En el cruce de López y Francisco Madero de la Ciudad de México, se ubica uno de los restaurantes más famosos del país. En la primera planta puede uno encontrar libros en abundancia y curiosidades como equipos electrónicos y objetos que la gente compra, a veces sin necesitar.
En el segundo piso se encuentra la cafetería donde se puede degustar un espumoso chocolate con pan dulce. La repostería es una de las especialidades de esta cadena de restaurantes, claro, sin olvidar la comida a la carta, que también es requerida por los comensales a toda hora del día.
Los restaurantes han sido famosos desde que Francisco Villa y Emiliano Zapata fueron fotografiados ahí. Para algunos el mote de Sangron’s no es de a gratis, pues sus precios no son precisamente los más económicos. Ello sirve como filtro para cautivar a una clase social un poco más arriba.
La cadena de restaurantes desde su nacimiento ha sido tipificada como un sitio para gente que está dispuesta a pagar algunos pesos más; los precios de la carta contrastan con aquel evento en donde revolucionarios liderados por Villa y Zapata, fueron fotografiados desayunando en 1914. El sitio se vio copado por el México profundo –como diría Guillermo Bonfil Batalla (1987)–. En aquella ocasión este acontecimiento se llevó a cabo en el famoso restaurante Los Azulejos, hoy llamado Sanborn’s.
Sin embargo, en esta ocasión no quiero referirme a ese lugar, que ya tiene una historia de más de 100 años. Del que quiero platicarles es del que está situado en el cruce de las calles en mención, en donde uno se puede acomodar en los asientos que están ceñidos a los ventanales, los cuales permiten observar de frente el Palacio de Bellas Artes.
La vista se adorna con la lluvia que frecuentemente baña los cristales. Quién gusta de ir a la Ciudad de México debe visitar este sitio, en el que bien podrá leer un libro acompañado de una bebida caliente y ver hacia varios flancos de la ciudad más poblada del país.
Esos ventanales son como una pantalla de televisión gigante con actores de la vida real. Los enormes ojos del edificio son una flagrante coquetería para los mirones que gustan de romantizar los parajes de la selva de asfalto. Desde arriba se puede ver la señora que vende tamales con champurrado hasta aquel que se tapa la lluvia con el periódico. Esos enormes cristales te brindan a diario una película gratis.
Este domingo se proyectará el primer debate entre los tres candidatos a ocupar la presidencia de México, no sabría si bajar al primer piso y plantarme frente a las pantallas, o quedarme en el segundo piso mordiendo una concha, acompañada del tradicional chocolate caliente que escupe vapor desde su jarrita laminada.
Recuerdo aquel debate en el que se contrató una edecán con el pecho ampliamente descubierto, la cual robaba la atención de Gabriel Quadri. Pero también recuerdo el debate en el que Andrés Manuel se perpetuó con la frase: Ricky riquín canallín.
El debate del próximo domingo, según los que saben, promete buenas sorpresas para los espectadores, quienes nos deleitaremos con un jugoso paquete de desacreditaciones. Aún no sé si voy a cambiar el cacao por la perorata.
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