El mundo lloró por el cobarde asesinato de 19 niños y niñas y dos maestras, ocurrida el martes pasado en la escuela primaria Robb, de Uvalde Texas, pero también lloró de impotencia y rabia porque en los Estados Unidos puede más el poder económico y político de los fabricantes de armas, que la vida de inocentes.
Líderes mundiales como el Papa Francisco, mandatarios de todas las naciones y figuras del deporte, del espectáculo, de la ciencia y la cultura, reaccionaron con dolor ante la tragedia, pero quizás ninguno fue tan contundente y conmovedor como el del entrenador del equipo Golden State Warriors, de la NBA, Steve Kerr, cuando en conferencia de prensa no habló del basquetbol, sino que lanzó un duro mensaje contra los 50 senadores que tienen secuestradas las leyes que protegen a la población de los tiroteos.
“¿Cuándo vamos a hacer algo? Estoy cansado. Estoy tan cansado de subir aquí y ofrecer condolencias a las familias devastadas que están allá afuera. Estoy tan cansado. Perdónenme. Lo siento. Estoy cansado de los momentos de silencio”, dijo en un mensaje que se viralizó en las redes sociales y fue noticia mundial.
La masacre de Uvalde, a manos de un enajenado que portaba un R-15, abrió la discusión en todos los medios de la Unión Americana, que revelaron cifras aterradoras, como el hecho de que en los Estados Unidos existen 400 millones de armas en manos de particulares y vendedores, número que supera a la población de ese país, que es de 336 millones.
Analistas, periodistas y políticos demócratas coincidieron en que esta situación es grave y seguirá enlutando hogares de familias inocentes, mientras no se legisle y se regule adecuadamente la venta indiscriminada de armas de fuego, iniciativa que desde hace dos años mantienen congelada en el senado los republicanos, a los que hizo referencia el entrenador Kerr.
De nada sirven las condolencias al más alto nivel, ni los minutos de silencio, ni las oraciones en todas las religiones, si no se va al fondo del problema y se detiene ese comercio criminal que permite que cualquier individuo compre, porte y dispare un arma de fuego donde sea, asesinando a quien se le pegue la gana.
En las dos masacres más recientes que han sacudido el 2022, la del supermercado de Búfalo y la de la escuela Uvalde, los asesinos fueron dos jóvenes de 18 años, amantes de los videojuegos y de las armas.
En ambos casos compraron sus rifles de asalto sin ningún problema, solamente cumpliendo con el límite de edad.
A diferencia de los que necesitan comprar antibióticos y que deben presentar, sin excepciones, una receta médica, para la compra de cualquier arma de fuego hay total libertad. Una patética y burda contradicción.
Eso explica las estadísticas de miedo que publica el Archivo de Violencia Armada de los Estados Unidos (Gun Violence Archive, GVA, por sus siglas en inglés), que registró 212 tiroteos en los primeros cinco meses del año.
La organización sin fines de lucro, que define el término tiroteo como un ataque donde resultan más de 4 personas heridas o muertas, identificó el año pasado 693 eventos violentos en diferentes estados de la unión.
Son esos fabricantes y comerciantes de armas de todos los calibres y modelos, los mismos que venden las armas a los delincuentes mexicanos que han enlutado a México, con más de 132 mil asesinatos con plomo, desde el 2019 a la fecha.
Por eso, y guardando las debidas proporciones con los tiroteos de Estados Unidos, que son motivados por cuestiones raciales, religiosas, de fanatismo político y hasta producto de la enajenación por violentos videojuegos, debe importarnos y preocuparnos a los mexicanos ese criminal comercio de armas.
El fin último de ese comercio es la muerte en ambos países. Allá las usan asesinos solitarios para matar inocentes en iglesias, centros comerciales, edificios públicos, escuelas y parques. Acá son el poder de fuego de los grupos criminales para matar a sus enemigos, para imponer el terror en poblaciones completas; pero también para desafiar y mantener arrodilladas a las autoridades.
Así como en la tierra del sueño americano las compran jóvenes desquiciados sin ningún contratiempo, también las compran los proveedores de los narcos mexicanos, que luego las cruzan por los puentes internacionales, con declaración voluntaria y miles de dólares de por medio, gracias a la corrupta complicidad de la aduana.
En ambos países el daño causado por ese armamento es inmenso, pero ni allá detienen el libre comercio, ni acá quieren sellar la frontera para evitar el tráfico que le da a la delincuencia tremendo poder de fuego.
Si en algo están identificados México y los Estados Unidos, es precisamente en la nula gestión de sus gobiernos federales para ponerle fin a la tragedia.
Si en los Estados Unidos es poderosa e intocable la Asociación Nacional del Rifle por el cabildeo y patrocinio a los que hacen las leyes y que les dan total libertad a su millonario negocio, en México son el poder de la corrupción y la narco política los factores que impiden el freno al contrabando de armas.
De nada sirven en México todas las faramallas que hacen los tres niveles de gobierno, analizando estadísticas y planeando sesudas estrategias de seguridad pública, si no les quitan a los malandros el poder que les dan las armas.
Todas las mesas de seguridad y los proyectos de millones de dólares, como la famosa Torre Centinela, estarán destinadas al fracaso si los grupos criminales siguen abasteciéndose de fusiles, pistolas, granadas y municiones sin el menor problema.
Las mismas policías admiten que, despues de un atentado, los criminales cambian sus armas de fuego enviándolas a otros estados, lo que confirma que el flujo del armamento es permanente, como permanente ha sido la violencia en Juárez, por citar un ejemplo.
Muchas veces han balandroneado las autoridades federales en el sentido de que rastrearán el dinero de los narcos para confiscarlo y neutralizarlos, pero ni les confiscan nada y mucho menos los neutralizan, porque los señores del mal siguen operando con singular emoción y olímpica alegría en todo el país, de costa a costa y de frontera a frontera.
En un derroche de cinismo, hasta han hablado de decomisarle sus activos para quitarles el poder corruptor del dinero que compra voluntades, complicidades, pero sobre, todo muchas armas.
Está muy claro que no lo han hecho, por todo lo que implica para la economía subterránea que genera el dinero del narco, por lo que nada debemos esperar en cuanto a que detengan el tráfico de armas.
Volverán a decir que las armas que utilizan los bandidos son las mismas que se importaron sin tocar baranda durante el calderonismo, dentro del plan binacional conocido como “Rápido y Furioso”, que permitió la entrada al país de miles de rifles de asalto para supuestamente llegar hasta las cabezas de los grupos criminales.
Pero ni ese fallido plan, ni todas las justificaciones que inventan cada vez que salen a medios despues de una masacre, llegan al fondo del problema, que comienza en las tiendas de armamentos del mercado negro o el mercado blanco de los Estados Unidos, y termina en la cribada Aduana Mexicana.
Esos lazos vinculantes entre los lobos solitarios, que se han convertido en asesinos múltiples en las comunidades norteamericanas, y las de los grupos criminales mexicanos, solo serán rotas cuando se detenga la venta sin restricción de las armas. No hay de otra.
En el caso de México el dilema es muy simple. Si los delincuentes no tienen armas, a nadie asustan. No pueden extorsionar y mucho menos matar. Si no matan, nadie les teme y si nadie les teme, tendrán que replantear su vocación o terminar tres metros bajo tierra.
Pero si lejos de cerrar las fronteras terminando primero con la corrupción en la Aduana, se les sigue consintiendo, no pasará mucho tiempo en que los delincuentes organizados sean los que ocupen las plazas de los policías fiscales, porque también tienen derechos. Faltaba más.
Algo se tiene que hacer y pronto, antes de que los batallones de sicarios de los carteles, cartelitos y cartelones de México, superen en armamento y poder de fuego a la Marina y al Ejército Mexicano, si es que no lo han hecho ya, o tomen el ejemplo de los asesinos locos del vecino país, que arrasan con todo lo que se mueve.