Antes de que termine el mes de la Revolución, comentaré una novela que alude a ella. La Revolución mexicana, lo han dicho ya intelectuales y estudiosos del periodo, es el segundo momento y quizá más definitorio de nuestra identidad como mexicanos. Aunque proveían desde antes, aquí los corridos se vuelven en el género noticioso, popular y musical por excelencia y ha sido tan importante que se siguen creando corridos en la actualidad. De la misma forma, hay otros muchos aspectos como la política, los usos y costumbres, nuestras filias y fobias. Por ahí, más o menos, va la novela La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes (1928-2012).
En La muerte de Artemio Cruz, asistimos como lectores a, paradójicamente y no, a la vida de este personaje que está en los últimos momentos de su vida, viejo y enfermo, en muy malas condiciones y leemos sus recuerdos. A partir de una cronología desordenada y de un tipo de narración a ratos en un flujo de la conciencia, vemos que fue un revolucionario que se benefició de los pactos que hizo con los ricos hacendados a los que traicionó y de ahí amasó riquezas hasta tener empresas y negocios con estadounidenses. La Revolución se muestra de forma desencantada; en realidad los únicos beneficiados fueron los más vivos, los más hábiles para sacar ventaja del caos.
Esta novela también habla de la enfermedad y del envejecimiento. La enfermedad que no puede curarse, a pesar del poder político que puedan tener las personas, a pesar del dinero que se haya reunido a lo largo de los años. El dolor que no se mitiga con nada y que solo se hace más crudo porque no se alivia. El envejecimiento se ve en la obra como esa etapa en la vida que cobra las facturas de los excesos, de la soberbia, este periodo humilla al que se ve como eterno e invencible, los músculos se vuelven flácidos; el vientre se abulta; el cabello se cae; la fuerza desaparece; la belleza se esfuma. Este quizá sea uno de los dolores más fuertes que padece Artemio Cruz en el lecho de muerte mientras recuerda sus amores y deslices. En las primeras páginas piensa el protagonista: “Cierro otra vez los ojos y pido, pido que mi rostro y mi cuerpo me sean devueltos”, porque sabe que se han ido con la edad. Esta gran novela merece ser releída en estos tiempos y aquí está la invitación.
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