Cada vez que la lluvia y los truenos resuenan por las calles de la colonia Francisco Sarabia, la familia de la señora F., una de las más antiguas asentadas en ese agreste sector de la ciudad, temen repetir la experiencia vivida en 2006.
Las lluvias registradas en la ciudad durante las últimas dos noches, han sido de sobresalto para ellos, pese a no tratarse aún de las fuertes precipitaciones que en el pasado han inundado de desgracias a cientos de familias fronterizas.
La notoria falta de mantenimiento y reparación sistemática de los diques cercanos, deja ver su efecto en los grandes afluentes de agua que en las últimas dos noches han corrido con fuerza calles abajo, penetrando en un gran número de viviendas de la zona.
La casa de la señora F. ubicada en la calle José María Morelos, no ha sido la excepción; pero no ha sufrido tanto los efectos como la vivienda que está frente a su hogar, cuyo porche muestra a la vista una gran carga de sedimento de lodo y basura acumulada.
Con el agua hasta las rodillas
“Aquí en la esquina el agua subió más de medio metro, ahí donde marca ese poste, pero como se desvía para esa otra calle, no llegó a subir tanto; tenemos esos bloques que mi esposo pone para que no se nos meta el agua, pero a veces no es suficiente”, señala la mujer.
Con 52 años residiendo en esa alejada colonia a la que llegó cuando solo era un gran terreno, ella cree tenerle tomada la medida al problema de las lluvias.
Pero otras veces, cuando se trata de trombas de gran magnitud como la vivida en 2006, y sabiendo que los diques no representan garantía, la situación se torna seria.
“En ese entonces nos sacaron los soldados porque se puso muy feo, toda esa calle era un río y a nosotros se nos echaron a perder los muebles; cuando volvimos, dijeron que nos iban a apoyar y a reponer los muebles, pero nunca lo hicieron”, comenta con ironía.
Calles como la Sinaloa, la Mauricio Corredor, y sobre todo la Loreto, son clara muestra de ello.
“El problema es también de mucha gente sucia que vive más arriba, como los de esa vecindad verde; ven la corriente y aprovechan para tirar la basura y que el agua se la lleve, así de cochinos son”, señala molesta.
Llantas, ramas y gran cantidad de basura acumulada en esquinas, en banquetas, en baches, en alcantarillas abiertas o bajo vehículos abandonados de la calle Sinaloa, hablan claramente de la fuerza con la que corrió el agua durante la madrugada del miércoles.
Calle abajo, donde el afluente toma camino hacia el Arroyo de las víboras, un gran cúmulo de ramas y basura adorna la parte trasera de un vehículo estacionado; el vehículo sirvió de obstáculo para desviar parte del afluente a la vivienda de una mujer que ha aprendido a tomar las cosas con filosofía.
“Sí, se nos metió el agua por culpa de ese carro que tiene días estacionado, es de la gente del taller de la vuelta; Pero mientras llueva está bien porque hace mucha falta el agua”, comenta con tranquila resignación.
Mientras reportero y fotógrafo platican con la mujer, un apresurado par de empleados del mencionado taller salen a mover con premura el vehículo; una pesada unidad de tracción ayudada de cadenas, sirve para el propósito.
Una vez libre el espacio, solo queda el cúmulo de ramas y basura, suspendido en el aíre y dibujando en el vacío la silueta del ahora ausente vehículo.
La calle Loreto es otra clara muestra del posible desastre que puede darse, si en esta temporada llegan a presentarse lluvias de gran dimensión.
“Pura pestilencia”
Gente sacando a punta de baldes el agua de sus viviendas, alcantarillas tapadas, llantas, ramas, basura y más basura entre la que destacan los ahora infaltables cubrebocas forman pequeños cúmulos a lo largo de la mencionada calle.
Una mujer, dueña de un comercio aledaño a su vivienda, es una de las personas que se dedican a sacar el agua, con el paciente uso de un balde.
“Lo único que pedimos es que vengan y destapen las alcantarillas y que limpien y arreglen allá arriba, que es de donde viene todo esto; con los drenajes tapados esto se vuelve pura pestilencia”, afirma molesta.
Por uno de los costados de la mencionada calle, un fuerte afluente de agua corre aún con relativa fuerza obstaculizando el paso a los peatones.
Esto no es impedimento para que una decidida madre de familia cargue en brazos a sus dos pequeños y zambulla las piernas en el torrente que de inmediato alcanza sus tobillos.
Cruzado el obstáculo, la mujer continúa calle arriba con los pequeños tomando sus manos.
En la esquina varios niños, con los pantalones recogidos a la rodilla, juegan despreocupadamente a zambullirse y a lanzarse agua a patadas.
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