Este es un día de tristeza, las tonalidades grises del cielo mayormente nublado hacen que el día se sienta diferente, melancólico. Funcionarios de los niveles federal, estatal y municipal llegaron al cruce de la avenida Ejército Nacional y Paseo de la Victoria, al memorial del Campo Algodonero.
A pesar de estar al tiempo indicado y haber hecho todos los protocolos políticos previos al comienzo de un evento cualquiera, no puede dar inicio la ceremonia, porque este día no era para ellos. Las protagonistas de esta ceremonia llegan a paso lento, algunas en andador, otras con sus familias. Han pasado más de dos décadas de luchas, entre quejas e idas y venidas de la Cortes, han peleado hasta el cansancio por este día.
Son las madres y familiares de Silvia Elena Rivera Morales, María Elena Chávez Caldera, Brenda Berenice Rodríguez Bermúdez, María Sagrario González Flores, Olga Alicia Carrillo Pérez, Cecilia Covarrubias Aguilar y la bebé Ibarra Covarrubias, mujeres cuyos cuerpos sin vida fueron encontrados en diversos predios desérticos de la frontera.
La ceremonia comenzó y los funcionarios dieron breves discursos: Joel Hernández García, subsecretario de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores; Cruz Pérez Cuellar, alcalde de Juárez; César Jáuregui, fiscal General del Estado, y Félix Arturo Padilla, subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Secretaría de Gobernación, toman el micrófono y coinciden en la omisión cometida por las autoridades en su momento y en que se vulneraron los derechos humanos de las víctimas y sus familias.
Prometen a todo pulmón y ante decenas de cámaras que sus instituciones harán todo lo posible para evitar que se repitan este tipo de casos. Que la memoria es parte importante de la sociedad y que este tipo de casos sirvan como presión para las autoridades de que deben hacer bien su trabajo.
Pero para aquellas personas que han estado luchando por más de 20 años, que tuvieron que ir hasta Washington a las puertas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, esas palabras vacías apenas y significan algo.
Tras años de peleas, es lo mínimo que esperan de este Gobierno, que les falló en la misión de encontrar a sus hijas con vida y que aún no ha podido dar con el paradero de los asesinos que dejaron sus cuerpos entre la arena.
La desgarradora historia de un “ángel soñador”
Julia Caldera, madre de María Elena Chávez Caldera, cuenta la trágica historia de su ángel soñador, aquella que con apenas 15 años, salió de casa un 20 de julio del 2000, camino hacia la escuela. Sin embargo, esa tarde de verano, fue la última vez que la vio con vida.
Cuatro meses después de ir ante la Procuraduría General del Estado, donde le dijeron que seguramente “estaría con el novio” y que aparecería después, le llamaron para informarle que el cuerpo de su hija había sido localizado con huellas de violencia.
Sin embargo, aquella espera de 4 meses se prolongó durante 4 largos años, debido a que no le entregaron los restos de su ángel, hasta que la prueba de ADN diera positiva.
Julia termina su discurso enfatizando que este es solo un paso más para llegar a su objetivo principal, que la justicia y la verdad sobre lo que realmente le pasó a su hija.
Las dolorosas palabras y el “alma cansada” de Paula
Paula Flores Bonilla, madre de María Sagrario González Flores, toma el micrófono y dedica un mensaje a todas aquellas personas que la han acompañado durante este tortuoso camino, pero su discurso es tan fuerte y está tan lleno de tristeza y rabia, que le cuesta trabajo seguir.
Las palabras no salen de su boca porque su rostro se llena de lágrimas. Su respiración se acelera y esa rabia y tristeza se contagia entre las primeras filas de los asistentes del evento. Las lágrimas vienen acompañadas de sollozos y abrazos solidarios. Madres, hermanas, hijas, sobrinas, que han peleado vidas enteras para buscar a los responsables que les arrebataron los tesoros que tenían y pusieron su confianza en autoridades que durante años se burlaron de ellas.
Resalta que la disculpa no solo debería ser para las madres del Campo Algodonero, sino para todas aquellas madres que han perdido a sus hijas durante los últimos años y que los Gobiernos no han hecho el esfuerzo para localizarlas con vida.
Recordar aquella angustia por saber el paradero de su hija, el sentimiento de buscarla desesperadamente en el rostro de otras niñas y peor aún, leer el expediente del caso y descubrir todas las atrocidades que sufrió su hija antes de morir, le rompieron el corazón y solo hacen que sea más enérgica su necesidad de justicia.
Admite que no siente vergüenza por aceptar la disculpa por parte del Estado mexicano y confía en que el convenio firmado esta mañana, sea un compromiso real en el que las autoridades se comprometan a castigar a los responsables de las omisiones de las que fueron víctimas ella y su hija y asegura que, mientras Dios le dé vida, será la voz de María Sagrario.
Con las pocas fuerzas que le quedan, termina su discurso recitando el poema “Almas cansadas”:
“¿Cansada? Sí, un poco.
Cansada de tanto dolor,
promesas incumplidas y alternativas sin solución.
Ojalá que tú sí escuches la voz del alma cansada
y el latir de su corazón,
pues hay momentos en los que no quiero nada,
hay momentos en los que me siento sin razón.
¿Y mi hija muerta? ¿También estará cansada?
Si su alma vive, viva pide descanso,
porque al morir su cuerpo, el alma asustada,
y por más que lloro y por más que río,
la comprensión no alcanza.
Aún viven las almas, aún vive la esperanza,
aún siguen las muertes, aún sigue la fe”.
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