El rutinario tictac de la ciudad se escucha a cada paso que los peatones dan por sus calles, un tictac por cada vehículo que transitan sin rumbo definido.
Por la 16 de Septiembre, en el edificio Sauer, el tictac es cada uno de los escalones que llevan a la planta alta en donde al ingresar a uno de los locales que se encuentra al fondo a la izquierda, el sonido se detiene y, tras él, todo el movimiento citadino.
Allí, Gabriel Silva coloca su visera lupa para extirpar con paciencia una diminuta pieza que falla, colocar el repuesto y lograr que el mecanismo del reloj se reactive. Tictac, tictac, la ciudad vuelve a la vida.
Con más de 50 años como relojero, Silva se ha mantenido en el oficio y ha visto frente a sus ojos el paso del tiempo, que pese a la tecnología que hoy impera, no ha logrado vencer los artefactos hoy considerados como artículos de colección, los relojes mecánicos.
Silva nació el 25 de noviembre de 1930 y en 1945 llegó a Ciudad Juárez, donde tiene más de 50 años dedicándose a la reparación de relojes.
El oficio lo aprendió por un amigo, Pedro Páez, que trabajaba en la joyería Camacho y ese le decía que comprara relojes para irlos reparando y le iba dando algunas claves de cómo hacerle.
“Comencé desarmando maquinitas y poco a poco le fui entendiendo” dijo.
Silva arregla relojes de cuerda y automáticos, ambos tienen su grado de complicación, más en los segundos por las piezas que contienen, señaló.
Las piezas que requiere para reparar las antigüedades las consigue del banco que él mismo ha ido acumulando, que alcanza ya varias miles de piezas, o bien con compañeros del oficio que también guardan algunas que han ido conservando.
“Porque ya no hay dónde vendan las piezas, porque ahora en el mercado existen más artículos de cuarzo o de pilas”, comentó.
Hoy en día son pocas las personas que ocupan los servicios del relojero, pero antes eran más de cuatro clientes los que acudían a diario a solicitar un trabajo especial para volver a la vida a estos objetos que se volvieron parte de la personalidad de varias generaciones de los siglos 19 y 20.
“Ahora no, cae uno de vez en cuando, es que todos ya son con tecnología, los mecánicos ya casi nadie los usa”, dijo.
Un artículo de este tipo, mecánico, tiene dentro de sí entre 240 y 260 piezas que van desde centros, joyas, piezas que aparentemente son una pero se desarman y se vuelven 10, convirtiéndose en un acertijo que sólo la paciencia y el conocimiento pueden resolver.
Es en ese escenario, donde don Gabriel coloca su viscera lupa y se ensimisma, en silencio, para resucitar otra pieza, un reto más, para ganarle tiempo al tiempo.
Junto al relojero se encuentra Gabriel Silva, su hijo, quien le ha seguido en el oficio, aunque a diferencia de su padre, él se asume como solamente un armador.
“Yo sólo armo y reparo los relojes, el relojero es aquel que también tiene su torno para hacer piezas cuando éstas ya no se consiguen en el mercado”, aclaró.
Gabriel hijo recuerda que desde niño creció en el taller de su padre, donde llegó a ver los tiempos de bonanza de la ciudad, cuando la gente acudía y se interesaba más en este tipo de artículos que eran distintivos de la personalidad.
“Antes la gente se caracterizaba por cuidar mucho sus relojes, ahora ya no, ahora quizá sea lo mismo con los celulares, pero esa es una moda que va pasando, los relojes duraron muchas años, décadas, los puedes ver en las revistas de época”, dijo.
Los relojeros se distinguían también por ser más elegantes en los términos sociales, vestían de saco y corbata y atendían a su clientela con toda la educación que correspondía al protocolo.
Hoy en día, la moda y las circunstancias económicas han hecho que ya todo sea desechable.
“A mi padre le tocó una época de mucho trabajo, de mucha bonanza, y los trabajos, yo recuerdo por la calidad de vida que recibí de él, que no te hacías rico con ese trabajo, pero mantenías un estilo de vida mucho mejor que otras personas”, recordó.
Pese a la imagen que pueden dar los talleres, donde miles de piezas se encuentran revueltas, todo mantiene un cierto orden, como el interior de un reloj, en el que el artista cirujano de la mecánica del tiempo mantiene una sincronía que le permite desempeñar su labor.
“El trabajo de un relojero es limpio, no te ensucias tanto, aquí han llegado relojes caros, a mí me consta haber visto hasta un Rolex de 57 mil dólares, con factura y de ahí para abajo muchos”, recordó.
Ahorita la tendencia es usar relojes que cuestan menos de mil pesos, pero antes la gente buscaba comprarse uno con el más alto valor.
Pocos son los relojeros de la época de la bonanza de Ciudad Juárez que siguen activos. Tal vez Silva sea uno de los pocos que se encuentren aún en su taller reparando este tipo de artefactos.
“Mi padre se encuentra sano pese a que tiene más de 80 años, todavía trabaja, pero lo hace a su ritmo”, señaló el hijo del relojero.
Los Silva aún conservan el torno especial y las herramientas que se requieren para crear piezas, sin embargo, dicen que ya no son utilizadas, puesto a que se ha hecho innecesario, además de poco redituable.
“De vez en cuando coleccionistas quieren arreglar un reloj del que no hay piezas y sí vale la pena trabajarla, pero es uno entre mil”, puntualizó.
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