Secreto de los enamorados
Las flores y los abanicos servían a nuestras abuelas para enviar mensajes a sus galanes usando el secreto idioma de los enamorados
Por Catón
05 de Diciembre 2025
Las flores y los abanicos servían a nuestras abuelas para enviar mensajes a sus galanes usando el secreto idioma de los enamorados
Por Catón
En las cocinas del Potrero de Ábrego se cuentan en las noches de invierno historias peregrinas junto al fogón donde borbotea la olla. Los hombres las acompañan con una copa –o dos o tres– del recio mezcal serrano que se acostumbra allá, al tiempo que las mujeres beben a tragos lentos su té de menta o yerbanís. Don Abundio es dueño de un rico acervo de esos relatos más antiguos aún que él, que anda rondando ya las nueve décadas. (“Yo no me quito los años –suele decir cuando habla de su edad–. Son ellos los que me quitarán a mí”). Hace su narración con voz grave y pausada, y no cambia nunca la expresión del rostro, sea la historia trágica o de risa
Por Catón
Llegó a la mueblería una extraña pareja: ella tenía 20 años; él más de 70. La muchacha llevó aparte a la encargada y le pidió en voz baja: “Quiero una cama resistente, que aguante mucho”
Por Catón
Santa Claus bajó por la chimenea de la casa, y en la sala se topó con una exuberante morena en ropas menos que menores. Su reacción ante esa espléndida visión fue tal, y tan inmediata, que Santa exclamó con apuro: “¡Uta! ¡Ahora no voy a poder salir por la chimenea!”
Por Catón
A mediados del siglo pasado -¡ay! tan pasado- se proyectó en el Cinema Palacio, elegantísima sala cinematográfica de mi ciudad, Saltillo, una película de estreno que hoy figura entre las películas más clásicas. Esas películas, las que se llaman clásicas, me gustan mucho
Por Catón
Astatrasio Garrajarra llegó a su casa a las tres de la mañana, cayéndose de borracho. Cuando abrió la puerta ahí estaba la mujer, enojadísima. “¡Qué barbaridad! –le dijo hecha una furia–. Otra vez así. Esto ya no lo aguanto. Yo soy la que tiene que soportar esas borracheras; hacer el almuerzo especial para la cruda; lavar la ropa, que viene toda manchada, y para colmo aguantar necedades de borracho en mi recámara. Dije que me iba a ir de la casa si esto volvía a suceder, y me voy”
Por Catón
Don Frustracio, el marido de doña Frigidia, le contó a un amigo: “Mi hija cumplió hoy 18 años. Me dijo: ‘No te inquietes por mí, papá. Te prometo que dejaré pasar tres años antes de tener sexo’”.
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