En 1972 Héctor Ruiz González, el Árabe, controlaba el mercado de la heroína y su abuela, la Nacha, empezaba a ser una leyenda. Ellos también “administraban” el mercado de artículos robados en toda la ciudad y hasta el Valle de Juárez.

En septiembre de 1972, el Árabe, en tan solo un día, negoció casi 40 mil dólares de heroína. Incluso llegó a hacer negocios con el IMSS local para la venta de esta droga y otros barbitúricos.
El juez segundo de Distrito, Rafael Barredo Pereido, dictó una orden de aprehensión contra él, que jamás se cumplió. Era intocable. La policía parecía no tener ojos ni oídos.
Su abuela, la Nacha, tenía compradas a todas las autoridades municipales, estatales y federales.
Un año más tarde, el domingo 25 de noviembre de 1973, supuestamente Héctor Ruiz González se mató en una volcadura.
Fuera de la policía, nadie más pudo ver el cadáver. El Árabe –comunicó la Policía Judicial del Estado– murió en un accidente automovilístico y su cuerpo quedó irreconocible.
Viajaba en una pick-up 1959 cuando a la altura del kilómetro 85 de la carretera a Casas Grandes se volcó, según la versión oficial, después de ser embestido por un vehiculo tipo guayín.
Al capo lo acompañaban su esposa, Ángela Martínez de Ruiz, y su hermana Lorenza Martínez, así como dos de sus hijos.
Nadie creyó la versión del accidente, ni siquiera la policía, porque no informaron del caso, no mostraron el cadáver y tiempo después toda la familia desapareció, incluso la matriarca de la droga, la Nacha.
La muerte de Chon Méndez
El 6 de febrero de 1976 las autoridades juarenses dieron fe de la muerte de Ascensión «Chon» Méndez Díaz, dueño y director de una pubicación La Jeringa, que entonces circulaba por la ciudad. Su cuerpo fue encontrado en los arenales de San Agustín. De acuerdo con datos del forense, Méndez habría muerto el 30 de enero de 1976.
No hubo tortura, el o los asesinos fueron al grano: un balazo en la sien derecha y otro más, el tiro de gracia, justo en medio de los ojos. Enseguida lo arrojaron en un paraje arenoso de aquel poblado.
Igual, la policía no informó nada, solo que esta vez le dejaron a un lado el bastón de la abuela, la Nacha.

El Chúntaro, un viejo pandillero de la banda Los King Kong, de la colonia Melchor Ocampo, se encargó de dejar la prenda cerca del brazo derecho de Méndez, director de La Jeringa, un mensaje de que los asuntos se deberían arreglar en casa. Entonces se supo que el periodista era informante del FBI.
Nunca se supo quién giró, días antes del asesinato, un cheque por más de 100 mil pesos a Chon Méndez. Entonces era mucho dinero. Pero así era Chon: lo mismo chantajeaba agentes aduanales, que policías judiciales, para no publicar lo que sabía, pero esta vez se metió con la familia mayor.
Entonces ocurrió una limpia en los pasquines de la ciudad, El Pavoroso Caso y El Imparcial, dos de los principales y cuyos directivos aparecieron muertos, algunos en las arenas de Samalayuca y otros en San Agustín, entonces el sitio preferido del incipiente crimen organizado.


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