«Yo sé que tengo para comer hoy, pero sólo mi Padre Dios sabe si tendré mañana», dice Nurse Sosa, obrera en la recicladora de basura Remasa, puesta en cuarentena sin salario y con su esposo enfermo de insuficiencia renal.
Nurse, es parte de las 368 mil personas que serán contabilizadas en situación de pobreza por causa de la pandemia por COVID-19 en Juárez, al finalizar este año, estimación del economista de la UACJ, Isaac Leobardo Sánchez Juárez.
Con el agravante que Nurse, como muchos habitantes de colonias del suroriente de la ciudad, entre ellas, Villas Residencial, la pandemia los hizo descender del último piso del sótano hasta tocar el piso del hambre, conocido de forma técnica: pobreza alimentaria.’
Conforme al Consejo Nacional de Evaluacion de la Política de Desarrollo Social (Coneval), pobreza alimentaria es la incapacidad para obtener una canasta básica de alimentos con el dinero que se tiene.
«Me ayudan mis hijos con lo que pueden, pero eso no está bien, uno tiene que ganar su dinero, pero no hay qué hacer, más que ponerse en manos de Dios y que sea lo que él quiera», agrega Nurse, desde el patio de su vivienda, en el fraccionamiento Villas Residencial.
A la cuarentena sin sueldo
Nurse es clasificadora de plásticos, en la empresa Reciclaje y Recuperación de Materiales S.A. de C.V ( Remasa), ubicada en la Panamericana, en donde su jefe la mandó a confinamiento, sin su sueldo de mil 600 pesos, y con la promesa de regresar al trabajo en junio.
«Y desde entonces, de repente tenemos; de repente no tenemos», responde a la pregunta de ¿Cómo le hace? Deja escapar una risa apagada, discreta; baja la mirada un poco avergonzada y enfatiza: «Mis hijos no me dejan de la mano de Dios, pero no es lo mismo».
«Ya desde antes de esa enfermedad -que sabrá Dios qué es- batallábamos, porque mi esposo tiene años con insuficiencia renal, no puede trabajar, pero pues así es, estamos en manos del Creador», agrega.
«El miedo al coronavirus cerró nuestro trabajo»
Con una hija de dos años y otro en camino, con ocho meses del embarazo de su esposa, Raúl «pide que por pena, no salga su cara» y narra, en medio del arroyo terroso, que el miedo al contagio cerró la peluquería en la que trabajaba.
«La dueña se adelantó y cerró. Al inicio de la fase dos. Nosotros estábamos tomando las medidas ahí en la peluquería, no teníamos más de cuatro gentes en el lugar y separadas.Usábamos antibacterial, cubrebocas, guantes, desinfectábamos las rejillas de las máquinas y utilizábamos una navaja por cada corte de pelo», cuenta.
«Llegó un cliente que venía de la 66 (del IMSS) que estuvo internado y nos contó como estaba ahí: hasta la madre de enfermos de Covid, por eso me empecé a preguntar si valía la pena seguir en la peluquería y poder contagiar a mi esposa y al bebé», señala Raúl, de 25 años.
“Sin Seguro, sin dinero para que mi mujer se atienda”
«No me fui, la dueña ya no podía pagar la renta del local y nos aviso que cerraría. Así me quedé sin trabajo, sin mi comisión, porque no teníamos sueldo» , enfatiza y agrega: «sin Seguro, sin dinero para que mi mujer se atienda».
Raúl hace cortes de pelo en la colonia y volantea sus servicios sobre la avenida Ramón Rayón.
«Dos o tres días, luego nos mantenemos adentro de la casa, porque sería peor que nos contagiáramos». «Así me la llevo, esperando que el coronavirus se acabe», remata.
«Los tomatitos y los ejotes», la pepena de Central de Abastos
Elena Martínez, de 55 años, todas las mañanas sale a conseguir la verdura de los contenedores de la Central de Abastos, en la calle Aeródromo. «A las cinco de la mañana, porque a esa hora todavía está fresca».
Su esposo, de oficio albañil en una constructora, convino con su patrón el 50 por ciento de su salario para cumplir con la cuarentena, desde entonces va y viene en busca de «liebres» para completar, cuenta Martínez.
«Cuando no hay, salgo al mercado a conseguir lo que haya, si no consigo le pido a los dueños del mercado; a veces me dan papas, los tomatitos y los ejotes, a veces arroz»,indica Martínez, con cinco hijos.
Tose fuerte y estornuda
Uno de sus hijos tose fuerte y estornuda. Se escucha hasta afuera de la vivienda. «Es uno de mis hijos, tiene calentura desde hace cuatro días», señala y agrega:«Lo llevamos a un médico particular, porque en el Seguro los están matando, no es nada serio, es una gripa, me dijo el doctor».
«A mi no me ha pasado nada. estoy mala del pulmón, que tengo agua, sabrá qué es eso, pero a veces me tira en la cama»,
dice Martínez.
Nadie, ni adultos ni niños de la colonia, se cuidan de un contagio.
Inyección para que se mueran los pobres
«Dicen que el Gobierno nos quiere matar, que ya no hayan qué hacer con nosotros. Uno de mis hijos dice que en el Seguro están poniendo una inyección para que se mueran los pobres«,asegura Martínez, por lo que se encomienda a Dios.
Al finalizar el año habrá 368 mil pobres
Isaac Sánchez Juárez, miembro del Laboratorio de Problemas Estructurales de la Economía Mexicana de la UACJ, plantea un escenario regresivo, provocado por la pandemia por COVID-19, que a final del año se podrán observar con claridad.
Con base en el indicador de Coneval «Personas Viviendo en Situación de Pobreza», que en Juárez se ha aplicado sólo en 2010 y 2015, el investigador señala que en el año 2010 había 352 mil personas pobres en la ciudad, mientras que en el 2015, según cifras oficiales, hubo registro de 397 mil en situación de pobreza.
Sánchez Juárez, doctor en economía, dijo que conforme a estudios realizados en el Laboratorio de la UACJ, se estima que este año existen 320 mil personas viviendo en situación de pobreza, pero por los impactos de la pandemia se prevé que haya un incremento del 15 por ciento, lo que significaría 368 mil juarenses pobres, al cierre del año.
«Pobreza es más que no poder comer»
El activista social Jorge Muñoz, quien gestiona un programa de ayuda a las familias en Villas Residencial, dice que la definición de pobreza alimentaria va más allá de la incapacidad de asegurar la comida por falta de dinero.
«Es cierto que la pobreza es por falta de dinero, pero sobre todo de carencia de recursos: de información, educación y de derechos...De falta de futuro, que puede convertirse en mal endémico», enfatiza Muñoz.
«Es una lacra al borde de nuestras vidas, que unos evaden enterarse, algunos prefieren buscar culpables y otros, simplemente no les interesa el tema»,expresa Muñoz, quien recopila insumos de grupos filantrópicos, incluso de políticos, como la senadora Bertha Caraveo, quien impulsa un programa social en la zona.
Ahora es el Covid-19 quien pone en riesgo a los habitantes de esta colonia, pero antes ya había otra lacra más sobre ellos, que son los terratenientes que «torcieron» el crecimiento de la ciudad hacia el suroriente, asegura Muñoz.
Villas Residencial está enclavada en los terrenos pantanosos del Lote Bravo, sitio que el Plan de Desarrollo de la ciudad prohibía su urbanización para vivienda, debido al suelo impermeable que causa inundaciones pluviales y daños estructurales a las viviendas.
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