Con el 30.6 por ciento de su población integrada por niños de entre 0 y 17 años de edad, Ciudad Juárez presenta un panorama altamente desalentador.
El 80 por ciento de su población infantil y adolescente se concentra especialmente en colonias del norponiente, surponiente y suroriente de la ciudad.
Sectores en los que son frecuentes los casos de violencia, abuso, drogadicción, carencias económicas y gran falta de servicios, entre otros.
No es exclusivo de una clase social, pero sí se ve favorecida por ausencia o escasez de elementos que abonen a una vida de calidad.
En 2018, un total de 184 mil niños, es decir, el 13.4 por ciento de la población juarense, vivía entonces en condición limitada de desarrollo.
La situación impuesta por la pandemia, con todos los aspectos que influyeron para poner en crisis la economía local, llevó a empeorar la situación.
Los tres niveles de Gobierno dieron prioridad a la situación de la salud, desviando el interés de las políticas públicas hacia otros aspectos.
Se descuidó el interés por garantizar la integridad y el bienestar de los menores.
La pandemia los recluyó en el hogar, en una situación que en muchos casos incrementó los niveles de abuso sexual, violencia física, acoso y ciberacoso.
Se incrementó asimismo la condición de pobreza ante la pérdida del empleo de miles de adultos.
Todo esto ha generado mayor depresión y angustia en los menores, al grado que el índice de suicidios e intentos de suicidio también se incrementó.
La cifra nacional de suicidio infantil y adolescente se ubica ya en una incidencia de tres casos por día.
La exclusión, explotación, abandono, privación de sus derechos educativos y de salud, y el abuso físico, psicológico y sexual son la constante.
Morir siendo niño: la infamia
La violencia infantil se ha vuelto una constante en el panorama mundial, en situaciones que suelen darse de manera generalmente oculta al ojo público.
A ello se suma la violencia manifiesta que azota las calles fronterizas, que arroja también efectos directos o colaterales contra la niñez juarense.
Viejos conversadores de café rememoran los años en que las ejecuciones públicas se realizaban de manera selectiva y eficiente, respetando las vidas inocentes.
Si tal cosa era de valorar, lo que ocurre actualmente refleja un terrorífico proceso de degradación social que cimbra la integridad de la niñez fronteriza.
En los casos de ejecuciones públicas cada vez son más los hechos en que un niño o un adolescente fallece como consecuencia indirecta de estos actos.
Ejemplo de ello es el caso de un niño de tres años que murió acribillado junto con su padrastro en la colonia Puerto la Paz.
El caso del pequeño Dieguito encontrado sin vida en un lote baldío del fraccionamiento Senderos de San Isidro también cimbró a la comunidad fronteriza.
Nada diferente del caso del pequeño Rafita, que cuatro años atrás desapareció para ser localizado muerto días después con múltiples huellas de tortura.
Y en enero pasado, una niña muerta a manos de familiares, en medio del discurso oficial que presume programas presuntamente enfocados a la protección infantil.
Estado de emergencia
Desde 2006 la Red por la Infancia viene denunciando un “estado de emergencia” para Ciudad Juárez en materia de protección infantil.
Para José Luis Flores, consultor independiente en temas de proyectos sociales, niñez y adolescencia, Juárez presenta un escala alarmante al respecto.
Menciona al menos tres factores que tienden a mantener e incrementar los casos de violencia contra los niños, niñas y adolescentes fronterizos.
Entre ellos la aceptación social de la violencia como medida disciplinaria y el ocultamiento sistemático de hechos de violencia en hogar, escuela u otros espacios.
Un tercer y muy importante factor es la debilidad institucional para ejercer acciones legales contra los agresores, con denuncias que mayormente quedan impunes.
Hay mucha evidencia en carpetas de investigación de que esta dinámica continúa, muchos niños y niñas que luego son revictimizados durante los procesos”
José Luis Flores, consultor independiente
Primer lugar en desapariciones forzadas
Las desapariciones forzadas de niños y niñas son otro tema alarmante, con Juárez ocupando el primer lugar nacional a finales de la década pasada.
Catalina Castillo, representante de la Organización Popular Independiente (OPI), también destaca el nivel de impunidad actual, como uno de los principales aspectos.
“La impunidad en términos de que cualquier adulto pueda hacer lo que quiera con una niño o una niña; debemos modificar los sistemas judiciales y fortalecer las procuradurías de protección infantil, no solo en el papel, sino generar realmente una reestructuración de estas”, plantea.
Sin ir a la escuela, 141 mil
En materia de educación también es preocupante el índice de menores juarenses que no asisten a la escuela, según los más recientes datos del Inegi; de una población total de 463 mil 77 niños, niñas y adolescentes, 141 mil 30, que representa el 30 por ciento, no asiste a clases.
Pobreza, invisibilización, explotación, violencia, y abusos físicos, psicológicos y sexuales, son factores que caracterizan la vida cotidiana de miles de menores fronterizos.
Ellos no quieren vivir
Otro aspecto altamente preocupante lo representa el suicidio infantil y juvenil, que en el último año y medio se ha incrementado en 15 por ciento.
Jéssica Nodal, psicoterapeuta especializada en niñas, niños y adolescentes, atribuye al encierro derivado de la pandemia y a otros factores colaterales este hecho.
“El encierro, las clases en línea cargadas de trabajo, el estrés que se generó en los padres, perder trabajo, perder familiares, miedo a la enfermedad; y otro de los factores es el abuso sexual. Sabemos que la mayor parte del tiempo el violentador está dentro de la casa”, comentó.
Señala que la tasa nacional subió a tres suicidios por día, con Juárez como un municipio en el que se da mucho esa situación.
En la precariedad cultivan sus sueños infantiles
Los cuatro nietos de Doña Gloria Hernández sueñan con ser grandes para ganar dinero y con ello ayudar a su abuela
Para ellos la palabra “hermanastro” no existe.
En su mundo de juegos y sueños infantiles, ser hijos de diferentes padres con una abuela en común, no cuenta para evitar verse como hermanos.
Una quiere ser doctora, otro sueña con ser pintor, y el más grande ya piensa cómo será su máscara cuando se convierta en luchador; la más pequeña prefiere no hablar, pero sí observa detenidamente todo cuanto acontece alrededor, pendiente con ojos muy abiertos de lo que sus hermanitos platican.
Ninguno parece tener conciencia clara de la precaria condición económica en que viven, porque su abuela, doña Gloria Hernández, trabaja duro para sacarlos adelante.
Su familia es una de las muchas que habitan en el kilómetro 27, zona de asentamiento precario de la periferia fronteriza; zonas urbanas que analistas como Clara Jusidman califican como entornos muy poco favorables para el sano desarrollo de la primera infancia.
Doña Gloria recibe ocasionales apoyos de organizaciones sociales que le ayudan en su lucha por que no falte el sustento diario; apoyo que sin embargo, desquita con creces pues es una incansable colaboradora que despliega gran energía, pese a su edad.
Sus nietos José Eliseo y Smily Leonel trastocan en un monosilábico mutismo su imparable parloteo previo, cuando de hablar frente al micrófono se trata.
Ambos son hijos de la misma madre con un padre ausente; por razones solo entendibles en el entorno en que viven, están bajo resguardo de su abuela, quien se dedica por entero a darles el sustento.
Un factor que los define es su deseo de ganar dinero cuando sean grandes para ayudar a su abuelita en el sostén de la casa.
“A Mauricio el mayor de 12 años ya se lo llevó su papá a trabajar con él porque no quiso seguir estudiando; su papá trabaja en ferias y pues el niño le va ayudar a cuidar puestos”, comenta con tono de tristeza doña Gloria.
Los hijos de su exyerno
Mauricio y Caroline son hijos del exmarido de su hija, por lo que no hay lazos de sangre directa con ellos; pero en su corazón no hay distingo alguno, porque además de verlos como sus nietos, le satisface profundamente poder ayudar a su hija en criarlos.
El nexo con Caroline es profundo; en la visión de esta niña, ser doctora es una misión que va más allá de sólo dedicarse a curar a la gente y vivir de ello.
“Quiero ser doctora para cuidar a mi abuelita, porque a veces se pone mal y quiero cuidarla como me cuida ella a mí”, expresa.
Pero doña Gloria tiene la certeza de que cuando sea más grande, su papá la buscará para llevársela como ya hizo con el mayor.
No obstante tiene la esperanza de que esa niña, su nieta heredada, pueda cumplir su ambicioso sueño fuera del polvoso entorno en que viven; la esperanza de que no repita la condición de madre soltera que ella vivió, y que, con diferentes matices, ve casi replicada en su hija.
Vivir con discapacidad en un mar de pobreza
Para llevar a terapia a la pequeña Beatriz deben invertir todo un día, para poder trasladarla desde los kilómetros hasta el centro de la ciudad
Se llama Beatriz, tiene diez años de edad pero con una edad mental de solo tres años, y nació con retraso psicomotor.
Ella es parte del 45 por ciento de menores que nacen o desarrollan esta enfermedad, presentando simultáneamente retardo mental en su fase de crecimiento.
Su familia formada por otros seis integrantes se las arregla para convivir en una construcción de una sola pieza, ubicada en el kilómetro 29.
Solo la hija mayor trabaja, porque el padre no encuentra trabajo, dedicándose solo a trabajos de ocasión desde mecánica hasta plomería, o lo que sale.
Doña Alicia, madre de Beatriz, vende lo que se puede en un mercado de segundas cercano; lo importante es sacar para comer, pagar la renta de 500 pesos del cuarto en que viven, y trasladar a Beatriz a su terapia.
Llegar hasta ese lugar implica tomar la carretera a Casas Grandes a partir del kilómetro 20, y recorrer un amplio tramo; luego torcer a la izquierda para continuar por otro largo tramo de terracería.
La entrada de la casa es un grande y desvencijado portón frente al cual el viento ha acumulado un montón de fina arena marrón; ahí, en medio de un paraje semidesértico, nos recibe la señora Alicia, con su pequeña nieta en brazos.
Una crianza difícil
“Criarla ha sido muy difícil; para llevarla a terapia tengo que ir al centro, y aquí no hay rutas, así que agarro un uber y en el kilómetro 20 tomo la ruta”, señala.
La dinámica le lleva todo el día, 40 minutos de traslado al centro, dos horas de terapia, y 40 minutos de regreso al kilómetro 20; ahí espera hasta dos horas por un uber o una ruta que no la deja cerca.
Beatriz tiene un carácter cambiante, que la lleva de ser una niña muy dulce y sonriente a un violento torbellino de golpes y pataletas.
No hablaba ni caminaba, pero con las terapias lo ha ido logrando paulatinamente.
“Usa férulas, pero esas ya no le quedan y ahora hay que ir al DIF a que le den una cita e ir hasta Chihuahua; porque allá es donde las hacen”, dice su madre.
Otro problema son los pañales que debe usar siempre, que no son baratos ni fáciles de conseguir.
Hay veces que me desespero, porque pide cosas que no tenemos, y se pone de un humor que acaba por golpearnos; de repente no sé qué hacer, lo que quiero es salir corriendo, es muy difícil, pero luego pienso que ella me necesita mucho”
Doña Alicia
Mientras la madre habla de esto, la carcajeante niña juega a golpearse de espaldas contra un cojín pegado a la pared de la cama.
Su familia recibe algunos apoyos, pero no del Gobierno, sino de organismos sociales.
Pide a las autoridades enfocar “un poco más” sus ojos en niños como Beatriz, ofreciendo facilidades para que puedan acceder a una atención más adecuada.
“Que no fuera tan difícil llevarlos a un doctor, porque ella tiene un año sin ir al doctor; se me enferma y solo puedo llevara a las Similares, porque no tenemos seguro”, expresa. El problema es que los consultorios populares de farmacia más cercanos están en la glorieta del kilómetro 20 donde –comenta– casi nunca hay doctor; eso la lleva a trasladar a la niña hasta el bulevar Zaragoza, a 40 minutos en uber desde su casa.
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