Las funerarias son un lugar generalmente triste. Adentro sus pisos resguardan lágrimas y sus paredes gritos de reclamo, de coraje y demás. Sus techos protegen de más inclemencias que la partida de seres queridos. Llorar una muerte no necesita de más sufrimiento que el que se tiene dentro.
Las funerarias son en Juárez, usualmente, negocios familiares, o que nacen como tal y luego se convierten en negocios a la merced del mejor postor, pero en el caso de las Del Carmen, siguen siendo familiares.
Llegar a la funeraria Del Carmen de la avenida 16 de Septiembre es fácil. Es un lugar visible con exteriores discretos pero muy distintos a los demás establecimientos o edificios cercanos.
Hoy, la distinción no eran solo la fachada más alta que la de los demás lugares, o las letras metálicas con una paloma sobrepuesta que se ve en uno de los puntos más altos. La distinción fue una patrulla y tres oficiales de la Policía Municipal resguardando el lugar.
Desde ayer, en la Funeraria Del Carmen se velaron los cuerpos de José, Gloria y Mariana.
Ellos tres fallecieron consecutivamente tras sufrir quemaduras graves en el incendio de la Funeraria del Carmen ubicada en la avenida División del Norte en la colonia Emiliano Zapata el 28 de julio.
Hoy, dos féretros grandes color nogal con tapas que tenían motivos de una mano experta en dibujo sobre madera resguardaban un ataúd más pequeño en color blanco. Eran José y Gloria arropando a Mariana.
Esta vez, los muros internos de la sala donde tenían aquellos cuerpos se vistieron de decenas de coronas florales de todos los colores. Esa familia era muy querida y se rodeó de personas que notan su ausencia y a las que le duele su partida. Las coronas estaban firmadas por particulares, por otras funerarias, por una guardería y muchas otras entidades.
Familiares y amistades de los Arriaga Sánchez lloraban, oraban y repasaban sus recuerdos a través de la música en alto de José Alfredo Jiménez que se escuchaba en el recinto.
Sus familiares contaron que el negocio familiar era para cinco hermanos y una hermana, aunque algunos decidieron dedicarse a otras cosas. Empezaron en la colonia Altavista y luego se fueron expandiendo.
Se les nota el dolor en los ojos. Pesa tanto que hace que el lado exterior de sus cejas caigan, denotando su tristeza. No hay lágrimas, ni una gota. Finalmente, trabajar con la muerte es su pan de cada día, pero se les nota el dolor en los ojos.
No es solo dolor, dicen. Es impotencia, también. Quieren confiar en las autoridades, pero hay una resignación que parece ya indiferencia. “A ver qué logran”, dicen. Esperarán a que se haga justicia, pero no más. No buscarán justicia por mano propia.
También sienten temor, y por eso mismo pidieron a Norte Digital que las fotografías fueran sin rostros. Discreción en ese sentido, solicitaron. No les importa que se hable de los lugares o de los nombres de quienes ya no están, pero sí de ellos, de su familia, de sus amistades. No caras, no nombres. Ese temor tiene origen en la impunidad que viven.
No ha habido respuestas ni siquiera a la primera vez que quemaron una Del Carmen, el 17 de julio, mismo día en que incendiaron la funeraria Los Ángeles, ambas en la perimetral Carlos Amaya. La Fiscalía General del Estado no ha presentado avances en las indagatorias.
Ellos no buscan venganza, y solo esperarán la justicia, aunque también está la Justicia Divina, dicen. Allá con Dios, apuntan, habrán de rendir cuentas quienes con sus fechorías terminaron con tres vidas tan queridas.
Y ya, sin búsquedas de venganza ni señalamientos a posibles culpables. “El regreso del carnalito no va a pasar” con nada de eso, comentan.
Los familiares de José deciden dejar de contestar preguntas y prefieren seguir recibiendo familiares, abrazando sus dolores y planeando cómo se irían a la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen a despedir a los tres.
Las camionetas grandes de distintas funerarias se enfilaban en dos carriles para subir los féretros y para avanzar en caravana. Así, subieron primero a Mariana, de 9 años, luego a Gloria, de 40, y al final a José, de 60 años.
Así avanzarían a la iglesia, para que a la salida fuera ahora “Pepe” quien dirigiera la caravana y a su familia a un descanso eterno.
La iglesia ya los esperaba. Un coro listo y el obispo de la Diócesis de Ciudad Juárez presente.
Llegaron los tres, juntos. El obispo, José Guadalupe Torres, salió a salpicar con agua bendita a los féretros y a las personas asistentes. Luego avanzaron en fila por el pasillo central de la iglesia hasta el frente.
Fue una celebración religiosa larga para algunos, aunque solo duró una media hora. Torres reclamó la injusticia de los asesinatos, la insensatez de los malhechores y dijo que esperaba que las autoridades sí hicieran su trabajo esta vez.
Finalizó la oración, los cantos y las despedidas… por ahora. Tocaba ir al Recinto de la Oración, un cementerio ubicado al interior de la ciudad.
Ahí despedirían finalmente a José, a Gloria y a Mariana. Ahí descansarán y quedará esperar respuestas, sanar las heridas y esperar a la justicia chihuahuense que logra únicamente sentencias para 13 de cada 100 casos de homicidio.
