El oficial Artemio Hernández Trujillo cuenta con 13 años de servicio en la Secretaría de Seguridad Pública Municipal.
Recuerda con emoción sus comienzos en filas, patrullando las calles de una de las fronteras catalogada dentro de las 10 ciudades más peligrosas del mundo.
Ese compromiso por vigilar, el estar siempre en un ambiente poco agradable, le reafirmó su carácter y entrega; cualquiera pensaría que un hombre como él ya lo ha vivido todo.
Sin embargo, Artemio estuvo a punto de morir. No fue a manos de un delincuente o en uno de esos accidentes a los que se exponía en el día a día de su profesión.
Un enemigo invisible atacaba la ciudad: el Covid-19, y él fue una de sus víctimas. El ahora encargado de la Academia de Policía ya había visto lo que el Covid-19 hacía a quienes tocaba; algunos de sus compañeros ya no viven para dar testimonio de lo que él ahora puede contar.
Con la pandemia en su fase más alta, o con el semáforo en amarillo, o verde, el policía debe salir a las calles y cumplir con su deber.
“Para nosotros, no es de que si hay enfermedad; tenemos que estar ahí día a día. La ciudadanía nos solicita y tenemos que estar, por la vocación de servicio aún con el riesgo que corre”, dijo orgulloso.
Le es inevitable contener la emoción al recordar que por espacio de un mes estuvo postrado en una carpa de atención a pacientes Covid-19, implementada entonces por la Administración municipal para atender a su personal.
“No, nunca me imaginé”, expresó tratando de contener el llanto.
Al igual que el resto de sus compañeros, tomó todas las medidas sanitarias recomendadas para prevenir el contagio, antes y después de trabajar para evitar llevar el virus a casa en donde todos los días lo espera su familia.
Recordó que aquella mañana mientras laboraba, comenzó a sentir un simple dolor de garganta; lo que pensó que era una gripa, se convirtió después en un infierno.
“Me incapacitaron quince días; a siete días de mi incapacidad, no pude respirar, ya no pude levantarme por mí mismo; me trasladaron a atención médica, ya no me atendieron ahí, me mandaron a la carpa”, narró con detalle el oficial Artemio.
Por espacio de un mes y con la mínima entrada de oxígeno en el organismo, fue aislado de su familia, pensó que ya no saldría vivo y que jamás los volvería ver.
Con temor a morir, por su cabeza rondaron todo tipo de preguntas: “¿Qué había hecho? ¿Por qué a mí, si tomé todas las medidas, aún así me contagié?”.
Fueron poco más de 30 días, en los que el oficial Hernández Trujillo luchó por cada bocanada de aire. No quería moverse de posición en su cama para ahorrar todo el oxígeno posible; al final, los milagros para algunos sí existen.
“Sabemos el riesgo que conlleva esto, y aún así aquí estamos. Escogí este trabajo, esta vocación, y lo seguiría haciendo, seguiré trabajando”, concluyó.
Hoy en día el coordinador de la Academia de Policía Municipal comparte su experiencia y continúa explicando a los cadetes y otros agentes las medidas preventivas que se deben adoptar como parte de su vida diaria para evitar contraer coronavirus.


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