Sergio Magaña (Tepalcatepec, Michoacán, 1924-Ciudad de México, 1990) fue un escritor y crítico literario mexicano. Además de cuentos, publicó ensayo, una novela y, sobre todo, obras dramáticas. Ganó varios premios entre los que destacan el Premio Manuel Eduardo de Gorostiza (1965) por Los motivos del lobo y el Premio de la Asociación de Periodistas Teatrales (1989) por Los enemigos. Magaña es reconocido principalmente por su teatro, donde destacan Los signos del zodiaco (1951), la tragedia Moctezuma II (1954) o el teatro musical, Rentas congeladas (1960).
Hoy les comentaré Los enemigos, versión dramática libre de la danza ritual prehispánica Rabinal Achí. La obra está dividida en dos partes, los personajes principales son los varones de Queché y de Rabinal, la princesa Yamanic Mun y el cacique Hobtoj, hay otros personajes que acompañan el desarrollo de la pieza, como los funcionarios, la pilmama, los heraldos y los guerreros. Una particularidad de la propuesta de Magaña es que se trata de una obra de teatro combinada con ballet, así que en diversos pasajes señala estos movimientos en las didascalias, remitiendo a una pelea, a un sueño, a una ceremonia. Aunque no he visto una representación de esta obra, resulta muy sugerente que el dramaturgo haya planteado estas resoluciones a partir del ballet.
Los enemigos plantea varios conflictos, por un lado, tenemos a los dos guerreros que se enfrentan por el amor de Yamanic Mun; por otro lado, están los funcionarios que representan al gobierno o a la clase política que solo vela por sus propios intereses y no por los del pueblo, en este caso incluso ni por sus guerreros; un asunto más es el de la acumulación de la riqueza y la explotación de los que menos tienen.
Magaña toma un texto que resulta lejano e incluso incomprensible a ratos, como supone el texto prehispánico y lo convierte en una obra dramático, con una serie de conflictos más cercanos a nosotros, ya sea por un tema como el del amor o el de la política o el de la injusticia social, todo esto sin dejar de lado la intención estética y artística. Esta obra merecería una representación digna de su manufactura y no aquella puesta en escena macarrónica y pretenciosa que criticó Emilio Carballido. Por lo pronto, ahí está la invitación para que lean esta magnífica obra dramatúrgica.
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