Cuando un criminal te apunta con su arma, a escasos centímetros, el miedo se transpira. Nervioso o decidido, pero alterado al fin, quizá hasta fuera de control por el consumo de drogas, el delincuente nos tiene en sus manos.
Si usted lo ha vivido, sabe que este Don habla de un terror paralizante. En unos ojos extraviados y en una sarta de palabras amenazantes, nos encontramos frente a un maleante con el diablo adentro.
Su dedo en el gatillo, caliente como está, puede, en cualquier momento, dejar escapar una bala, un proyectil que siega vidas y destruye familias enteras.
A Mirone ya no le cuentan. En alguna de las varias etapas aciagas de criminalidad en Ciudad Juárez, le tocó ser víctima de carjacking.
Después del shock, llegan el coraje, la impotencia y los sentimientos de vulnerabilidad. Somos despojados de nuestra tranquilidad, y hasta de nuestra dignidad, cuando nuestros espacios públicos y privados, los momentos cotidianos en nuestra frontera, quedan a merced de la delincuencia, organizada o no.
Hoy deben de encenderse todas las señales de alarma. En días recientes se han registrado varios casos de carjacking en esta frontera.
La tarde del 7 de septiembre la víctima fue una mujer, amenazada y sometida por un malhechor que portaba una pistola, en el cruce de la avenida Tecnológico y bulevar Zaragoza, justo frente al Parque Industrial Zaragoza.
En este espacio público, a la vista de mucha gente, el delincuente despojó a su víctima de una pick up color roja con placas de Texas.
El asaltante huyó rumbo al sur de la ciudad, por toda Tecnológico, a bordo de la camioneta robada.
Hubo persecución policiaca e intercambio de balazos. El hombre perdió el control de la pick up y ahí fue arrestado, a la altura del distribuidor vial del Kilómetro 20.
Ese mismo día, apenas tres horas después, la Policía Municipal atendió un nuevo reporte de robo de automóvil con violencia.
Al hacer un alto, sobre la calle Asfódelo, en la populosa colonia Juárez Nuevo, un hombre fue la víctima de otro que se acercó a su auto, le apuntó con un arma y lo despojó de su patrimonio, en unos cuantos segundos.
No hubo detenido alguno.
Cinco días después, la noche del 12 de septiembre, se registraron otros dos casos más de carjacking, justo en el corazón geográfico de la ciudad, en las inmediaciones del cruce de Tecnológico y Pedro Rosales de León. Los dos delitos ocurrieron casi de manera simultánea.
Ni el Ejército, ni la Policía Municipal, ni la Secretaría de Seguridad Pública Estatal, reportaron detenidos. Ni juntos, ni separados, los cuerpos de seguridad ofrecieron resultados, aunque sí se anunciaron operativos de búsqueda.
Esos casos llegaron hasta los medios de comunicación y trascendieron las movilizaciones policiacas; sin embargo, en grupos vecinales de WhatsApp y en redes sociales se han compartido más de esas traumáticas experiencias y se han incrementado las advertencias para transitar en determinados sectores de la ciudad.
Por cierto, que cada vez hay más alertas sobre el riesgo existente en estacionamientos de centros comerciales. También es común que se solicite el apoyo vía redes, para recuperar los vehículos arrebatados.
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Hay temor colectivo y ese no es virtual. La preocupación se relaciona además con un fenómeno que ya ocurrió en el pasado reciente: el alza en el robo de automóviles fue proporcional al incremento en otros delitos como el homicidio doloso, el asalto a negocios, el cobro de derecho de piso y hasta el secuestro, porque la camioneta o el auto arrebatado con violencia, se convierte luego en instrumento para cometer un delito más.
Tampoco es secreto que el robo de vehículos, con o sin violencia, es en esta frontera parte de toda una industria criminal que mantiene operando infinidad de yonques, funcionen o no en la formalidad, sean de plano irregulares o hasta clandestinos. Los deshuesaderos están en el ADN de la mancha urbana juarense.
En el caso que abrió este escrito, hay una historia al respecto. El carjacking ocurrió en la zona de la Jilotepec, en una taquería cercana a la clínica del IMSS, en el Infonavit Ángel Trías.
Después del despojo, un testigo siguió a los delincuentes (eran dos, uno incluso menor de edad). No tuvo que hacerlo por mucho tiempo. No muy lejos del lugar, en una calle de la colonia El Granjero, el vehículo se perdió entre grandes bodegas y terrenos bardeados.
Tampoco para la venta de las autopartes se van lejos; en toda la zona de El Granjero abunda la oferta en tianguis y negocios improvisados, ni siquiera yonques formales. Y eso lleva ya muchos años.
En aquella ocasión la denuncia del robo con violencia llegó al fiscal en turno y un par de días después, el vehículo “apareció” en un corralón, casi completo.
Su estado evidenciaba que había sido “rearmado”. Prácticamente fue “regresado” por los malandros que, en ese, como en muchos otros negocios ilegales, suelen trabajar en connivencia con las corporaciones policiacas.
Así que ese delito no puede ser considerado una cuestión menor, aunque los registros en este momento todavía no prendan los focos rojos en los indicadores oficiales. Tampoco es de extrañarse que la autoridad minimice lo que pasa en la calle y pretenda vendernos su mundo de caramelo.
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De acuerdo con el reporte de indicadores de la Mesa de Seguridad y Justicia de Ciudad Juárez, en lo que va del año, el registro de robos con violencia ha rondado los 20 casos por mes.
Fueron 21 en enero, 16 en febrero, 21 en marzo, 14 en abril, 21 en mayo, 20 en junio y 18 en julio. Los indicadores de agosto se van a presentar apenas la siguiente semana y tardaremos un rato en ver lo que está pasando en septiembre.
El acumulado en los siete meses es de 131 casos, con un promedio de 19 por mes. Cada uno de estos casos son 131 historias de despojo y pánico, de personas cuya perspectiva de la vida seguramente ya nunca será la misma. Tampoco su percepción y satisfacción con la justicia.
En la cifra de julio, en el seguimiento a los 18 casos, la Mesa reportó cero recuperaciones de vehículos y cero detenidos. Únicamente quedó el registro de dos órdenes de aprehensión solicitadas a los jueces, pero -por lo visto- no ejecutadas.
Y aunque esos niveles nada tienen que ver con los picos que se alcanzaron a finales de 2010 y principios de 2011, con hasta 540 casos en un mes (un verdadero apocalipsis), las cifras de hoy están lejos de las propias metas que a la autoridad le fijó la Mesa de Seguridad.
La meta de 2023 es bajar los robos con violencia a 10 casos por mes (la verdad nunca se ha explicado bien a bien cómo determinan esos parámetros), por lo que el cumplimiento es de un 53.4 por ciento, considerando el promedio de 19 casos mensuales.
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Tampoco es cosa menor el robo de autos cuando se revisan las cifras del delito cometido sin violencia. No implica el mismo impacto traumatizante para las víctimas, pero desde luego que genera una pérdida que puede trastocar la movilidad y la tranquilidad familiar.
En los siete primeros meses del año, ya son mil 191 los vehículos robados, para un promedio mensual de 170 unidades. Incluso en este delito el nivel de apego a la meta fijada por la Mesa de Seguridad es menor que en el robo con violencia. La meta es de 74 eventos mensuales, por lo que el cumplimiento es del 43.5 por ciento en promedio.
Lo más preocupante de todo es cómo permea la absoluta impunidad. En los 172 casos registrados en julio, no se reporta detenido alguno. Ni uno solo. Hay 172 carpetas de investigación por este delito, pero nada pasa. Ni siquiera una orden de aprehensión se ha solicitado.
Es brutal el nivel de impunidad y eso también genera espanto, frustración y coraje. Qué nivel de vulnerabilidad para los juarenses. ¿De qué sirven, pues, camaritas de seguridad, arcos detectores y drones? ¿Para qué tanto soldadito si parece que son de utilería?
Los juarenses no aceptan que el delito se minimice o se normalice la violencia. No puede haber tolerancia a esos insultantes niveles de impunidad. Mucho menos, cabe la resignación.
Nadie desea que la indolencia oficial nos remita, otra vez, a los más oscuros días en que esta frontera llegó a la cima, como la ciudad más violenta del mundo.