Lo conocí en 1992; cuando llegó al barrio vi que se perfilaba como todo un personaje que rompería los esquemas y no me equivoqué. Fue mi compañero de la cuadra pero también fue mi compañero de trabajo, primero lo uno y posteriormente lo otro.
La primera imagen que tengo de él es que lo encontré empujando una silla de rueditas en plena terracería. No me explicaba con qué lógica realizaba este movimiento pero así fue, por lo que me ofrecí a ayudarlo y esa fue mi tarjeta de presentación.
Sabía que era un hombre que podía moverle a las computadoras porque trabajaba con un topógrafo, entonces lo recomendé a la oficina de Obras Públicas, donde sin tener título, cayó como ingeniero.
Tenía un trastorno obsesivocompulsivo, por lo que cada orden que se le daba, la cumplía cabalmente, ya que el no finiquitar un objetivo en tiempo y momento le producía un ataque de ansiedad.
Aprendió a manejar Autocad, pero de igual forma, su peculiaridad no dejaba de llamar la atención, ya que agarraba el ratón con la mano izquierda siendo diestro.
Sabíamos que su computadora se había descompuesto Ya que en voz alta le brindaba cariños y le decía “chiquita”. Luego la reseteaba. Entonces para él, la fórmula era tratar bien a la máquina como si fuera un humano. Decirle “chiquita” era la llave de entrada para que el aparato se pusiera nuevamente en funcionamiento. Lo anterior, obviamente causaba la mofa de algunos y la molestia de otros, ya que cuando la entrega era para ayer y los aparatos se descomponían, luego venía este y les decía, “dile chiquita”. Obviamente que yo sonaba como una patada en la entrepierna o como una burla planeada.
Alguien de todas sus confianzas algún día le respondió “eres un estúpido”. La frase obviamente salió desde el fondo del corazón e iba con la intención de hacerle ver que decirle ‘chiquita’ a una máquina no servía absolutamente de nada. Pero si a la frase que emitió el insultador, le dibujas un movimiento de cabeza virando hacia los lados, haciendo las veces de un sentimiento de enojo, entonces el insulto y el movimiento resultaban una evidente molestia que no pasaban desapercibidos.
Tarde que temprano aquella frase de “dile chiquita” se hizo famosa en el departamento. Todos entendíamos que a una máquina no se le puede hablar y que quien la maneja es quien se equivoca. Sumado a lo anterior, sabemos que las máquinas no tienen palabra de honor y un día pueden estar al cien por ciento, y otro día amanecer muertas.
Llama la atención la participación de Omar García Harfush, en la verdad histórica que construyó el PRI con toda esa maquinaria opulente, que echó a andar todas las miserias del sistema anterior y donde varios personajes de mucho peso político tuvieron que inventarse algo para darle una respuesta a las madres de los desaparecidos de Ayotzinapa.
Hoy se vuelve a revivir esa maquinaria descompuesta y apestosa, en donde un jefe de Policía pretende ser gobernador de la CDMX.
Esta maquinaria está aún en mal estado, solo cambiaron los colores pero los engranes son exactamente los mismos y las intenciones, también.
Ya salieron todos los órganos de esta maquinaria a defender al Policía para que no se arredre y siga siendo el candidato predilecto. En defensa podría recomendarles a los que no les gusta esa máquina descompuesta: “dile chiquita”. Con suerte la maquinaria se compone.
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