La semana pasada, la gobernadora Maru Campos concentró las principales actividades de su agenda en Juárez, para hacer un corto recorrido en una de las nuevas unidades de transporte del BRT2 y dar a conocer el Programa Centinela, encomendado a la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, que tendrá su centro de operaciones en esta ciudad, en una torre de 20 pisos que costará 200 millones de dólares.
La Torre Centinela, que pretenden erigir como el símbolo de poder de las fuerzas policiacas contra los malos, apantalló a muchos de los que asistieron a la presentación, sobre todo a los aplaudidores oficiosos; pero también generó reacciones de asombro en quienes consideran que un fastuoso edificio no es la solución, si no existe capacidad de la tropa ni voluntad de los jefes, para romper los compromisos de sangre y plata que les impiden cumplir con su obligación de velar por los intereses y la vida de los ciudadanos.
El espectacular proyecto de la Torre Centinela, sin duda asombró y generó controversia en la opinión pública, no solamente por el sitio donde será construida, que es un sector deprimido y deprimente, sino por el significado que tiene la ejecución de una obra faraónica para combatir el grave problema de inseguridad de la frontera, cuando lo que se requiere es inteligencia y honestidad de los que dirigen e integran a nuestras policías, en todos los niveles.
Y no nos referimos a la inteligencia artificial que tendrá el edificio, con tecnología de punta para vigilar la ciudad y el estado, sino a la información básica que cualquier corporación del orden debe tener acerca de los grupos delincuenciales, para conocer su modus operandi, sus conexiones, sus escondites, sus rutas de fuga y hasta sus debilidades.
Si la información es poder, esa información debe estar en poder de la Policía antes de pensar en construir el palacio de la seguridad pública, porque las fuerzas del orden no deberían esperar a que les construyan su torre de Babel para alcanzar el cielo, cuando lo que deben hacer es cumplir con su deber constitucional.
¿Acaso esperan que los miles de toneladas de concreto y varilla que se gastarán en la obra los haga más efectivos en el combate a los criminales? ¿Estarán asustados los malandrines con el anuncio de construcción de una torre que los vigilará con inteligencia artificial?
No son los edificios, sino el factor humano, en primer lugar, el que debe dar resultados. Por lo tanto, si en el transcurso de los años ha sido este factor la falla y la causa de los altos niveles delictivos que registra la entidad en lo general y la ciudad en lo particular, la solución al problema está mal enfocada.
La gente se pregunta, con razón, el por qué necesitan construir una torre tan pomposa y costosa, cuando un cuartel general de operación policial solo requiere un edificio amplio, bien equipado y mejor ubicado, donde las vías de acceso no representen un nudo gordiano, como lo son actualmente las calles en el centro de Juárez y el paso del tren que divide a la ciudad.
Los especialistas en materia de seguridad han recomendado una y otra vez, que los policías deben tener las herramientas necesarias para su trabajo, pero no solamente chalecos, armas y patrullas, sino vocación, disposición de servicio y valor, para perderle el miedo y el respeto a los bandidos, porque estos ya demostraron que no le temen y mucho menos respetan a la autoridad.
Por todo ello, voces autorizadas con las que ha conversado Mirone, consideran exagerado el gasto de 200 millones de dólares para restaurar los principios de orden y respeto en la comunidad, cuando la ciudad tiene enormes carencias, comenzando por las calles en condición de desastre, la falta de iluminación de cientos de colonias y el deficiente servicio de limpia, para no ir más lejos.
Habrá que esperar un año y medio para que la obra se realice y darle el beneficio de la duda, pero las experiencias vividas por los juarenses con los proyectos de seguridad de otras administraciones estatales, generan escepticismo, dudas y hasta burlas, por lo que consideran una ofensa a la inteligencia de los juarenses.
No hay que remontarnos muy lejos para recordar esas experiencias fallidas en el combate a la delincuencia.
Durante la administración de José Reyes Baeza, 2004-2010, se anunció a bombo y platillo el Centro de Inteligencia Policial, Cipol, una especie de Policía moderna, supercapacitada, superequipada y superinteligente, que iba a estar súper certificada por organismos superinternacionales por su eficacia para combatir a los malos.
El titular de esta corporación era nada menos y nada más que Raúl Grajeda Domínguez, “El Choche”, un rechoncho personaje que se decía especialista en seguridad pública, pero cuya única virtud era ser amigo de toda la vida del gobernador Reyes Baeza.
Grajeda presumía en todos los foros el modelo policial Cipol, al grado tal que se le conocía como el secretario Power Point, porque no salía de las presentaciones visuales con la vistosa herramienta de diseño que sus asistentes manejaban con magistral pericia hasta en tres pantallas, pero solo para apantallar, literalmente.
En los hechos, la Cipol fue todo un fracaso, simple y sencillamente porque no dio resultados en la prevención del delito y el combate a la delincuencia. Antes, al contrario, terminó marcada como un modelo corrupto, dirigido por jefes corruptos y hasta narcos.
Fue durante la existencia de esta corporación, que también instaló su cuartel general en Juárez, como ahora pretenden hacerlo, que la ciudad vivió los peores años en materia de violencia, con extorsiones, ejecuciones y crímenes de alto impacto, como la masacre de Villas de Salvárcar, el ataque al centro de rehabilitación Fe y Vida, entre otros sangrientos y lamentables eventos.
En aquellos años, de nada sirvió el espectáculo ni la parafernalia que el Gobierno montó, para presumir un proyecto de seguridad que vestía a los cipoles con uniformes de comando impresionantes, pero que de nada les servían, porque la tropa era corrupta, inepta y cobarde.
Así lo demostraron las bochornosas francachelas con sexo, drogas y alcohol, que el personal cipol protagonizaba todos los días en un hotel del centro de la ciudad, sobre la avenida Lerdo, que ocupaban en su totalidad los agentes destacamentados en la plaza.
Semana a semana se les veía en la carretera, desfilando en convoy en decenas de camionetas rumbo a Chihuahua, para visitar a sus familias, dejando la ciudad sin su patrullaje, además de que, justo es decirlo, cuando estaban en la plaza servían para dos cosas: para nada y para pura chi…stosada.
Tanto respeto les tenían los delincuentes a los cipoles que, en el 2010, un comando del narco asaltó el blindado Centro de Inteligencia de la ciudad de Chihuahua y se robó 70 armas largas, nomás para que supieran quién mandaba.
Los abusos de autoridad y escándalos de los elementos de la Cipol, superaron las estadísticas de cualquier otra corporación por una simple razón: sentían el manto protector de la impunidad porque no eran de Juárez y después de cometer un atraco, los cambiaban a otra plaza. Así de simple.
Pero si el estado de fuerza era corrupto, los mandos les ponían el ejemplo por su complicidad con los grupos criminales y carteles de la droga.
Esto quedó de manifiesto cuando en la ciudad de Aguascalientes fue detenido por su relación con el Cartel de Juárez, Jesús Manuel Salcido, quien fuera director de la Cipol.
En hechos distintos, otros dos mandos vinculados con La Línea, fueron ejecutados en Chihuahua; el excoordinador Jorge Gutíerrez Corral, alias “El Chule” y el exinspector Fernando Ornelas.
Los pilares de este costoso proyecto policial fallido, Raúl Grajeda y Saúl Hernández, quedaron marcados por el desprestigio, a tal grado que el segundo de ellos llegó al suicidio.
Esta es la historia resumida de otro sueño político esbozado lejos de la realidad, y sin considerar que el capital más importante para devolverle la seguridad a la población, es la calidad de los elementos que integran las filas policiacas.
Estamos viendo en el estado vecino de Nuevo León, una racha incontenible de feminicidios a pesar de que el showman que lo gobierna, Samuel García, presume que tiene la mejor policía de todo México, porque cuenta con equipo y tecnología de primer mundo.
No basta con decirlo a cada rato y mostrar los fierros, como si estos hicieran el trabajo por sí solos. Hay que demostrarlo en los hechos, con resultados que deben dar los hombres que se encargan de prevenir y perseguir a los malos y, por lo visto, en el caso de Nuevo León, como en el de la tristemente célebre Cipol, les quedaron grandes los uniformes de comandos.
Los edificios imponentes y las inversiones millonarias en tecnología, de nada servirán si quienes los ocupan y utilizan piensan primero en el beneficio personal antes que en el bien común, por falta de preparación y vocación.
Está visto de sobra que la instrucción académica de 6 meses y los cursitos esporádicos que reciben los cadetes, no forman policías efectivos, que hagan valer su placa y les metan miedo a los bandidos.
Para acabarla, otro punto que se ignora o parece ignorarse, es que las fuerzas policiales y de seguridad aquí y en cualquier estado o ciudad del país, se concentran mayormente en las fuerzas federales y en las municipales, por lo que el proyecto de seguridad que nos ocupa, tendría que ser soportado y operado en tierra principalmente por las fuerzas municipales y federales, no por las estatales, que resultan insignificantes tan solo por el número de elementos.
Mirone se pregunta si acaso se está contemplando o haciendo algo al respecto en esta materia. ¿Cuáles son las acciones concretas de apoyo o coordinación que con el sistema Centinela se están previendo para aterrizar sus objetivos, con quienes serán, al final, los principales ejecutores del proyecto?
Por todo ello, es impostergable que de una vez por todas se implemente la formación policial de carrera en todos los niveles, con sueldos dignos y principios sólidos, para que los hombres y mujeres que realmente tengan la vocación de servir en el peligro, se la rifen por la ciudadanía, no por los malandrines como desgraciadamente ocurre actualmente.
La ciudadanía no merece que la Torre Centinela se convierta en otro elefante blanco, bello por fuera y hueco por dentro, sin la gente confiable y profesional que lo pueda operar con eficiencia.