonces, debemos aceptar que con ese razonamiento absurdo seguirá gobernando.
En su defensa de los derechos de los criminales, trátese de asesinos, secuestradores, violadores o narcotraficantes, nada dijo el Presidente de los derechos de los ciudadanos mexicanos de bien, a quienes se comprometió a defender cuando asumió el poder.
También guardó absoluto silencio sobre los derechos de las familias de 132 mil víctimas, que han sido asesinadas a lo largo de su sexenio en todo el país, con premeditación, alevosía y ventaja por los grupos criminales.
El ecosistema violento en que se ha convertido el territorio nacional a causa de esa “política distinta” lo describió en su reciente informe la propia secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, cuando dijo que los estados de Guanajuato, Michoacán, Baja California, Jalisco y Sonora concentran el 50 por ciento de los homicidios dolosos.
Vaya consuelo el saber que no en todos los estados se mata por igual o con la misma intensidad, porque los hechos dicen otra cosa y las noticias diarias no dejan de reportar ejecuciones en Colima, Tamaulipas, Sinaloa, Veracruz, Chihuahua, Nuevo León, Guerrero y la Rivera Maya.
Aunque para el presidente solo existen en México tres grupos del crimen organizado, el de Jalisco, el de Sinaloa y el de Guanajuato, un estudio del Centro de Investigación y Docencia Económicas, CIDE, reveló que, desde el 2018, cuando comenzó su mandato, se han formado 12 nuevos cárteles de la droga diseminados por todo el país.
Como si este mapa criminal no fuera por sí solo motivo de alarma, la impunidad por todos esos asesinatos ronda el 95 por ciento. O sea, solo cinco de cada 100 homicidios se resuelve.
Para acabarla de amolar, en la edición 2021 del reporte anual de derechos humanos en el mundo, el Departamento de Estado de Estados Unidos, expuso que la impunidad durante el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador sigue siendo un “problema” y que el principal responsable de los crímenes violentos sigue siendo el crimen organizado.
Si con todo eso, el presidente sigue montado en su macho, defendiendo los derechos de los criminales, nada bueno podremos esperar en lo que resta de su administración, porque su declaración del jueves pasado les dio aún más carta de impunidad.
Si ya antes eran impunes por el miedo que imponen en la población civil y en las autoridades locales, a fuerza de plomo, ahora son intocables y hasta respetables por orden presidencial. Faltaba más.
Imaginémoslos en sus escondites y cuevas viendo la mañanera. Cómo se habrán puesto de felices y burlones después de haber escuchado la defensa que hizo de ellos, nada menos y nada más, que el Comandante Supremo López Obrador.
Hasta ese día podríamos decir que las fuerzas militares y, particularmente, las de la Marina, eran las que imponían su autoridad a los cárteles de la droga, pero después de que les ordenan respetarlos, solo queda mandarles rodilleras para que cumplan al pie de la letra con el sometimiento.
La primera reacción por sus palabras pasó de la sorpresa al escándalo y también calaron hondo en su gabinete, pero nadie se ha atrevido a cuestionarlo o a criticar lo obtuso de su planteamiento.
La razón es muy obvia. Le tienen miedo, pero, además, los que pretendan sacarlo de su error para que cumpla con su obligación constitucional y haga respetar la ley, serán catalogados como conservadores y neoliberales y arrojados a sus feroces huestes de las redes sociales, donde también estarán operando grupos financiados por los cárteles de la droga, al fin y al cabo, dinero es lo que les sobra, y más cuando se trata de defender a quien los defiende con tanta pasión.
Ciertamente que el jefe del Ejecutivo ha defendido lo indefendible argumentando que no quiere que corra más sangre, pero la única sangre que ha corrido hasta ahora es la de la población civil donde operan los bandidos.
Por lo mismo, su patética estrategia de abrazos no balazos, a la que se aferra con olímpico entusiasmo, sigue siendo fecunda fuente de inspiración para el ingenio mexicano con memes, cartones y fotos que se convierten en tendencia del humor ciudadano, porque llorar no sirve de nada.
Después del tremendo oso, que no se debe confundir con desliz, vuelve a la memoria colectiva el caso del narco junior Ovidio Guzmán, que fue dejado en libertad por orden presidencial; o el saludo personal a la madre de El Chapo, poniéndose a sus respetables órdenes, o, cuando se corrigió públicamente por haberse referido al Chapo Guzmán por su apodo y no por su nombre.
Todas esas debilidades y privilegios que exhibió frente al cártel de Sinaloa, fueron ratificadas el jueves, pero elevadas a la décima potencia y extendidas al Cártel Jalisco Nueva Generación, cuyos pistoleros pusieron en fuga a los militares.
Habrá que ver cómo reaccionan los gobernadores de todas las entidades flageladas por el crimen, si se repliegan ante los criminales o se atreven a faltarles al respeto metiéndolos a la cárcel.
Si desde la misma tribuna donde ahora defiende sus derechos, ha manifestado que nadie está por encima de la ley, ¿por qué ahora cambia de rumbo colocando el país a la deriva en materia de seguridad pública, que es la principal demanda de los mexicanos?
El juicio sumario que hizo la sociedad agraviada por su postura, debería preocuparle y ocuparle, ahora que está más cerca del fin de su sexenio, y que sus operadores buscan la continuidad de la marca Morena en la silla presidencial.
De seguir aferrado con la estrategia de abrazos y buenos modales contra despiadados asesinos, seguirán diciéndole en los medios internacionales encantador de serpientes, y lo que es peor, el santo patrón de los narcos dejará de ser Jesús Malverde, y ahora será San Andrés.