¿Con qué pretextos van a salir ahora los mandos policiacos en la próxima mesa de inseguridad, por el baño de sangre que empapa a la ciudad?
El saldo rojo de 12 personas asesinadas a balazos durante la madrugada del viernes y el transcurso del sábado, pone en evidencia que la estrategia de seguridad implementada por los tres niveles de Gobierno es un reverendo fracaso.
No hay justificación que valga. Los asesinos andan sueltos, haciendo lo que les place, impunemente, full-time, donde, cuando y como quieren. Los hechos hablan por sí solos. Cinco muertos durante la noche y madrugada del viernes y siete más durante el sábado, además de tres heridos, sin que, al momento de redactar estas líneas, hubiera un solo detenido del que tenga noticia Mirone.
Los ataques de este pasado fin de semana confirman que los sicarios del crimen organizado no conocen los límites, porque nadie se los está marcando. Matan de día, de noche y de madrugada, en lugares apartados o concurridos, con testigos o sin ellos, llevándose entre las patas a inocentes, a mujeres, a menores de edad, sin que nadie sea capaz de ponerles un alto.
El funesto recuento de cadáveres así lo confirma: la noche del viernes, los asesinos mataron a dos personas en el estacionamiento de un conocido supermercado de la Valle del Sol, y a otros tres en una casa de la colonia Echeverría, durante el velorio de un joven de 25 años asesinado el pasado día 9.
El sábado volvieron a atacar con saña en un templo cristiano de la colonia 16 de Septiembre, donde se realizaba el funeral del mismo joven, y terminaron con la vida de seis personas, dejando heridas a otras tres. Posteriormente, al caer la noche, ejecutaron a un hombre en un domicilio de la colonia Constitución.
Cuatro ataques fatales en cuatro colonias, y en ninguno de los casos la Policía tiene pistas que lleven a la captura de los responsables. Esto no puede traducirse de otra manera: se llama ineptitud a la máxima potencia.
¿De qué han servido los supuestos patrullajes y los retenes móviles en sectores identificados como peligrosos, si lejos de inhibir los crímenes, van en aumento? O sea, hablando en plata, salió peor el remedio que la enfermedad.
Sin duda alguna, los jefes policiacos volverán a preocuparse otra vez y se reunirán en carácter de urgente, para discutir lo que está pasando y, otra vez, volverán a anunciar nuevos operativos con otros nombres más exóticos, para seguir haciendo el ridículo frente al crimen organizado y también frente al desorganizado.
¿O alguien con dos dedos de frente puede creer que los operativos de seguridad se diseñan e implementan de forma adecuada al quince para las doce, reaccionando ante la presión de escenarios tan complicados?
De nada sirven sus mesas de seguridad, si eso es lo que menos tenemos en las calles de Juárez. La gente ya quiere que los mandos policiacos dejen los planes y pasen a las acciones, pero eso es como pedirle peras al olmo, cuando, por los pobres resultados del trabajo realizado, la autoridad está demostrando que, o no sabe o no quiere resolver.
Si realmente tuvieran la decisión de pegarles duro a los bandidos, no veríamos las sandeces de desfiles en caravana por las calles de Juárez para que la gente los note, como si eso impusiera respeto a los delincuentes, cuando todos hemos visto que, hasta ahora, del otro lado, reciben solo francos desafíos, mofándose de sus operativos.
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Ahora es cuando los diputados federales, diputados locales y regidores deben salir de sus zonas de confort y comenzar a exigir resultados a todas las corporaciones, porque para eso son los representantes sociales, antes de que lleguemos a niveles imparables de criminalidad como los que vivimos en los años 2008-2011.
Si en las desprestigiadas mesas de seguridad son los mismos jefes policiacos los que se evalúan y hacen las cuentas alegres cuando presumen, por ejemplo, que en un día no hay asesinatos, el problema es grave y requiere la intervención de quienes pueden reclamarles o pedir que los remuevan de sus cargos si continúan, como hasta ahora, sin dar resultados.
Ya no basta con que se “preocupen” y ocupen todos los días en mesas de supuesto trabajo, donde se echan puras flores y mentiras, que al final de cuentas solo han servido para dar la nota de estrategias fallidas.
Los fronterizos no merecen que les sigan vendiendo el cuento de que las Policías están trabajando en forma coordinada. Quieren ver que detengan a los sicarios, los saquen de las calles y los refundan en prisión. Quieren que sean retirados los generadores de violencia en la región.
De nada sirve que, después de las masacres, los jefes salgan a lamentar los sucesos y a prometer el esclarecimiento de los hechos, si nunca se cumple. A nadie tranquiliza que su trabajo preventivo y de combate al crimen se reduzca a ser recolectores de cadáveres, contadores de casquillos y colocadores de cinta amarilla en las escenas criminales.
Es tiempo de que dejen de estar sometidos con los malos, sea por temor o por compromisos inconfesables, para que vuelva la paz a las calles. Lo que está pasando solo muestra descontrol, incompetencia y desconocimiento; muestra a nuestras corporaciones policiacas dando palos de ciego, convertidas en el payaso de las cachetadas de los malandrines.
Aquí la explicación de porqué en las consultas de opinión pública sobre la pandemia, la gente dice tenerle más miedo a la delincuencia que al Covid. Lo más grave de ello es que no solamente al ciudadano común le dan ñañaras, también las están padeciendo los uniformados, que seguramente sufren de problemas estomacales y hasta de chorrillo, cada vez que tienen que acudir a recolectar otro cadáver.