Hoy aparece aquí el vitando cuento llamado “La cacerola”, que doña Tebaida Tridua anatematizó. La ilustre censora leyó ese relato y fue atacada al punto por un súbito yeyo seguido de temblores convulsivos que su médico de cabecera hubo de tratar con un emplasto de hojas de gallocresta y un frote enérgico de ungüento de atutía