Cuando Rudel Escárcega tenía cinco años, lejos de divertirse con juguetes como cualquier niño de su edad, prefería correr a las habitaciones en las casas de sus tíos, para buscar entre sus cajones los relojes a los que manipulaba dándoles cuerda, hasta terminar descomponiéndolos.
A sus 55 años de edad, la pasión por recuperar el tiempo a través de las reliquias que otros fueron olvidando para dar paso a la era tecnológica lo convirtió en uno de los recolectores de relojes más dedicados en la ciudad.
Con una colección personal, de más de 250 aparatos, Escárcega se mantiene hoy en día como un apasionado guardián del tiempo.
En su colección hay relojes franceses, suizos, ingleses y norteamericanos, algunos datan de 1860, otros de principios del siglo 20, cuyas maquinarias se mantienen intactas y funcionado a la perfección.
Los aparatos los ha conseguido por medio de otros coleccionistas que, como él, buscan atesorar el tiempo, pero también por recorridos que realiza en casas de empeño, en bazares, con conocidos, e incluso con recolectores en basureros.
“Yo me dedico a recolectar, a rescatar, a coleccionar y a promover”, dijo.
En la ciudad hay 120 tiraderos que se establecen en los mercados de segundas y en las calles, en las que, con suma paciencia, los recolectores como él van escudriñando hasta encontrar los artículos, que en muchas ocasiones están descompuestos o incompletos.
“Cuando nos juntamos los recolectores, lo que hacemos es canalizarlos. Hay algunos que se dedican a las artesanías, a la joyería, a las antigüedades, y cuando nos vemos intercambiamos las piezas que a cada uno le interesan”, mencionó.
Hay relojes que cuestan desde los 200 dólares, pero cuando se logra rescatar un objeto preciado, éste llega a alcanzar un valor de varios miles de dólares, afirmó.
“Lo más difícil es tenerlos trabajando, hay coleccionistas que sólo buscan tener las piezas, pero habemos otros que nos gusta tenerlos funcionando”, manifestó.
En la colección que Escárcega ostenta hay relojes que pertenecieron a dueños de caballos y tienen distintivos alusivos a las carreras ecuestres; también tiene otros que formaron parte de la época de los ferrocarriles.
“Cada una de estas piezas fue ensamblada a mano y elaborada con una precisión, tienen más de 100 años los relojes”, comentó.
Entre los relojes que le ha tocado recolectar, ha habido algunos que pertenecieron a personajes destacados de la historia, entre ellos recuerda uno que tenía grabado el nombre del ex presidente de México Gustavo Díaz Ordaz, o relativos a la Primera Guerra Mundial.
“La rareza de este reloj militar consiste en la palabra ‘Radium’, sus números eran pintados con material radiactivo en 1910, porque era la pintura fosforescente, pero con el tiempo se prohibió porque los obreros que trabajaban en las compañías que los producían empezaron a enfermarse”, dijo.
Los pepenadores han jugado un papel fundamental en el rescate de los tesoros que hoy forman parte de la colección de Rudel, los cuales, después de ser reparados, en ocasiones terminan vendiéndose en el bazar del Monumento a Juárez, sitio en el que Escárcega coloca parte de su colección los domingos por la mañana.
“Hay veces que la misma necesidad te hace vender algunos, pero trato de conservar algunas de estas piezas”, mencionó.
La marca, la condición y sus funciones son características que hay que tomar en cuenta a la hora de adquirir un artículo de este tipo, ya que dependiendo de ellas depende el valor que puede alcanzar en el mercado.
Rudel pertenece a una familia de coleccionistas, tanto sus padres como sus abuelos son amantes de las antigüedades y dice que el gusto le fue heredado.
“Desde chiquillo, cuando tenía yo como cinco años que iba a visitar a mis tíos, por parte de mi madre, para mí era una pasión meterme al cuarto de mis tíos y darle cuerda a sus relojes hasta tronárselos”, recordó entre risas.
Era la década de 1960 cuando la gente gustaba de comprar un reloj y pasar un año, e incluso más, pagando ese tipo de artículos que portaban con orgullo e iban pasando como herencia de generación en generación.
“De los sesenta para años atrás, el reloj era parte de la personalidad, era muy difícil de adquirir, los sacaban de joyerías, nuestros tíos y nuestros abuelos traían su relojito y era parte de su identificación”, comentó.
Escárcega dice que la fiebre por los relojes viejos cobro auge en la ciudad, debido a que entre las décadas de los setentas y ochentas, muchos relojeros locales comenzaron a deshacerse de las máquinas antiguas que ya no tenían valor para ellos.
“Caía una de estas máquinas de mediados del siglo 20 en sus manos y los relojeros lo que hacían era que metían al ácido la caja para sacarle los gramos de oro y las máquinas las guardaban”, recordó.
“Ahorita entre los relojeros hay un banco de refacciones para reparar que ni en Suiza pueden encontrar, ellos tienen miles de máquinas viejas, refracciones de ésa época”, agregó.
Rudel toma cada una de las piezas que colecta con sumo cuidado, cada una de ellas mantiene un secreto que sólo puede conocerse al escuchar su segundero andar, o tal vez cuando los relojes de pared se deciden a dar las campanadas.
Escárcega espera que con el tiempo la gente se anime a recuperar las piezas que mantienen guardadas en sus domicilios, y que los relojes que se encuentran arrumbados en algún baúl puedan ser rescatados.
“Nosotros no somos los dueños de los relojes, somos los custodios de los relojes, porque estos relojes ya traen una historia, pasaron por manos, por gente, por abuelos, por otras generaciones que ya desaparecieron, de la misma forma que probablemente nosotros también el día de mañana y ellos van a continuar marcando el tiempo”, puntualizó.
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