Las elecciones del pasado domingo, con sus respectivos resultados e implicaciones, dejaron varias lecciones para los distintos actores de la vida política, desde lo local hasta lo nacional.
Hay múltiples enfoques y lecturas, pero intentaremos resumir aquí varias de las reflexiones, conclusiones, pendientes e inquietudes que se han puesto sobre la mesa y no deberían de perderse de vista para futuros proyectos políticos y procesos electorales.
Electores, partidos políticos, candidatos, autoridades electorales, observadores, Gobiernos y funcionarios desde diferentes planos, órdenes o niveles, tendrán mucha materia y tiempo para el desglose, interpretación o ampliación, confirmación, aceptación o interpelación de algunos de esos puntos.
La 4T se convirtió en una fuerza social que va más allá de una estructura partidista, por lo que difícilmente podrá ser derrotada desde la simple lógica o estrategia electoral de coyuntura.
Esa fuerza social se construyó a partir de una política redistributiva que tiene rostro tangible por medio de la dispersión directa de recursos en los programas sociales y el aumento a los salarios mínimos, entre otras acciones.
El resultado favorable a Morena y sus aliados se soportó además sobre la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, en torno de quien se gestó un movimiento que escapa a lo estrictamente político y tendría que abordarse como un fenómeno cultural de masas, transversalmente cruzado por cuestiones identitarias y elementos de pertenencia.
Para las mayorías, la transición a la democracia electoral desde los ochenta trajo consigo pocos beneficios concretos o materiales en el día a día, y nunca encaró la deuda histórica con los más desposeídos.
La defensa de la democracia como un sistema político con contrapesos y división de poderes, combate a la corrupción y transparencia, pesó menos en el ánimo del electorado que el mejoramiento en la vida de las mayorías, independientemente de qué tan real sea.
En ese sentido, la oposición se habría equivocado al no dirigir su discurso hacia la población en general y encuadrar la elección o la disyuntiva mayor de la elección entre los conceptos de autoritarismo vs. democracia. De alguna manera se forzó una narrativa más propia del círculo rojo, sin apelar realmente a la base electoral.
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La estrategia del miedo por las condiciones de inseguridad tampoco funcionó. La violencia y criminalidad parecen haber llegado a un grado de normalización que se colocan por encima de cualquier disyuntiva de tipo electoral o de preferencia partidista.
Para el gran electorado, a final de cuentas no necesariamente hay vinculación entre lo que ocurre en torno a ese gran problema nacional, estatal y local, y el color partidista de los órganos de Gobierno. Lo que pasa con uno, pasa con otros, por igual y sin distingos.
No solo eso, para otro sector muy específico, la alternancia y los Gobiernos divididos o yuxtapuestos, lo que menos han hecho es contribuir a encarar la problemática, a partir de la falta de voluntad política y la descoordinación alimentada por el distinto signo partidista.
También se demostró que no siempre son pertinentes o efectivas las campañas sucias y guerras de lodo. Las elecciones sí se pueden ganar con base en una narrativa que pondere la importancia de visibilizar, dignificar, e incorporar a los más desprotegidos.
Sin embargo, Morena y la 4T, ya quedó más que claro, no ganaron únicamente por el voto de las mayorías marginadas. Con distintos matices, pero se impuso el voto mayoritario en distintos estratos sociales, rangos de edad y lugares geográficos de residencia.
El voto oculto no necesariamente les pertenece a los partidos opositores, se demostró el pasado domingo. También resultó falaz que, a mayor participación ciudadana, mayor oportunidad de los partidos opositores. El abstencionismo no es sinónimo de favorecimiento al régimen, como lo fue en el pasado.
En realidad, la elección del domingo se constituyó en referéndum para la gestión presidencial que inició en 2018 Andrés Manuel López Obrador, con base en el movimiento que empezó a construir años atrás. O sea que sí iba su nombre en la boleta electoral junto a la de la candidata presidencial ganadora, Claudia Sheinbaum Pardo.
Si un voto del miedo fue efectivo el pasado 2 de junio, no fue el motivado por un eventual avance de la narcopolítica o de la captura criminal de territorios. El miedo que fue decisivo en las urnas, fue el que sacó a votar a quienes no desearon que se detenga la continuidad del régimen actual, con todo lo que ello implica.
En esa misma lógica política, en el plano local o municipal, tampoco fueron definitorios para las mayorías, los graves señalamientos de corrupción que pesan sobre el virtual alcalde electo avalado por Morena, Cruz Pérez Cuéllar.
Ahí están, convertidas las denuncias en carpetas de investigación. No dejan de existir, como tampoco deja de existir la galopante criminalidad o la deficiente atención en el sistema de salud. Igual en el plano local, una preferencia electoral no desaparece la mala cobertura de servicios y la insuficiente infraestructura urbana.
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Hay muy variadas asignaturas pendientes. Por ejemplo, limitar de nuevo la sobrerrepresentación de partidos políticos que se favorecen de la política de alianzas y de la legislación en materia de representación proporcional.
El Partido Verde es el que más provecho les saca a las elecciones, obteniendo una dimensión y poder de manera artificial.
Con 74 diputados a nivel nacional, será la segunda fuerza del Congreso, debajo de su socio Morena. Superará al PAN con dos curules y al PRI con 40, aunque tuvo apenas la mitad de la votación de este último.
En el plano estatal, su alianza con Morena, le permitirá al Verde tener de nueva cuenta una representación “pluri” en el Congreso del Estado que ya había perdido.
En materia de operación de los organismos electorales, la elección del domingo colocó en el debate la urgencia de explorar la digitalización del voto para evitar las desgastantes jornadas de cómputo en las casillas, que luego se replican en las juntas distritales o instancias municipales electorales.
Hay un factor de desconfianza no superado todavía para dejar atrás lo físico (que se puede convertir en evidencia tangible) pero sin duda debe pensarse ya en simplificar los procesos que, paradójicamente, este año se volvieron más complejos con las elecciones convergentes (estatales y federales).
Otro tema pendiente de resolver es la funcionalidad de las casillas especiales en la elección federal.
Nunca son suficientes. Tampoco el número de boletas disponibles, al menos en ciudades de gran movilidad de personas, como Juárez. El domingo ocurrió de nuevo y la restricción de mil boletas por cada una de las 12 casillas, representó un martirio para los votantes que hicieron largas filas y en muchos de los casos no pudieron ejercer su derecho a votar.
Por las elecciones convergentes, ya no habrá otra jornada sino hasta el 2027, cuando se elijan cinco distintos representantes populares en un solo día.
No habrá elección por el Senado o la Presidencia ese año, pero sí se definirá la gubernatura, la cual se sumará a las diputaciones federales, diputaciones locales, Sindicatura y Presidencia Municipal.
Habrá tiempo para que todos los actores políticos analicen los resultados de la elección del pasado domingo, y actúen en consecuencia.