La imagen romantizada del capo Rafael Caro Quintero en la exitosa serie de “Narcos México”, producida por Carlo Bernard y Doug Miro para Netflix, contrasta no solo con las imágenes distribuidas por el Gobierno de México tras su última captura, sino con la del preso que describe el periodista Jesús Lemus Barajas en un artículo publicado en Los Angeles Times.
En el texto aborda parte de una conversación que sostuvo con el sinaloense en 2008, mientras Lemus se encontraba preso en la cárcel federal de Puente Grande, acusado de delitos graves por la administración de Felipe Calderón. En ese entonces, Caro Quintero tenía 56 años de edad y casi 24 de estar en prisión.
Lemus Barajas ha ejercido el periodismo durante más de 20 años: se ha desempeñado como reportero, jefe de información, jefe de redacción y editor en diversos medios. Se le acusó de delincuencia organizada y fomento al narcotráfico, y fue enviado a la cárcel federal de Puente Grande en el estado de Jalisco, donde se le mantuvo preso sin que se aportara una sola prueba en contra, por un periodo de más de tres años. Ahí conoció a Caro Quintero.
“La primera imagen que tengo de Rafael Caro es sentado en una de las bancas de concreto del comedor. Estaba, como casi siempre, amasando sus pensamientos, con la mirada perdida a través de las ventanas que dejan ver un desolado y duro patio de concreto, con altas paredes cuya corona de serpentinas metálicas mortalmente afiladas parece arañar el cielo”, recuerda en su última colaboración para el diario estadounidense, publicada el pasado 16 de julio.
Lemus pinta una imagen de un capo solitario que no se reunía en grupo. Don Rafa, como se le conocía en la prisión, parecía todo, menos uno de los fundadores del Cártel de Guadalajara.
“Era muy discreto al hablar, ni una mala palabra salía de su boca. Jamás le escuché comentar temas de narcotráfico o delincuencia, como se estilaba entre otros internos, que buscaban notoriedad y respeto dentro del penal”, agrega el periodista.
Pese a que “el narco de narcos” era solitario, un día mientras hacían fila para regresar al patio de la estancia, le recomendó a Chuyito, como le llamaba, que para evitar volverse loco en la cárcel, había que convivir con los demás presos.
“–Gracias, Don Rafa, le voy hacer caso a su sugerencia –le contesté con algo de sorpresa, por venir el consejo de aquel hombre que la mayor parte del tiempo se la pasaba solo–, voy a tratar de reunirme más con algunos de los compañeros”, añade el autor del libro “Los malditos: Crónica negra desde Puente Grande”.
Caro, quien estaba sentenciado por el asesinato del agente encubierto de la DEA, Enrique Camarena, decía que veía a los guardias y a los otros presos como parte de su familia, además de que si escribiera todo lo que había visto en los penales durante 24 años, publicaría muchos libros.
“Rafael Caro Quintero vivía en la celda 150, a un lado de la mía. Tenía como compañero a Luis Armando Amezcua Contreras, mejor conocido como el Rey de las Anfetaminas. En ocasiones pasaban las noches enteras platicando de caballos y agricultura. Lo último de lo que se hablaba en el pasillo uno del penal de Puente Grande era de delincuencia y narcotráfico”, escribe Lemus en su artículo.
Ambos se encontraban en el corredor 1B del módulo uno, donde había 15 celdas. En esa parte del centro penitenciario las reglas no eran dictadas por la dirección, sino por cada uno de los internos de diversos cárteles que estaban dentro de esa sección.
Durante el tiempo que Lemus estuvo en ese módulo, solo fue sancionado en una ocasión, tras ser sorprendido conversando con otro interno. Fue castigado con 20 días de aislamiento.
El periodista asegura sobre Caro Quintero que la disciplina de la cárcel le formó el hábito del deporte y que corría sin descanso por más de una hora, la mayor parte de las veces trotando para cerrar a toda velocidad, sin importar que el ejercicio físico en Puente Grande se permitiera solo a las cuatro de la tarde.
Al fundador del cártel de Guadalajara le gusta jugar volibol, pero no le gusta perder.
“Su posición natural era la de armador, y se caracterizaba por la certeza de sus despejes de balón, los cuales, por lo general, pasaban rasantes sobre la red, casi imposibles de ser contestados por la defensa contraria. Pero la mayoría de las veces se mantenía al margen de los partidos”, añade Lemus.
Igual que el volibol, Caro gustaba ver en la prisión chismes del medio del espectáculo, pues estaba autorizado para tener una televisión portatil de 18 centímetros, la cual únicamente podía usar en ciertos horarios.
“Como yo era recién llegado en el módulo uno, luego de ser transferido del coc (centro de observación y clasificación, una zona donde los reclusos no tiene contacto con la población penitenciaria de alto riesgo), hubo algunos reos desconfiados que me mandaron observar e investigar para averiguar a qué grupo delictivo pertenecía; y también me sondearon para conocer mi procedencia y “mis credenciales de delincuente”. La indagación cesó en la medida en que yo dialogaba con Rafael Caro, quien siempre fue una especie de hermano solidario dentro de la prisión”, finaliza Lemus en su artículo difundido en Los Angeles Times.
Catorce años después de esa conversación, según el Gobierno mexicano, el capo se encuentra en un módulo de alta seguridad, con atención médica y tomando diariamente el sol en el patio.
A su ingreso a la prisión de Almoloya de Juárez, Estado de México, la noche del 15 de julio, estuvo aislado unos días conforme al protocolo de Covid-19 para reos de nuevo ingreso.
Después de varios días, las autoridades del Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) Número 1 ingresaron al presunto fundador del Cártel de Caborca al módulo de máxima seguridad, donde se encuentra.
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