Entre más crece, más se achica la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) en su vida democrática.
Su modelo de representatividad para la elección de sus órganos de decisión interna simplemente se agotó frente a una cada vez más compleja estructura que integra toda la comunidad docente y estudiantil que ronda las 40 mil personas.
Hoy, cuando la UACJ está inmersa en la elección de los consejos técnicos y su Consejo Universitario, de nuevo se expone la crisis del sistema electoral interno para una institución que ya cumplió 50 años de funcionamiento.
Aunque esas renovaciones ocurren cada año, únicamente cada seis años adquieren relevancia mayor, ya que corresponde al Consejo Universitario elegir al rector que deberá representar y encabezar la buena marcha de la Máxima Casa de Estudios.
Con la elección del nuevo Consejo Universitario el próximo 9 de noviembre, arranca en los hechos el proceso de sucesión que culminará en la votación de agosto de 2024. De ahí su trascendencia.
El Consejo Universitario se integra por 20 consejeros alumnos y 20 maestros, cinco por cada uno de los institutos (Ciencias Sociales y Administración, Ciencias Biomédicas, Arquitectura, Diseño y Arte, e Ingeniería y Tecnología) además de los respectivos directores de cada instituto y el propio rector, quien preside el máximo órgano de decisión.
Ya hubo manifestaciones públicas en contra del actual proceso por prácticas antidemocráticas de la autoridad responsable, la que estaría inhibiendo la participación y conculcando a docentes el derecho a ser votados como consejeros.
Un grupo de profesores denunció cambios discrecionales de adscripción a programas en los institutos que no están considerados para participar en esta elección. Acusan que son inhabilitados cuando se les reasigna a posgrados, ya que únicamente los programas de licenciatura son considerados en el proceso de integración del Consejo Universitario.
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Sin embargo, no es esa la única inquietud ni es nueva la crítica a todo lo restrictivo y simulado del sistema electoral universitario.
Históricamente, el proceso siempre ha sido copado, dirigido o gestionado desde el propio grupo dominante en turno que reparte entre sus integrantes las posiciones de control y administrativas de la Universidad.
Así que la gestión del proceso termina convirtiendo en simulación esa elección de consejeros y, a final de cuentas, del propio rector. Ni representatividad, ni competencia democrática real, elementos que en cualquier sociedad moderna nos indican una falta de legitimidad de la autoridad electa.
El control empieza justo con la integración del Consejo, cuando el equipo dominante, generalmente bajo la tutela del director de Instituto en turno, opera la inscripción de docentes y de alumnos afines o allegados y en teoría “manejables”, que conforman las planillas “oficiales” o “institucionales”.
Para tener mayor margen de maniobra en elecciones que podrían complicarse cuando surgen proyectos alternativos, incluso desde las estructuras de poder universitario se arman varias planillas que pueden confundir a los escasos votantes e incluso diluir la votación en detrimento de cualquier disidencia.
En el proceso actual ya hay varias planillas registradas, tanto en la parte docente, como en la estudiantil en los cuatro institutos universitarios. Así que es clara la efervescencia. La convocatoria marcó para la presentación de documentación por parte de los aspirantes, los días 27, 30 y 31 de octubre, además del 1 de noviembre.
Oficialmente no se ha dado el reporte total de los registros válidos de aspirantes. Lo que sí ha trascendido es que, por igual, hay planillas oficiales, como disidentes.
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El problema es que no hay terreno parejo para la competencia plena y se presentan varios escenarios de manipulación. Uno muy claro es cómo se decidió este año por programas académicos muy pequeños para ser considerados en el proceso de elección.
Hay botones de muestra. Biotecnología en el Instituto de Ciencias Biológicas tiene una planta de cuatro docentes. El control es total por parte del equipo oficial que ya tiene amarrados los espacios tanto en Consejo Técnico como en Consejo Universitario. Así se seleccionaron otros programas, justo para no dar oportunidad alguna de disidencia. Exactamente lo mismo ocurrió con el programa de Mecánica en el Instituto de Ingeniería y Tecnología.
Todo ese procedimiento discrecional en la rotación de programas, aunque es avalado por el propio Consejo y está plasmado en un reglamento de elecciones, ha sido señalado como violatorio de una norma mayor, la Ley Orgánica de la UACJ que concede a todos el derecho a participar en la elección.
No se conoce públicamente que eso ya haya ocurrido, pero cualquier abogado podría ganar un amparo si un integrante de la comunidad universitaria decidiera inconformarse por la vía legal ante una acción de autoridad que lo discrimina y le conculca un derecho de participación.
También se han registrado trabas a los registros de aspirantes no “oficiales”. No únicamente está el caso que se hizo público por los profesores de Ingeniería y Tecnología en cuanto al manejo de los formatos de programas de adscripción, en los otros institutos también hubo negativas reiteradas a recibir los registros y hasta presiones para que los aspirantes no continuaran con el trámite.
Otro punto cuestionable del proceso es que, conforme a la convocatoria, en ICSA y IADA únicamente se programaron dos horas de votación para los docentes, no todo el día de la jornada del 9 de noviembre, como está establecido para alumnos y profesores de los otros institutos.
Es un absurdo esa limitación discrecional. Todos los tiempos se achican. Se supone que cerrado al registro se dieron cinco días para que los candidatos hagan campaña y distribuyan su propaganda. Pero el jueves, en Día de Muertos, no hubo clases y los viernes y sábados prácticamente es nula la actividad escolar en la UACJ. En los hechos, quedaron únicamente dos día para campaña, lunes y martes, ya que el 7 de noviembre debe de concluir esa etapa.
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En general, el proceso transcurre sin difusión institucional. Pareciera que entre más escondido y opaco, mejor.
Aunque hubo una petición de ampliar el periodo a toda la semana hábil, con sus cinco días efectivos, la solicitud fue ignorada por el Consejo Universitario. Tampoco se tomó en cuenta una propuesta de incluir la urna transparente para la jornada de votación, tal como está establecido en Ley Orgánica.
La votación del 9 de noviembre será únicamente en urna electrónica, sin el respaldo físico de las papeletas, lo que en un entorno de control absoluto “oficial”, no les genera ni certezas ni confianzas a quienes trabajan por algún proyecto alternativo o crítico.
Nuevas y viejas prácticas inhibitorias en los procesos electivos han incidido en un escaso interés de participación en las formas de gobierno interno. No es gratuito que apenas entre el 12 y el 15 por ciento de los alumnos voten en la elección de sus representantes en el Consejo Universitario. Hay espacios donde la participación llega si acaso al 10 por ciento.
Es sumamente contradictorio. Una institución como la UACJ, que debería dar ejemplo de cultura cívica, pluralidad, apertura, y deliberación de los asuntos de interés común, se contrae y se cierra para mantenerse como un feudo, donde lo que importa es el estatus quo y no la transformación y democratización que la evolución social exige.
Resulta inadmisible que cuando el país sigue avanzando, aunque sea a tumbos, en el proceso de consolidación democrática, el abstencionismo se convierta en apuesta deliberada de una autoridad universitaria.
El paso en la ampliación del juego democrático debe de garantizarse. Que la voz de la base docente y estudiantil realmente se tome en cuenta e incida en las decisiones y definiciones de las instancias colegiadas. Sabemos que, al igual que en la sociedad abierta, se trata de un nivel básico, para después poder aspirar a construir una democracia participativa mucho más allá del ejercicio del voto.
Nuestras universidades deben de marchar a la vanguardia, ser las locomotoras del cuerpo social que transita hacia mejores estadios de convivencia y resolución de las problemáticas que nos aquejan. De poco sirven si en el tren son el cabús, el vagón que va hasta la parte de atrás y tienen que jalar los demás.