La historia lleva al cruce de la avenida Hermanos Escobar y la avenida De las Américas; la fecha, 7 de agosto de 2024.
Lidia Kogel Hernández era una jefa de familia con deseos de realizarse unos “arreglitos estéticos”.
Aquella mañana, tenía agendada una intervención quirúrgica, una operación de lipotransferencia, que consistía en quitarle grasa del abdomen para ponérsela en otras partes del cuerpo.
Terminó contratando el servicio en la clínica Juvenex Med-Spa, que, según su sitio web, es propiedad del doctor Ralph Romeo.

Si la operación hubiese sido un éxito, su hija, así como el resto del público presente en la sala 22 de la Ciudad Judicial, no estarían aquí. Ninguna de las diligencias del proceso penal 1469/25 se hubieran llevado a cabo ni Felipe Alejandro H.A. y Eduardo V.C., tampoco estarían vestidos completamente de gris.
Hace un año, los hombres que ahora son imputados, trabajaban en la clínica y estuvieron presentes en aquella intervención para la cual Lidia había llegado.
Felipe Alejandro fue uno de los cirujanos encargados de la operación, junto con el doctor Ralph, mientras que Eduardo fue el anestesiólogo.
Junto con los médicos estaban tres empleadas, las asistentes, que eran mujeres de entre 18 y 20 años y fungían al mismo tiempo como recepcionistas, instrumentistas e incluso como niñeras.
De acuerdo al testimonio de una joven estudiante de Enfermería, alumna del doctor Eduardo y que estuvo presente la mañana de los hechos, en esa clínica era más fácil describir las negligencias médicas que alguna práctica acorde con las normativas sanitarias.
La joven llegó por primera y única vez a este lugar y su versión de los hechos fue clave para esclarecer el caso que conmocionó a gran parte de la comunidad juarense.
Todo fuera de su lugar
La estudiante llegó al lugar invitada por su profesor, quien le pidió ayuda para su clínica, ubicada en la colonia Margaritas, donde se ofrecían intervenciones quirúrgicas estéticas.
Aunque apenas era estudiante, pudo notar fácilmente que aquel lugar no estaba apto para realizar operaciones como la que fue a hacerse la señora Kogel.
No había un quirófano, el área donde se hacían las operaciones era un “espacio ambulatorio“, compuesto por una camilla y algunos otros aparatos médicos.
Sin el menor cuidado y a expensas de cualquier accidente, así fue como los médicos realizaron el procedimiento de la señora Kogel, contradiciendo gran parte de las especificaciones establecidas en la Ley General de Salud.
La primera señal del concierto de horrores fue al momento en el que comenzó el procedimiento, en el que el médico pidió a sus “asistentes“ que le pasaran un bisturí para abrir la piel, pero que terminaron por pasarle unas pinzas.

No solo eso, aseguró que las jóvenes también eran usadas para realizar una parte importantísima del procedimiento de la liposucción; que era el separar la grasa de los líquidos (como agua y sangre).
Era tan malo el manejo del proceso que llegó a ver cómo una de las mujeres había derramado una cubeta con grasa al piso y, acto seguido, el cirujano la regañó enérgicamente por ignorar cómo hacer el procedimiento, siendo que ni siquiera contaba con algún estudio relacionado a la práctica médica.
Agregó que las empleadas no tenían el menor cuidado al ingresar al área, ya que entraban y salían constantemente, contaminando la operación.
Señaló que le tocó ver al doctor Felipe Alejandro utilizar una cánula, un dispositivo médico en forma de tubo, para retirar la grasa del abdomen y espalda, misma que movió violentamente sobre la paciente “para terminar más rápido“.
Incluso, observó como al final, Felipe Alejandro y Ralph habían peleado para decidir quién terminaba suturando a la paciente.
Nunca volvió a despertar
Una vez que concluyeron la operación, alrededor de las cuatro de la tarde, coincidieron en que algo andaba mal y los médicos lo notaron de inmediato, indican los testimonios tanto de la estudiante como de las empleadas presentes en aquella ocasión.
Cuando se suponía que el efecto de la anestesia debía pasar, Lidia seguía inconsciente y no respiraba por sus propios medios.
Lo anterior exaltó al doctor Eduardo, encargado de la anestesia, quien comenzó a buscar un medicamento para este tipo de escenarios, pero no lo encontró en la clínica.

Fúrico, ordenó a las empleadas que llamaran a farmacias cercanas y pidió a una de ellas que fuera corriendo a una Farmacia Similares, para ver si lograban conseguirlo.
Luego de algunos minutos, lograron el cometido, y finalmente colocaron el medicamento por vía intravenosa, haciendo que Lidia lograra respirar por sí misma.
Los testimonios indicaron que los dos médicos únicamente se cercioraron que respirara, antes de concluir su jornada, aunque Lidia siguió bajo revisión y respirando, jamás recobró el conocimiento.
El producto de la negligencia
La necropsia de ley realizada por la médico legista adscrita al Servicio Médico Forense, concluyó en que la mujer falleció por lesión en “hemotórax derecho en la arteria subclavia”; es decir, sufrió una hemorragia interna en la arteria que está entre el pulmón y la clavícula.
Dicha hemorragia “era subsecuente a herida en forma ovalada en la región lumbar”; al momento de la operación, se presumió que el cirujano, cuando estaba retirando grasa de la espalda con la cánula, provocó una herida en la arteria, que desencadenó que la mujer muriera desangrada internamente.
Los testimonios de las empleadas, son concluyentes en apuntar a otros dos responsables “al salir, solo vimos que se quedó el doctor Ralph con su esposa”.

Con la carga probatoria expuesta en la audiencia de vinculación o no a proceso penal, el juez de Control vinculó a proceso a los dos imputados, por la presunta comisión de los delitos de homicidio calificado y práctica indebida del servicio médico.
Ambos delitos derivados de realizar prácticas médicas en lugares donde no solo no había condiciones adecuadas, sino también que no contaba con ningún tipo de permiso ante las autoridades sanitarias.
En el caso del doctor Felipe Alejandro, se le agregó el delito de usurpación de profesión, debido a que, aunque era cirujano, no tenía la capacitación necesaria para ejercer la cirugía plástica.
La parte más macabra de esta historia, es la que aún quedó guardada en la carpeta de investigación de la Fiscalía Especializada en Delitos contra la Mujer (FEM).

Lidia no solo fue víctima de una negligencia médica, si no que sus restos, fueron cercenados y abandonados en tambos dentro de un terreno baldío en el Camino Real, encontrados finalmente hasta diciembre de ese mismo año.
Desde el 9 de agosto, fecha en la que reportaron su ausencia hasta el día en que fue localizada, su familia lideró una búsqueda incansable por toda la ciudad, que desafortunadamente, concluyó de la manera más cruel posible.

Los otros dos implicados, Ralph y su esposa, identificada como Diana Stefanía, siguen prófugos de la justicia, sin que la FEM tenga alguna sospecha de donde pudieran estar escondidos.
Hasta hoy, en el internet sobrevive la página web de la clínica donde Lidia perdió la vida; mientras quienes formaban parte de su cuerpo laboral, tendrán que esperar los seis meses de investigación complementaria, para comparecer nuevamente ante las autoridades judiciales.


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