El 8 de septiembre de 1900, mientras que al otro lado de la frontera se organizaban significativas movilizaciones de grupos libertarios que pugnaban por el inicio de una revolución social, en Ciudad Juárez nació Adela Velarde Pérez, hija de un comerciante y nieta del coronel Rafael Velarde, partidario y amigo de Benito Juárez, a quien dio alojamiento durante su Gobierno itinerante durante la segunda intervención francesa.
En 1913, Adela, ya encarrilada en la profesión de enfermera, decidió unirse a las filas de la revolución armada, a pesar del descontento y la negativa de sus padres, para formar parte de la Cruz Blanca, conformada por Leonor Villegas de Magnón y que se dedicaba a atender a los soldados del Ejército Constitucionalista.
Ya integrada a las filas del coronel Alfredo Breceda, Adela Velarde, que ya se había ganado la simpatía de sus correligionarios, recibió el sobrenombre de “Adelita”, apelativo que demostraba cariño, por su corta edad, su gracia y su nobleza.
En las jornadas revolucionarias Adelita conoció a Antonio Gil del Río Armenta, sargento del Ejército Villista, quien quedó irremediablemente enamorado de la joven enfermera.
El amor de Adelita y Antonio del Río duró lo que los triunfos de Villa en 1913 y 1914. El Sargento solicitó su traslado a la Cruz Blanca para estar más cerca de su amada. Mientras el Centauro del Norte acumulaba victorias en Chihuahua y Coahuila, los enamorados no tardaron en presentarse ante la líder del escuadrón de enfermeras, Leonor Villegas, para anunciarle que pronto se casarían. Entonces no sabían que el fuego de la metralla federal acabaría con su idilio. No sabían que la toma de Gómez Palacio, durante las batallas de Torreón, sería el telón que bajaba, lentamente, para terminar el primer acto de la historia atribulada de la Adelita, y el primer acorde del corrido más famoso de la lucha armada por la revolución.
Y después que terminó la cruel batalla
y la tropa regresó a su campamento
por la vez de una mujer que sollozaba
la plegaria se oyó en el campamento
José Alberto Galindo Galindo nació en Chicago. Llegó a Zaragoza, Coahuila, a las ocho años, a cursar el tercer año de primaria en la escuela federal 20 de Noviembre. Luego de estudiar en el colegio católico Saint–Mary de Chicago, el horizonte que se le presentaba en tierras coahuilenses era muy distinto de aquel que vislumbraba en tierras norteamericanas. Las fiestas patrias, sobre todo aquellas relacionadas con la Revolución, que en la primaria 20 de Noviembre, como en todas las primarias mexicanas, se adornaban con el verde, el blanco y el rojo, le llamaban enormemente la atención. Los niños, con carrilleras de aluminio y matas de pelo que hacían las veces de bigotes, y las niñas, con sus trenzan colgando bajo los hombros, sus moños tricolor y sus vestidos de manta lisa y adornos coloridos. Eran ellas las Adelitas. Las encarnaciones infantes de la mujer gloriosa que marcaría profundamente la vida de José Alberto Galindo Galindo.
El doctor Galindo, cirujano y veterinario de profesión, es un personaje reconocido de la historia y la narrativa de la historia en Coahuila. Con más de una decena de libros publicados, entre novelas históricas e investigaciones, fue presidente de la Asociación de Cronistas e Historiadores de Coahuila, de la que aún forma parte. Es el investigador más reconocido y calificado en torno a la historia de Adela Velarde Pérez, de quien guarda pertenencias y documentos oficiales como legado de la historia de México y de su ardua investigación.
“Es una lástima que en Ciudad Juárez la historia de Adela no sea tan conocida, pues ella era de ahí”, comenta el doctor Galindo, puesto que, para él, “la Adelita es la representación de la mujer mexicana, de un trasfondo moral invaluable, de la lucha por los ideales. Adela es un símbolo nacional”.
El doctor Galindo Actualmente reside en Del Río, Texas, donde fue sepultada Adela Velarde. Durante la conmemoración de la Revolución Mexicana, el historiador y cronista acude a su sepulcro para presentar sus respetos, y planea, en colaboración con descendientes políticos y autoridades locales, crear un monumento a la Adelita aledaño a su tumba en el cementerio de San Felipe.
El libro que reúne la investigación del doctor Galindo, “Un cielo de metrallas”, fue publicado hace seis años y está próximo a reeditarse. Sin embargo, el doctor lamenta que el recibimiento y la difusión de su trabajo tenga mejor condiciones en el extranjero, ya que ha sido merecedor de premios en Cuba, pero en México no es popular.
Sobre Adela Velarde, Galindo Galindo comenta que “era una persona educada, de una familia acomodada” y que sus familiares en esta ciudad “se olvidaron de ella. Rompieron contacto en cuanto ella decidió dejar el hogar para unirse a las filas de la Revolución. Es algo que jamás le perdonaron”.
Sobre la relación entre Adela y su tierra natal, el cronista e historiador cree que la historia de la enfermera afiliada el movimiento revolucionario debería tener mayor representatividad. Cree, sin dudar, que la Adelita juarense podría arraigarse en el imaginario de los fronterizos como una figura de lucha y nobleza.
Y si acaso yo muero en la guerra,
y mi cadáver lo van a sepultar,
Adelita, por Dios te lo ruego,
que por mí no vayas a llorar
Herido por los federales que defendían inútilmente Gómez Palacio del ataque villista, Antonio Gil del Río Armenta murió en 1914. Cegada por la batalla, la historia de amor de dos revolucionarios inicio, entonces, su periplo hacía la posteridad.
Adela Velarde Pérez continuó en la lucha hasta la batalla de Zacatecas. Luego abandonó la causa revolucionaria, pues creía que los ideales que dieron inicio al movimiento se habían perdido. Creía que la Revolución, por las traiciones y las luchas entre facciones, se había convertido en algo horrible.
Rechazada por su familia en Juárez, decidió marcharse a la Ciudad de México, donde, durante muchos años, trabajó como mecanógrafa en la Administración 1 de Correos. En 1941, a los 40 años de edad, Adela recibió la Condecoración al Mérito Revolucionario de parte de la Secretaría de la Defensa Nacional. El 8 de diciembre del 61 le fue concedida una pensión vitalicia (de 750 pesos mensuales) por parte del Congreso de la Unión.
Así pasó Adela la mayor parte de su vida, trabajando entre las máquinas de escribir y las oficinas postales de la capital del país, hasta que, en 1965, el coronel Alfredo Villegas (aquel que se menciona en la canción), viudo y radicado en Del Río, la localizó y le propuso casarse con él, pues el pasar de las décadas no había borrado la huella que la Adelita dejó en las huestes revolucionarias.
Se casaron ese mismo año y se trasladaron a Del Río, donde permanecieron casados por seis años, hasta que, el 4 de septiembre de 1971, 4 días antes de cumplir 71 años, Adela Pérez Velarde murió en el hospital Santa Rosa, de San Antonio, como consecuencia del cáncer cervicouterino que padecía.
Aunque el origen del corrido de la Adelita es discutido, y diversos autores y estados se atribuyen su autoría, la historia de Adela Velarde Pérez, enfermera y revolucionaria juarense, sobrevive en la cultura popular mexicana y en la interpretación de una de nuestras canciones más conocidas.
Adela Velarde sobrevive en las trenzas que cuelgan debajo de los hombros, en los moños tricolores, cuando las niñas de primaria, vestidas de revolucionarias, remembran la lucha armada de mujeres y hombres que erradicaron a la tiranía con metrallas y canciones.
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