Es ya un lugar común hablar de que una imagen habla más que mil palabras, pero el escritor David Toscana afirma que hay palabras que valen más que mil imágenes y tiene razón. Me refiero a que hay imágenes preciosas, sugerentes, emotivas, nos pueden llevar a reflexionar, a deleitarnos, a disfrutar, no obstante, nos quedaremos con muchas incógnitas si queremos saber más al respecto.
Hacia ese punto voy justamente en esta entrega, ya que en un volumen de cuadros costumbristas, se buscaba dar cuenta de personajes de mediados del siglo XIX mexicano en un libro titulado Los mexicanos pintados por sí mismos.
Hay que señalar un par de asuntos, primero, este tipo de trabajos se volvió popular en la época porque se buscaba exaltar lo propio, lo nacional en cualquier país occidental y, en segundo, los cuadros de costumbres, buscaban expresar usos y costumbres, virtudes y vicios, características de lugares emblemáticos y personajes icónicos de las ciudades o pueblos. Así, en este volumen, hay textos de varios escritores reconocidos en su momento, como Hilarión Frías y Soto, José María Rivera o “El Nigromante”, Ignacio Ramírez.
Los textos son entretenidos y muestran a esos personajes importantes del siglo XIX, como “El aguador”. Hilarión Frías y Soto escribe acerca de este personaje que proveía de agua a los pobladores, no solamente era para consumo, sino para hacer labores de limpieza y aseo personal, le tenían tanta confianza que entraba a cualquier recinto a surtir cántaros, pilas y depósitos domésticos. La necesidad que cubría y la confianza que generaba, le permitían escabullirse y enterarse de chismes, así que no solo llevaba agua, sino que sabía secretos y llevaba mensajes entre vecinos o amantes. Si lo pensamos bien, este tipo de personajes sigue existiendo, ya no andan a pie, sino en camionetas y traen garrafones.
En el texto “El sereno”, José María Rivera presenta a este personaje importante para las noches decimonónicas, ya que al no existir todavía la luz eléctrica, era quien encendía el alumbrado público de gas. Mientras casi todos dormían, estos serenos iban por las calles encendiendo los faroles y desempeñando una especie de vigilancia, armados solo con una lámpara, unos fósforos y un silbato. A veces hasta los culpaban si se daba algún atraco a los negocios por la noche porque no habían cuidado bien. Este personaje casi ha desaparecido en la actualidad, pero ha quedado en el imaginario colectivo y en la expresión “será el sereno”. Aquí está otra invitación para regresar a nuestras letras.
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