A escasos meses de cumplirse doce años del asesinato de la activista Marisela Escobedo, los ecos de la duda en torno a la resolución del crimen siguen resonando con fuerza en la mente de quienes nunca han aceptado la versión oficial.
Desde la perspectiva del presunto asesino material, José Enrique “El Wicked” Jiménez Zavala, la más reciente edición de la revista Proceso retoma este caso de entre un cúmulo de historias clave de esta dependencia que el periodista mexicano J. Jesús Esquivel plasma en su nuevo libro “Las operaciones secretas de la Policía Federal”, editado por Penguin Random House.
Con la fluida narrativa que caracteriza su pluma, Esquivel detalla el proceso de investigación que llevó a la detención, casi fortuita, del asesino confeso de Escobedo, muerto en sospechosas circunstancias al interior del penal de Chihuahua el 30 de diciembre de 2014.
Con gran minuciosidad Esquivel narra la forma en la cual se dio el arresto, la identificación física hasta entonces desconocida del criminal –del que se sabía que contaba con un tatuaje en el antebrazo–, y la forma en la cual este decidió “soltar la sopa” casi sin presión, como una forma de liberar su conciencia del peso del crimen de Escobedo, único asesinato del que presuntamente se arrepentía de haber cometido.
Otro “chivo expiatorio”
Al respecto, desde la condena, encarcelamiento y asesinato de El Wicked –señalado como el verdadero asesino material de la activista– Juan Manuel Fraire, hijo de Marisela Escobedo, lo ha calificado como otro “chivo expiatorio”.
El hijo de Marisela continúa afirmando hasta ahora que nunca se comprobó la acusación, señalando directamente a Andy Barraza, hermano del asesino de Rubí Freire y detenido en Estados Unidos, como el verdadero asesino de su madre.
La detención de El Wicked, según el periodista, se dio tras varios meses de una labor especial realizada por la Policía Estatal Única (PEU) encabezada por el entonces agente federal Raúl Ávila Ibarra, en estrecha labor operativa con la Dirección Preventiva de la PEU a cargo del agente federal Nicolás González Perrin.
De acuerdo a Esquivel, ambos elementos fueron asignados en ese entonces en calidad de préstamo con el objetivo de dar prioridad a los casos más relevantes en materia de homicidios, especialmente aquéllos etiquetados como “urgentes”.
Pese a tratarse de un caso oficialmente cerrado, el asesinato de Marisela Escobedo fue uno de los principalmente atendidos por la dupla de federales, quienes reabrieron el expediente descalificando de entrada la versión que señalaba a Héctor Miguel “El Payaso” Flores Morán, como autor material del crimen.
Presión federal
La base fundamental para que las autoridades estatales dieran en su momento como un hecho que “El Payaso” había sido el asesino, fue el 80 por ciento del parecido físico con el retrato hablado elaborado a partir de la descripción hecha por testigos, y que a este presunto ejecutor se le encontró el arma utilizada para ultimar a la activista.
Pero lo que en realidad pesó –señala Esquivel– fue la necesidad de quitar presión política al gobierno de César Duarte, pues desde el ámbito federal venía una fuerte exigencia de resolver lo antes posible el asesinato.
En su texto, Esquivel señala que ocho meses después de iniciada la averiguación ya se tenían elementos obtenidos de interrogatorios que apuntaban a que el verdadero sicario había sido El Wicked, de quien se abrió un extenso expediente con la colaboración de agentes de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) y de los US Marshals, de Estados Unidos.
Se sabía que estaría en Ciudad Juárez, por lo cual se diseñó un esquema de operación que, sin embargo, rindió inesperados frutos no en Juárez, sino en la ciudad de Chihuahua, con la detención de un sospechoso que al final de cuentas resultó ser el objetivo de la búsqueda.
Accidental o no, la detención tuvo un importante impacto cuando, ya descubierto, a El Wicked se le pidió que hablara sobre el caso de Marisela.
Últimos días
La cascada de información contada con lujo de detalles por el detenido, arrojó que se trataba de uno de los sicarios que, en su haber criminal como integrante del cártel de La Línea, tenía más de ochenta asesinatos.
Esto incluía la masacre del Bar El Colorado, donde “circunstancialmente” murieron los periodistas chihuahuenses Francisco Javier Moya y Héctor Javier Salinas.
Recluido en la prisión, El Wicked se dedicó a predicar el bien, hablando especialmente a los jóvenes, contando su experiencia a modo de ejemplo para que evitaran caer como él.
Murió a manos de un compañero de celda en circunstancias explicadas como una venganza personal, pero presuntamente –según explica Esquivel– por orden del Cártel de Sinaloa, por ser un protegido de La Línea.


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